Alhaji Gbla sonríe y sonríe mucho. Más ayer bajo el sol, con calor “como en África”. El que le gusta y el que añora. Es de Sierra Leona y llegó a Valencia en el Aquarius el 17 de junio del año pasado. Que Italia y Malta se negaran a dejar desembarcar a las más de 600 personas que se hallaban a bordo, no es el peor capítulo que ha vivido Alhaji en su odisea de más de un año. Esta odisea adquiere mayor dimensión, cuando se celebra el Día Internacional del Refugiado, si se toma en cuenta la edad de Alhaji: 19 años.
Actualmente reside en Errenteria, en casa de una familia nigeriana. De lunes a viernes aprende castellano de forma intensiva para alcanzar un dominio del idioma que le facilite conseguir un trabajo.
Se siente bien acogido y cómodo con sus nuevos amigos. Y a ello contribuye participar en el programa de Mentoría que impulsa SOS Racismo y que pone en relación a personas residentes en Gipuzkoa con personas refugiadas.
En este programa, que cuenta con el apoyo de distintas instituciones y organismos, decidió participar una pareja joven: Tánit Esnal y Guillermo Boned. Entre los tres hay sintonía, cariño y también una mezcla de culturas y nacionalidades enriquecedora, ya que Tánit es peruana de madre vasca y Guillermo es un mallorquí con sangre inglesa.
Ambos eran ya voluntarios de la Red de Acogida Ciudadana en Donostia y Guillermo también lo era en SOS Racismo. Fueron elegidos para el programa y, tras la oportuna formación, hace algo más de dos meses empezaron a quedar con Alhaji. “El programa marca que quedemos una vez por semana pero lo estamos haciendo más natural. Queremos integrarlo en nuestra actividad normal, sin planes especiales, con nuestros amigos y en nuestra vida. Por ejemplo esta semana nos hemos visto tres veces”.
Lo que buscan es que Alhaji cuente con un apoyo cercano en una tierra en la que “empieza de cero”, después de pasar de Valencia a Tolosa y de Tolosa a Errenteria.
La sonrisa de Alhaji esconde un historia dura, como la de miles y miles de refugiados que huyeron de una situación en la que peligraba su vida y que luchan por salir adelante.
De Gipuzkoa le gusta la comida, porque el arroz le recuerda a su tierra, y la gente, en especial Tánit y Guillermo. Y menos, bastante menos, el tiempo lluvioso y frío. Pero está aquí y puede contar su historia, aunque pocas veces lo haya hecho.
Tánit y Guillermo no le han querido forzar y la han escuchado cuando Alhaji se ha sentido preparado para volver a vivirla, desde la distancia, desde un banco al sol en la puerta de Tabakalera, muy cerca de la exposición que SOS Racismo ha inaugurado en el subterráneo de Egia para recordar a las más de 34.000 personas refugiadas que han perdido la vida intentando salvarla.
Empieza su historia en su Sierra Leona natal, de dónde tuvo que salir cuando mataron a su tío y su madre se vio amenazada por pertenecer al partido político que no estaba en el poder. Por ello de su madre apenas habla, porque sigue temiendo que algo le pase y poco dice de dónde se encuentra en la actualidad y de si tienen trato con ella. Con su padre, por contra, habla a diario.
En inglés, con un acento muy marcado, Alhaji cuenta cómo tuvieron que huir todos ante una amenaza real de la que su tío no pudo salvarse. Su primera etapa le hizo recalar en Guinea Conakry y de allí a Mali, para después llegar a Burkina Faso donde le atrapó la mafia y acabó en una pequeña prisión. “La mafia me pedía dinero para liberarme pero conseguí escaparme de la cárcel y a través del bosque llegué a una granja donde trabajé y conseguí algo de dinero para seguir el camino”, una ruta que le llevó a Argelia.
En el país árabe se encontró con “mala gente” que le obligó a trabajar “sin pagarme y tratándome muy mal”. Cinco meses de duro trabajo le permitieron poder ahorrar el dinero suficiente para llegar a Libia, donde siguió trabajando en “servicio doméstico, limpieza y de todo un poco”.
En Trípoli se encontró con las mafias que organizan los viajes en barco. Los malos tratos fueron norma general pero consiguió embarcar tras trabajar para ellos otros cinco meses. Por fin partió, pero poco consiguió avanzar. La policía libia le capturó y le llevó a una cárcel “muy dura” donde comía “pasta o pan una vez al día y a veces ni eso”. Volvió a escaparse y a embarcarse tras pagarse el viaje otra vez trabajando duro. Tampoco salió bien, una tormenta feroz les hizo tener que atracar en Túnez.
Vuelta a Libia y al espanto. Por fin consiguió acceder al barco del que fue rescatado por el Aquarius. El resto de la historia es bien conocido. Puertos y puertas cerradas hasta llegar a Valencia. “Llegamos un domingo. Sentimos una gran felicidad”, evoca. Fue entonces cuando pudo contactar con su familia, por vez primera desde que salió de Sierra Leona. “No lo hice hasta sentirme seguro, tenía miedo incluso que me rastrearan la llamada”.
En el reparto de destinos a Alhaji le tocó Tolosa y, tras seis meses, Errenteria, donde lleva tres de la mano del CEAR y SOS Racismo. “Estoy muy contento, con buena gente. Con Tánit y Guillermo hago planes”, explica este joven al que el llegar en el Aquarius ha facilitado la consecución de papeles .
“Alhaji es muy buena gente” asegura Tánit. No puede volver, porque la situación del país es muy peligrosa. Tiene solo 19 años y, de momento, lo que se plantea es aprender castellano para trabajar. “Estoy contento de que cómo me tratan aquí y, por ahora, quiero quedarme”, apunta.
“Esta experiencia nos está aportando mucho” explica Tánit, algo nuevo cada día. Hoy a Alhaji le ha tocado “prepararse mentalmente” para contar su historia, explica Guillermo, porque no le resulta nada fácil, le duele.
A sus amigos, a los jóvenes que quedaron en su país les recomienda, entre risas, que si tienen que venir “vengan en avión”. Las heridas del viaje las tiene frescas y no les recomendaría embarcarse.
El programa tiene un año de duración pero Guillermo y Tánit lo tienen claro: “esta relación no acabará”. Mientras, siguen poniendo su “granito de arena” en la inmersión cultural de Alhaji, que en Sierra Leona dejó familias, amigos y estudios.