Iruñea - Hay que reconocer que se están ganando a pulso toda la cantidad de pienso y paja que les dan a diario, que es mucha. Desde el primer encierro de estos Sanfermines cumplen a la perfección con lo que se espera de ellos, aunque los corredores tengan otra opinión, no sin algo de razón, pero por lo que se refiere al trabajo específico que tienen encomendado, que no es otro que evitar que los bureles se despisten entre tanto barullo, los cabestros lo están haciendo de sobresaliente.
A excepción del primer día, cuando un intrépido ejemplar de Puerto de San Lorenzo de 610 kilos, de nombre Sombreto, tuvo la osadía de disputarles el liderazgo de la manada durante parte de la carrera, el resto ha sido un monólogo de los mansos. Ese toro colorado del día 7 tuvo su merecido en la curva de Mercaderes, donde los bueyes, perfectamente conocedores del trazado, no tuvieron piedad con él y le sobrepasaron como si fuera un principiante, para volver a dirigir la manada como les gusta, a ritmo de locomotora, con una velocidad imposible de seguir para los mozos y para algunos toros, como ayer Holgazán, que haciendo honor a su nombre las pasó canutas para terminar la carrera con dignidad.
Los protagonistas de ayer fueron los ejemplares de Jandilla, que además de ser la segunda ganadería que más cornadas reparte en Iruñea, tienen fama de veloces. Ahora o nunca, debieron pensar muchos corredores, cada día más cabreados por las dificultades que están encontrando para colocarse cerca de los astados con tanto antideslizante y cabestros con turbo. Si algún morlaco podía hacerlo tendría que ser del hierro de Domecq, pero el gozo acabó en el pozo nada más dar comienzo la carrera.
El trabajo de los cabestros es tan eficiente que no solo son más rápidos y conocen todos los atajos, sino que se colocan en una formación perfecta para proteger a los astados, con varios de ellos por delante abriendo el grupo a modo de muralla de protección, alguno en los flancos y otro siempre cerrando la manada, por si algún despistado decide no seguir a sus hermanos de camada.
Parecen una división acorazada y el espacio que queda en medio es lo que dejan para los pobres mozos, que sufren tropezones, golpes, caídas y agarrones por situarse lo más cerca posible de los bureles, sin resultado positivo en la mayoría de las ocasiones.
En Santo Domingo fue imposible. Como en días precedentes, cuatro bueyes finos y estilizados -nada que ver con los animales pesados que corrían antes en Iruñea- salieron del corral como balas y enfilaron la cuesta en formación compacta. Por el lado derecho, Cortijero se encargó de limpiar la acera con un par de amagos con sus imponentes y amenazadoras velas, aunque rápidamente buscó el refugio en medio de la manada, sin ganas de meterse en problemas con el mocerío.
Los astados atravesaron en formación compacta por plaza Consistorial y Mercaderes, donde Holgazán comenzaba a tener problemas para mantener el ritmo. Al inicio de la Estafeta, sus cinco hermanos se juntaron por detrás de la muralla formada por cabestros mientras a un lado y al otro los corredores se desesperaban por encontrar un espacio que nunca terminó de aparecer. A lo más que podían aspirar era a tocar el lomo de los astados y correr unos cuantos metros por si a la manada le daba por desperdigarse.
En la bajada del callejón se vivieron los únicos momentos de cierto peligro del cuarto encierro, con una caída de varios mozos y un toro por el lado derecho que provocó algún varetazo y varios revolcones sin consideración. En la entrada a la plaza, otra vez protagonizada por los bueyes, un mozo quedó tendido al mismo tiempo que entraban los toros de Jandilla. La carrera duró dos minutos y 19 segundos, que hubieran sido bastantes menos de no ser por Cortijero, que decidió darse un garbeo por la arena antes de enfilar la puerta de los corrales de la plaza tras el certero capotazo del doblador.
58
Cruz Roja atendió ayer a 58 personas, cuatro de los cuales fueron traslados de urgencia. 39 fueron por curas, si bien también trató a dos corredores por pisadas y a otros dos por esguinces.