PAMPLONA - Samara Velte (Zarautz, 1991) empezó a trabajar en Berria con diecinueve años, y allí se formó como periodista. Su trabajo lo realizó en las secciones de Política Internacional y Sociedad y en la última etapa temas de género y feminismos.
¿Cómo surgió la idea del libro?
-El punto de partida del libro tanto desde Txalaparta para la edición en castellano, como para el grupo formado por Jakin y Berria, que coeditaron junto con Txalaparta la edición en euskera, era la reacción social, las primeras protestas. Porque se consideraba que en realidad habían sido algo inusual y que por lo tanto, por una lado merecía la pena escribir un trabajo sobre un hecho que había producido tantas movilizaciones y yo creo que por otro lado, había una voluntad de ofrecer una contranarrativa a varios discursos que se habían publicado alrededor del tema que lo único que hacían era incrementar el morbo y el discurso del miedo, y que realmente no nos proporcionaban herramientas para tomar una posición crítica ante la violencia.
¿Y cómo reaccionó a la propuesta? ¿Cuál fue el hilo que decidió seguir?
-Cuando me llegó yo sí veía que la reacción social había sido inédita y que merecía la pena rescatar eso y mantenerlo como un elemento importante. Pero, a la vez, lo que me planteaba era que las agresiones pasan constantemente y no salimos a la calle, no salimos todas las semanas a protestar por cada agresión. Es más, ocurren agresiones muy graves con muertes de por medio que no movilizan ni a la mitad de la gente que puede movilizar una agresión en un ámbito festivo o una violación de estas características. La pregunta que a mí me surgía era: ¿por qué un acontecimiento que en realidad es bastante común, como puede ser una agresión en un ámbito festivo o en el espacio público, se convierte en algo tan icónico, que se queda tan afincado en las mentes de las personas, que se convierte en un punto de inflexión en el imaginario social? Y también quise analizar la forma que tenemos de entender las violencias.
Y del ejemplo del caso y de sus preguntas empezó a analizar la cultura de la violencia.
-Sí, entonces empecé a desgranar los distintos aspectos que podría identificar en esta violación, que a la vez me ayudaron a entender por qué este caso tomaba tanta relevancia. Y son los que se trabajan en el libro. Los he estructurado de la misma forma que a mí me parecen más relevantes, empezando por la respuesta que hubo desde el minuto uno, porque me pareció muy importante empezar por el mismo contexto social y político en el que se producen las respuestas. No es casualidad que una movilización semejante se produzca en el año 2016 en Iruña cuando ya ha habido un trabajo previo muy importante realizado tanto por parte del movimiento feminista como por los actores implicados en las fiestas y también por parte de las instituciones y especialmente el ayuntamiento. Sobre todo, para que no caigamos en la falacia de que estas movilizaciones surgieron de la nada.
¿Cuál es el objetivo?
-El libro más allá de ser una crónica al uso, quiere ser una radiografía de las distintas violencias sexistas que operan en la misma base de la sociedad y como esta se pueden expresar en un caso muy concreto. Toma como punto de partida el caso de la manada porque yo considero que realmente lo que hace es materializar muchas de estas lógicas y de estos mecanismos que están arraigados, y lo que hizo fue ponérnoslos muy a la vista. Entonces, creo que es un caso que realmente nos sirve mucho para analizar la norma más allá de ver la excepcionalidad. Yo lo que veo en realidad una forma de operar muy normativa.
Después de estar tan pendiente y sumergida en el caso, ¿Cuál fue su reacción al fallo del Supremo?
-El tema de la violencia sexista nunca dejara de ser un tema de actualidad aunque este caso haya acabado, seguramente volverá a estar encima de la mesa. Si tenemos en cuenta que emana de las relaciones de poder que están abismadas en la sociedad, por supuesto que se volverán a repetir en diferentes formatos. En este caso, el Tribunal Supremo se pronunció sobre la sentencia que dio la Audiencia Navarra y la corrigió. Y en realidad creo que hizo lo más coherente que podría hacer porque en la sentencia original, la parte de los hechos probados, es la descripción perfecta de una situación de intimidación. Luego, en el fallo, los dos jueces concluían que no las hubo aunque así lo describían previamente.
¿Y qué hay de la reacción social ante la sentencia?
-Cuando llegaron las reacciones de victoria, a mí me costó mucho compartirlas, al menos con esa alegría y ese ímpetu. Porque después de conocer este caso y, a raíz de él, conocer cómo suelen ir los juicios de agresiones, lo que se me queda es una sensación muy agria en el cuerpo porque durante todo este tiempo han quedado en manifiesto todas las prácticas negativas que se pueden dar en este tipo de juicios, toda la revictimización en el sentido de que el foco ha estado hasta el último momento en la actitud de la víctima, en lo que hizo o no hizo o en lo que dijo o no dijo. Y esto durante tres años. A la vez, se ha plasmado todo esto ante los ojos de la sociedad mediante los medios que muchas veces han funcionado de altavoz. ¿Después de eso podemos decir que se ha hecho justicia? Yo creo que la sensación que nos queda a muchas mujeres y a las personas que han sufrido este tipo de situaciones es que la sensación de justicia ha sido mínima en esta situación y la de injusticia ha sido mucho mayor. Y a la vez me da miedo que bajemos la guardia a raíz de que la sentencia ha llegado en el plano que queríamos y se han nombrado las cosas tal y como fueron. Por supuesto que es importante decir que ha sido agresión pero que esto no nos sirva para bajar la guardia y dejar de cuestionar todas las cosas que hemos estado cuestionando durante estos años, porque las estructuras se mantienen igual.