n las demencias degenerativas podemos encontrarnos varios tipos de síntomas: cognitivos, psicológicos y conductuales. No todos los síntomas se presentan en todos los pacientes, ni en la misma medida, ni en la misma etapa de la enfermedad, pero sí suelen aparecer algunos de ellos.
Los síntomas cognitivos hacen referencia a los fallos de memoria, de lenguaje y de reconocimiento, entre otros. Los síntomas psicológicos y conductuales de la demencia (SPCD) son más complejos y se recogen a través de la entrevista con la familia. Son una serie de síntomas que se reflejan en cambios en la forma de actuar del paciente; se comportan de manera diferente o bien su personalidad ya no es la misma. Generalmente estos cambios aumentan y se acentúan a medida que avanza la enfermedad, siendo los más frecuentes: agitación, depresión, agresividad, desinhibición, vagabundeo, cambios del ritmo del sueño, alteración de la conducta alimentaria, delirios y alucinaciones, etc. Este grupo de síntomas es el que desborda con mayor frecuencia la capacidad del entorno familiar.
Una manera de hacer un abordaje preventivo de la aparición de estos síntomas sería revisar si estamos cubriendo las necesidades del paciente. Conviene comprobar si la persona tiene hambre, frío, calor, si ha dormido bien o si está cansado. Ver cómo es el entorno, si se encuentra bien o sufre algún malestar físico (dolor de tripa, necesidad de ir al baño); también pueden depender de si la persona tiene la compañía que desea.
Nuestro familiar puede mostrar en ciertos momentos enfado, irritabilidad o incluso agresividad: gestos o expresiones corporales, agresiones verbales (insultos o gritos) o agresiones físicas. Ante la presencia de un problema de agitación o agresividad lo primero que debemos hacer es buscar la posible causa, es decir, la circunstancia que hace que la persona se comporte de esa manera: problemas de salud, efectos de la medicación, cansancio, incomodidad, etc. Ante todo, evitaremos reaccionar de manera impulsiva; debemos mantener la calma, tranquilizarle y desviar su atención mediante actividades o comentarios.
Otro caso bastante habitual es que la persona con demencia “guarde o esconda” objetos personales y después no pueda recordar dónde los guardó o ni siquiera pueda recordar que los cogió; entonces suele culpar a otros de la desaparición de esos objetos.
También pueden aparecer delirios, como sentirse observados, que las personas que salen en la televisión le hablan o están en su casa, o nombrar a sus progenitores como si estuviesen vivos. En estos casos, no convierta el delirio en una fuente de discusión. Si esa idea delirante le hace mostrarse muy inquieto o agresivo, intente tranquilizarle con palabras y gestos de cariño (nunca con gestos bruscos), tono de voz suave y hablándole de algo que sabemos que le gusta y le interesa.
El vagabundeo es otro de los síntomas que puede llegar a generar un gran malestar en el cuidador. Cuando se da, averigüe si las idas y venidas están ocasionadas por aburrimiento. Si es así, programe actividades, paseos o tareas que pueda realizar en el hogar. Procure que esté siempre identificado.
No debemos olvidar que los problemas conductuales son un componente de la enfermedad, el paciente no tiene control sobre ellos. Es muy posible que, en la mayoría de los casos, se acabe necesitando una intervención farmacológica, pero ante todo, sea flexible y paciente. Establezca rutinas en la vida de su familiar con una comunicación clara, con mensajes cortos y simples. No tome el comportamiento como algo personal. Es fundamental pedir ayuda para poder tener un respiro y relajarse y ante cualquier duda, contacte con un profesional que ofrezca cuidados centrados en la persona, prestados con delicadeza y sensibilidad.