donostia - “Me llamaba por las tardes y me decía que quería hablar conmigo sobre religión. Me embaucaba, me hablaba de Dios, de que Jesús nos ve y nos ama, del amor y del cariño y aprovechaba para meterme mano. Me tocaba todo lo que quería”. Josu Berra, de 62 años y vecino de Errenteria, guardaba este secreto desde hace 51 años. Solo lo había compartido con un amigo de su cuadrilla hasta que el pasado viernes se armó de valor, entró en una comisaría de la Ertzaintza e interpuso una denuncia por abusos sexuales por parte de un sacerdote del colegio La Salle de Donostia en los años 60.

Él no sacará “nada de esto”, puesto que el delito ya habría prescrito y ni siquiera sabe si el denunciado está vivo o muerto. Sin embargo, ha querido denunciarlo para “prevenir” e intentar que ningún niño sufra unos hechos similares. “Lo único que quiero es denunciar la situación porque parece que son casos aislados y no lo son. Si mi testimonio sirve para que otros se animen y den el paso... objetivo conseguido”, explica a este periódico.

Berra echa la vista atrás y recuerda que entró al colegio La Salle, que entonces estaba ubicado en el barrio de Herrera, cuando tenía diez años. Los supuestos abusos ocurrieron poco después, con once o doce años, entre 1967 y 1968. El denunciado era su profesor de religión y también el director del coro, el hermano Ángel, quien por las tardes le pedía que fuera a la residencia de los religiosos, anexa al centro escolar, a hablar sobre Dios.

“En aquella época todos íbamos en pantalón corto y por la parte de la pierna me metía la mano hasta donde podía. Tocaba todo lo que le daba la gana”, asegura este hombre, quien insiste en que el religioso le cogía “los testículos y el pene”. Estos hechos ocurrieron en, al menos, una decena de ocasiones, según denuncia Berra.

El profesor le citaba en el recibidor de la casa, un espacio “cerrado” que estaba al lado de la entrada. Pese a que han pasado más de cinco décadas, Berra recuerda “perfectamente ese sitio” y “muchas cosas de ese momento”. “Ahí me contaba sus historias y me hacía los tocamientos”, asegura.

“me pegó un tortazo” Todo terminó durante un ensayo del coro del colegio en el que participan unos ocho niños, que luego cantaban en las misas. Berra era uno de ellos, un alumno “de buenas notas, buen comportamiento, callado, que no respondía nada”. “La víctima propicia”, resume. Ese día, conoció una cara desconocida de su profesor. “Sin darme cuenta vino por detrás, se me acercó y me pegó un tortazo que me fui al suelo. No sabía ni lo que me había pasado, miraba alucinado y él empezó a gritar. Decía que yo no hacía caso, que estaba distraído, que así no iba a aprender. Se puso muy agresivo”, señala. “A partir de ahí le empecé a esquivar, a rehuir y me imagino que se dio cuenta”, indica.

Cuando sucedieron estos hechos, Berra no era consciente de que estaba siendo agredido sexualmente. “Con once años no sabíamos nada, éramos unos críos”, subraya, al tiempo que deja claro que este cura no le hizo daño físico, puesto que nunca hubo penetración. No fue hasta que cumplió “17 o 18 años” cuando se percató de que habían abusado de él, de que había sufrido “tocamientos continuos”.

Se lo contó a un amigo de la cuadrilla e, incluso, le explicó que tenía ganas de buscarle y de “darle una paliza”. “Me dijo que ni se me ocurriera, que me iba a meter en un lío y me lo quitó de la cabeza, pero lo he tenido en la recámara guardado como un maltrago, una mala experiencia”, relata Berra, quien desconoce si algún compañero sufrió abusos sexuales por parte de este cura, puesto que “jamás” lo habló con ninguno.

“muchos más casos” Cada vez que veía un caso en televisión o un periódico, algo se le removía por dentro. Así, más de 50 años después de que ocurrieran estos hechos, el pasado viernes, Berra entró en la comisaría de la Ertzaintza en Errenteria y presentó una denuncia por abusos sexuales. Tuvo que ir en tres ocasiones pero finalmente lo logró. “Si me he animado yo después de tantos años, a ver si se anima más gente que haya pasado por una situación así, porque imagino que hay muchos casos más”, insiste.

Porque sabe que el suyo no es un caso aislado y quiere que “si hay gente que necesita ayuda se le eche un cable”. “Mi caso es muy antiguo, no tiene solución, pasó y pasó, pero sé que hay más casos recientes o gente que puede estar sufriéndo esta situación en estos momentos. Que no lo dejen pasar”, implora este hombre.