Vitoria - “El que está en Emergencias es porque le gusta, porque aquí hay momentos de satisfacción pero también momentos muy duros”, cuenta Javier Gil sobre el aspecto más personal de su trabajo a bordo de ambulancias y el helicóptero de Osakidetza.
“A los médicos -añade- nos explican cómo curar un infarto, sabes qué hacer, actúas y ya está, nos llevamos al paciente. Los protocolos te dicen que los infartos se curan y te dicen cómo, pero los protocolos no te explican cómo tienes que hablar a una mujer de 45 años cuyo marido ha muerto aunque lo has intentado todo. No te explican qué le dices a un padre que metió a su hija de 2 años a la cama y cuando ha ido más tarde a verla se da cuenta de que no respira. Eso no viene en los libros ni en los protocolos y son situaciones que vivimos, afortunadamente no todos los días, pero sí con frecuencia”.
“Cuando te quitas el uniforme y el chaleco de emergencias porque has acabado tu turno, parece que también te quitas de encima estas experiencias y te vas a casa, pero no es así. Estos avisos traspasan el chaleco y te los llevas contigo. Te dejan en la memoria sonidos -lo que los padres le decían al niño-, imágenes de cuando un ertzaina entra para custodiar el cuerpo... Son avisos que, aunque pase el tiempo, persisten con mucha intensidad en la memoria de las personas que intervinieron. Esa es la parte dura del trabajo”, reflexiona Javier Gil.
Para dar idea de su trabajo cuenta que “en un turno de doce horas puede ocurrir que a las 9.00 te llaman para atender a una mujer de parto, a las 11.00 vas a un accidente de tráfico con fallecidos, a las 4.00 te llaman porque un paciente terminal necesita paliativos y a las 7.00 tienes que trasladar a un niño de un hospital a otro. Hay que valorar en cuántas ramas de la medicina nos hemos movido y, lo más importante, en qué cantidad de situaciones y sentimientos nos hemos involucrado. Te aseguro que a eso no te acostumbras”. - B. Sotillo