Alejandro Cencerrado lleva 17 años apuntando su propia felicidad, puntuándola del 0 al 10, y analizándola con herramientas estadísticas sofisticadas. Partiendo de esta experiencia, de su condición de físico, y de su labor como analista en el Instituto de la Felicidad de Copenhague, ha escrito el libro En defensa de la INfelicidad (Editorial Destino). “Y la gente, en lugar de pensar; joder qué mierda, dice; pues que bien; no soy el único que me siento así”.

Lleva poniendo nota a todos los días de su vida desde que tenía 18 años. ¿Qué se ha dado más? ¿Aprobados o suspensos?

-El número de días buenos y malos de mi vida es muy ajustado. Realmente son casi los mismos.

¿Cuál es la peor nota que se ha puesto? Creo que nunca ha habido un 0 y nunca un 10.

-Exacto. Creo que he puesto cuatro o cinco unos y cuatro o cinco nueves. Los 1, generalmente, por problemas de salud. Me acuerdo de una gastroenteritis, por ejemplo, después de comerme una ostra. Aquel día me pasé toda la noche vomitando. Y los 9 han respondido, sobre todo, a sentimientos, a tener una pareja, al primer beso, o a un enamoramiento.

Todo los lectores esperan de usted que les dé las claves de la felicidad.

-Pues si después 17 años investigando la felicidad no he conseguido ser más feliz no soy el más indicado. La única clave, es no obsesionarse con estar bien todo el rato porque no se puede. Así que hay que enfrentarse a los días malos. Y esa aceptación ya es una clave. En esta sociedad, en la que ser infeliz parece que significa ser un perdedor, reivindico que ser infeliz es inevitable.

“Yo quiero mucho a mi hijo pero no soy feliz desde que nació”, dice. A ver, explique eso. Suena fatal.

-A la gente que tiene hijos le choca mucho y parece que se siente mal. Pero yo no duermo bien desde que nació y eso merma mi felicidad aunque no sea su culpa. La relación con mi pareja también se ha visto afectada porque no podemos salir tanto, porque vamos a comer y no podemos hablar porque el bebé la lía. Lo quiero mucho, no me imagino mi vida sin él, pero soy más infeliz desde que nació hace año y medio.

¿Qué nota puso aquel día?

-Un 4. Me acuerdo que cuando lo vi salir, sentí miedo de que se pudiese morir. Me parecía tan frágil...

Estamos programados para estar insatisfechos, dice usted.

-Es así. Curiosamente cuando la gente lo escucha, lo percibe como una especie de descanso, y dice ok, no tengo por qué estar bien todo el tiempo. De hecho, cuando tenía 18 años era prácticamente igual de feliz que ahora y eso que he tomado decisiones para estar cada vez mejor. Tengo un sueldo mucho mayor que antes, tengo una mujer maravillosa... Pero te vas acostumbrando a las cosas y necesitamos el contraste para ser felices. Es como si hubiera un mecanismo de soledad, infelicidad o aburrimiento que nos incita a movernos porque si estuviéramos siempre bien, no tendríamos incentivos. Creo que la infelicidad es algo necesario para seguir progresando.

¿Quién es más feliz? ¿Una persona mayor o una persona joven?

-En el Instituto lo analizamos continuamente. Y respecto a la edad, siempre aparece una U. El pico de felicidad mínima se sitúa en entorno a los 45 años, y la gente joven y la gente mayor son los más felices.

El dinero, dice categórico, no da la felicidad.

-Está demostrado que si queremos ser más felices como sociedad y una vez cubierto cierto grado de bienestar, habría que redistribuir mejor la riqueza y dar dinero a aquellos que tienen menos. Así que el que gana 5.000 euros debería darle una parte al pensionista que gana 700 euros, que es, en realidad, lo que hacen los países nórdicos, pero en España este un tema controvertido.

Hubo un mes que con 135 euros de gasto en ocio tuvo usted el día más feliz, y el año pasado, en julio, que se gastó 1.160 euros también en ocio, fue el más infeliz. ¿Qué pasó?

-No lo sé exactamente. Es un ejemplo. Pero en las gráficas se ve claramente que no hay ninguna traducción entre gastar más y ser más feliz.

Además, repetir las cosas que nos hacen sentir bien no da la felicidad.

-No. Y pongo un ejemplo claro. Cuando se acabó el confinamiento del coronavirus, todos pensábamos que la felicidad estaba en abrazar a nuestros familiares, tomar una cerveza al sol y ya está. Pues bien, nos hizo felices cierto tiempo, pero ahora que ya lo tenemos, nos preocupamos por otras cosas.

Hay que echar de menos las cosas para valorarlas.

-Es que el progreso parece que ha significado evitar el dolor, el sacrificio, y el sufrimiento. Pero saltándose eso, evitas otra parte buena. Nuestros abuelos se deslomaban toda la semana en el campo, y disfrutaban del relax como nadie. Pero ahora ya no tenemos esos contrastes.

La memoria nos juega malas pasadas. Creemos que hemos sido más felices de lo que fuimos.

-Sí, el cerebro tiende a recordar los momentos más felices y por eso me acuerdo mucho de lo bien que estuve en aquel viaje a Indonesia y cuando reviso mi diario, veo que también había calor, mosquitos e infinitos viajes en bus y que no fue para tanto.

Hasta hace seis meses vivía usted en Dinamarca y ahora vive en España. ¿Tener sol mejora nuestro bienestar?

-Pues en Euskadi lo podéis entender mejor que nadie. El frío y la falta de luz solar afectan mucho, pero luego se sabe disfrutar mucho más el buen tiempo. Les pasa también a los daneses, por lo que decíamos del contraste. Antes de ir a Copenhague, en mi diario nunca aparecía el sol como fuente de felicidad. Era algo que tenía, y ya está. Sin embargo, en verano, en Copenhague era mucho más feliz que en España porque cuando salía un rayo, no necesitaba nada más. Me ha costado bastante entender a los nórdicos. Pero, por ejemplo, saben muy bien redistribuir la riqueza, y reducir las bolsas de miseria... y eso les hace más felices como sociedad.

Usted hace hincapié en eso y en vigilar la salud mental.

-Es que hicimos un análisis de cómo afectaba a la felicidad las distintas enfermedades y en el ranking, las patologías que más influían eran la depresión y la ansiedad. Todas las enfermedades físicas en las que la Sanidad invierte tanto, afectan menos a nuestro bienestar psíquico que la enfermedad mental. A primera vista no parecen para tanto pero son un lastre enorme.