donostia - Se superponen crisis a todos los niveles, como capas de cebolla: cultural, política, social... “Habitamos en una sociedad sin intermediación en la que las instituciones clásicas ya no nos representan”. Nuevos tiempos que requieren otras respuestas y muchas cautelas, como defendió ayer el profesor de la Universidad cántabra de Comillas Sebastián Mora, que impartió una conferencia en un encuentro organizado por Eutsi Berrituz. “Estamos legitimando una conducta hacia los demás que es nociva, agresiva y violenta, y nos parece natural”, censura el investigador de ética social. Mora se ha mostrado siempre muy cercano a la labor socio-caritativa de las diócesis vascas, especialmente durante los años en que ocupó el cargo de secretario general de la Confederación de Cáritas en España.
Crisis cultural, crisis de democracia, crisis de libertades, de derechos humanos... ¿Qué no está en crisis?
-Estamos en una transición global, una metamorfosis social. Los conceptos antiguos ya no nos valen para describir lo que nos ocurre, y el problema es que todavía no tenemos otros. Decía el filósofo y ensayista José Ortega y Gasset que “no sabemos lo que nos pasa, y eso es lo que nos pasa”. Ocurre ahora algo parecido, que cuando conocíamos las respuestas nos han cambiado las preguntas. Estamos en ese momento tan incierto.
¿De qué modo se refleja en la vida diaria tanto desconcierto?
-No hay más que ver la tremenda desinstitucionalización en que vivimos. Habitamos en una sociedad sin intermediación. Las instituciones clásicas ya no nos representan. Hay una crisis, no tanto de lo religioso o de lo político sino de las instituciones religiosas y políticas. Ocurre también con las instituciones académicas y universitarias, no así con el conocimiento y la sabiduría. Hay también una transformación sin precedentes de los canales clásicos de comunicación debido a la irrupción del mundo digital. No quiere decir que todos los cambios sea negativos, pero hay que afrontarlos para sacar lo mejor de ellos.
Superar un periodo de crisis fortalece, pero una sociedad puede acabar cavando su propia tumba si no es capaz de salir de ella... ¿Cómo acabará esto?
-El tiempo lo dirá. Por lo que vemos, no son nada halagüeños los indicadores que se han ido conociendo respecto a la crisis social y económica que hemos padecido. Parecemos además predispuestos a repetir errores del pasado con más énfasis que aprender de lo que ocurrió.
Conversó con este mismo periódico hace una década, en los albores de una crisis económica cuyos rescoldos humean. Se comentaba entonces, en medio de aquella desesperanza, que al menos la sociedad alguna lección aprendería. ¿No ha sido así, por lo que dice?
-Diría que no. En el ámbito de lo social y de lo político estamos repitiendo errores. No hay más que ver las políticas de pactos que estamos conociendo, en las que parecen que pesan más los sillones que el bien público. Estamos en un momento en el que parece que la crisis social ha pasado, pero no es así. Sigue con nosotros.
¿En qué medida?
-Hay un dato muy elocuente. Antes de que estallara la recesión el porcentaje de integración social se colocaba en torno a un 49% y ahora se sitúa en un 48,4%. Se puede decir que estamos en unos números previos a la crisis, lo que cual parece muy positivo. Sin embargo, en exclusión severa se ha pasado del 6,3% al 9%. Hemos empobrecido la pobreza y nos hemos olvidado de los pobres. Es una lección que no hemos aprendido. Estamos en una situación de mayor fragilidad, por lo que si llega un nuevo ciclo económico negativo el impacto puede ser muy importante, porque nuestra situación de partida es peor a que existía antes de la crisis anterior.
Las entidades sociales llevan años alertando de la cronificación de la pobreza. ¿Es un hecho novedoso en el curso de la historia más reciente o siempre ha existido?
-Hemos vivido épocas en las que la pobreza afectaba a un mayor número de personas, pero en esta época estamos viviendo una pobreza mucho más intensa. Es verdad que hacer comparaciones históricas siempre es muy complejo, pero mirando cada elemento en su contexto, estamos en un momento de gran desafiliación, exclusión, expulsión y descarte de las personas. Todo ello, a unos niveles que no hemos vivido en otros momentos históricos. Dice el Papa Francisco que vivimos en la cultura del descarte. Ya no solo hay pobres, sino que hay personas que expulsamos. La metáfora de los muros, de las vallas, de un Mediterráneo lleno de muerte es muy claro en ese sentido. Nos sobran las personas. Ya no es solo que sean pobres, sino que nos sobran.
La sociedad acaba acostumbrándose a todo pero ¿no resulta asombroso que el presidente de la principal potencia mundial llegue a cerrar la administración porque no le dan dinero para levantar un muro?
-Tenemos capacidad de acostumbrarnos a casi todo, pero es verdad que si lo miramos con perspectiva sería impensable hasta hace nada. A nadie se le pasaría por la cabeza que una persona como Trump estuviera al frente de la primera potencia mundial. Un hombre que levanta muros, enjaula a niños, cierra acuerdos comerciales y se erige entre presidente populista y youtuber. Nadie podría prever tampoco que iba a haber un Brexit, con la salida del Reino Unido de la UE o que una persona como Salvini iba a gobernar Italia, un señor con puño de hierro a la hora de expulsar a los inmigrantes. Sería impensable todo ello, pero están sucediendo hechos que nos sitúan en un escenario donde parece que todo es posible.
¿Qué es “todo”?
-Lo dijo Hannah Arendt en el libro Los orígenes del totalitarismo, en el que analizó el nazismo y el estalinismo. Los movimientos totalitarios son aquellos que entienden que todo es posible. Vivimos en esa época, y lo peor es que nos acostumbramos.
¿Por ejemplo?
-Que mueran miles de personas en el Mediterráneo, que haya personas que se corten con las concertinas al tratar de saltar las vallas, que se expulse a los más pobres... Nos acostumbramos y al final nos parece casi natural. Una de las realidades más duras es vivir la expulsión, la exclusión y el racismo como algo natural.
¿Y qué lectura hace de ello?
-Los medios de comunicación suelen utilizar términos buenistas para referirse a personas de buen corazón pero que poco menos que parecen un poco tontos. Lo que veo que se está instalando entre nosotros es el malismo. Estamos legitimando una conducta hacia los demás que es nociva, agresiva y violenta. Nos parece natural.
¿Y no es posible un camino intermedio, ser una persona de bien que actúe en conciencia sin dejarse tomar el pelo?
-A nivel individual, sin duda. Pero el reto que tenemos es generar marcos colectivos amplios donde el mal no entre. Todos somos tendentes a cierto mal, tanto las personas como las instituciones, pero otra cosa es legitimarlo. No se puede aceptar el mal como una praxis cotidiana.
Con la referencia cercana de las elecciones, generar “marcos colectivos amplios” no parece precisamente una tarea sencilla.
-En realidad, si comparamos España con el resto de países europeos, hemos asistido a un discurso relativamente moderado. Incluso el partido más populista, como puede ser Vox, que ha hecho de la inmigración casus belli, ha estado más controlado durante la última cita electoral. Otra cuestión es lo que cada uno piense. En cualquier caso, se han elaborado discursos más anclados en las cuestiones domésticas que en las éticas o globales. Se ha hablado poco de casi todo. Salvo la corrupción, el problema territorial y el “y tú más” no se han abordado cuestiones cruciales.
Europa, por ejemplo...
-De Europa no se ha hablado nada. De economía poco. De Educación casi nada. No se ha hablado de casi nada, pero ha sido un discurso más contenido que el que pueden defender Salvini o Le Pen, por ejemplo.
¿Son tantos como para poner en jaque el proyecto europeo o es que se habla mucho de ellos?
-Son pocos en relación al respaldo electoral que obtiene la extrema derecha en España, pero hay una importante capa poblacional que seguiría muchas de sus ideas, especialmente respecto a la inmigración.
¿La falta de respuesta de Europa ante tanto “euroescéptico” y crisis migratorias es reflejo de esa metamorfosis social?
-Señalaría tres grandes procesos. Uno es la gran crisis de la desigualdad. Es algo que se ha instalado en nuestro mundo, en los discursos políticos y económicos. Está también la crisis ecológica, y la migratoria. Estos tres procesos están cambiando nuestra forma de entender la vida. Son retos globales que, sin embargo, están siendo abordados por instituciones estatales o nacionales.
¿Y la sociedad tiende más a preocuparse que a ocuparse?
-Sí, el miedo unifica más que el proyecto. Estamos anclados en miedos que no son reales y eso nos evita pensar en proyectos de futuro.
Y el miedo paraliza...
-O da pie a reacciones impulsivas e irracionales. Pero insisto en que el miedo unifica mucho y, ante ese miedo, el problema de Europa es que no hay rumbo. No hay proyectos que unifiquen pero sí miedos que nos unen.
¿Hacer una lectura excesivamente negativa no es una cómoda guarida para dejar pasar la vida sin mayor implicación?
-Sí. Y en realidad, en toda crisis hay una oportunidad. El problema es que ahora el peso de los elementos negativos parece pesar más. Igual es por carácter, actitud o momento vital pero me cuesta mucho trabajo ver una oportunidad cuando hay millones de personas muriendo de hambre, miles ahogándose en el Mediterráneo y tantos territorios degradados e inviables para la vida humana. Seguramente incido más en los aspectos negativos, y eso puede ser un defecto de mi análisis, pero creo que muchas veces hay un optimismo antropológico sin fundamento en la realidad. No por sonreír vamos a dejar de morir, aunque hace falta la sonrisa.
Suena a desesperanza...
-La esperanza nace cuando se comparte la desesperanza y no se niega la realidad. En ese sentido, el discurso cristiano me estructura. La esperanza nace cuando he podido compartir tras el terremoto de Haití la reconstrucción de un pueblo. Pero para que brote, has tenido que llorar y comer el polvo. Nos falta bajar a los infiernos para poder subir al cielo.
Pero qué difícil es ese descenso. Resulta más sencillo mirar hacia otro lado, o proyectar la porquería que mirarse hacia adentro...
-Nos falta autenticidad personal, y encontrarnos no solo con nosotros mismos sino con los demás. Tenemos una crisis del nosotros aunque, también hay que decirlo, estamos en un momento de transición. Uno de los libros más vendidos es precisamente sobre meditación, Biografía del silencio, y también encontramos un número creciente de movimientos que buscan el encuentro con uno mismo. Vamos siendo conscientes de que hay algo que se nos está escapando. Hay un movimiento amplio de búsqueda, y eso es síntoma de esperanza.