Despedimos 2018 y con él un año de aniversarios y recuerdos de los diferentes sucesos que marcaron aquel mítico 1968. Diversos artículos, libros y reportajes han traído de vuelta aquel año en el que todo parecía posible y cuya herencia aún perdura en muchos ámbitos de nuestra vida, con sus luces y sus sombras.
Muchos fueron los lugares en los que el terremoto de aquel 68 provocó grandes sacudidas y muchos también los episodios históricos que lo propiciaron. El Mayo Francés, la masacre de Tlatelolco, las protestas contra la guerra de Vietnam, Berlín, la Primavera de Praga, Martin Luther King o la Conferencia de Medellín, entre otros, cambiaron un mundo que ya no volvería a ser el mismo.
Euskadi no fue una excepción. El 68 trajo enormes cambios que marcarían nuestra historia hasta hoy. Un año en el que culminaron muchas transformaciones que venían gestando y produciéndose desde hacía tiempo, cambiando la fisonomía social, política, económica y religiosa de nuestro territorio. Muchos fueron los acontecimientos de aquel año, imposible retenerlos todos en pocas líneas, pero la sombra de algunos de ellos llega hasta nuestros días.
La Euskadi del 68 poco tenía que ver con la de décadas anteriores en algunos aspectos. La intensa industrialización y el desarrollo económico no sólo habían alterado el paisaje y el urbanismo, también había atraído a un gran número de inmigrantes que venían a trabajar a nuestra tierra. Esto supuso un aumento importante de la población y la consiguiente transformación completa de nuestros pueblos y ciudades, en especial las capitales.
El aumento del número de jóvenes y el desarrollo económico implicó la necesidad de más educación universitaria, motivo de la creación de la Universidad de Bilbao. Se localizó en la antigua Escuela Náutica de la villa, comenzando su actividad con cuatro facultades y 3.000 alumnos. Su creación facilitó un mayor acceso a un gran número de jóvenes a los estudios universitarios y posteriormente hizo posible la fundación de la Universidad del País Vasco en 1980.
La profunda industrialización implicó también otros cambios, como el aumento del peso de los trabajadores industriales, lo que aumentó la conflictividad laboral y la pujanza del movimiento obrero. Aquellos años fueron testigos de intensas luchas obreras con grandes manifestaciones y huelgas. En 1966 comenzó la mítica huelga de Bandas de Etxebarri, en el que sus 564 trabajadores resistieron 163 días en huelga, siendo un ejemplo de organización y resistencia en Euskadi, convirtiéndose en el ejemplo a seguir en las luchas fabriles del 68. Pero la conflictividad no se limitó al mundo obrero. La sociedad vasca de aquellos días seguía sufriendo una dictadura que cada año parecía estar más cerca de su desmoronamiento. La oposición al régimen empezaba a ser cada vez más intensa, desde el ámbito político, laboral, sindical o cultural. Una nueva generación de jóvenes comenzaba a coger el relevo de sus padres en la lucha contra el franquismo y surgían movimientos políticos de todo signo e ideología.
Aberri Eguna en Donostia Aquel año se dieron grandes choques en las calles entre las fuerzas del orden y una oposición que procedía de todos los ámbitos de la sociedad. El 14 de abril se celebró el Aberri Eguna en Donostia. La ciudad amaneció ocupada por la Policía. La represión fue enorme y constante durante toda la jornada, con cargas y detenciones continuas, que hicieron que algunos corresponsales extranjeros titulasen aquella jornada como La batalla de Donostia.
Desenlace idéntico tuvo el Primero de Mayo, en el que el movimiento obrero trató de desafiar al régimen con manifestaciones callejeras. La respuesta del régimen fue también brutal, pero esta vez los choques no se limitaron a las capitales vascas, sino que se generalizaron a muchas localidades de toda Euskadi. El movimiento obrero demostró su gran potencial para enfrentarse al régimen, convirtiéndose en uno de los principales agentes de oposición al franquismo.
Pero quizás, el acontecimiento político que más profundamente marcaría el futuro se dio el 7 de junio en Aduna. El guardia civil José Pardines detuvo un coche sospechoso en un control policial. Mientras inspeccionaba el número de bastidor del motor, fue tiroteado. Se trataba de la primera víctima de ETA. En la huida posterior, también murió quien lo tiroteó, Txabi Etxebarrieta, convirtiéndose en el primer miembro de ETA que fallecía en un enfrentamiento.
Después de Pardines, el 2 de agosto, se cometió el primer atentado premeditado de ETA, el de Melitón Manzanas. ETA certificaba así su opción por la lucha revolucionaria, en auge en aquella época, y por el uso de la violencia. Comenzaría así un ciclo trágico de muerte y terror que no acabaría definitivamente hasta la disolución de ETA este 2018 que acaba.
Pero no sólo el ámbito político marcó aquel año, el ámbito cultural también fue muy activo. El euskera tuvo un papel importante aquel 68. En el santuario de Arantzazu, Euskaltzaindia reunió a figuras clave de la lengua vasca para convertir en realidad uno de los históricos anhelos de la academia, la creación de un euskera unificado que sirviese para superar el fraccionamiento entre dialectos, y la creación de una herramienta que permitiese al euskera llegar a nuevos ámbitos de uso. Surgía así el euskera batua.
El renacimiento del euskera y la cultura vasca llegó también al arte. Aquel 68 se estrenó en el Festival de Cine de Donostia el documental Ama Lur, de Nestor Basterretxea y Fernando Larruquert, en el que se reivindicaba el euskera y la cultura tradicional vasca. Ama Lur, a pesar de la censura franquista, sirvió como referente y catalizador para la cultura y el arte vasco, siendo el precursor del cine contemporáneo vasco, e influyó en múltiples disciplinas artísticas.
La música La música fue una de las artes a las que llegaron aires renovadores. Desde los primeros 60 se comenzaba a ver en la música el instrumento de expresión de la conciencia de un pueblo que buscaba nuevas formas de expresión de sus ansias de libertad. En el 66 comenzó su trayectoria artística el colectivo Ez dok amairu, que trataba de enlazar la música tradicional con las nuevas corrientes musicales europeas, reivindicando la cultura vasca, revitalizándola y, a la vez, sirviendo de cauce de expresión y denuncia contra la dictadura franquista. Una trayectoria que terminaría en 1972, pero que aquel 68 tuvo gran importancia, creando la banda sonora de una generación de jóvenes con ansias de libertad.
Ni siquiera el ámbito religioso se escapó a los aires de cambio del 68. Eran los años del posconcilio y la conferencia de Medellín y la Iglesia comenzaba a preocuparse más por los problemas sociales que sufría el mundo. La Iglesia vasca sufría un relevo generacional y a partir de los años 60 comenzó a mostrarse más crítica con el régimen. En Euskadi, los movimientos cristianos fueron cada vez más activos en el ámbito político y sindical y parte del propio clero comenzó a posicionarse en contra del régimen. En agosto, cuarenta sacerdotes ocuparon el obispado de Bilbao para exigir al obispo Gurpide que se posicionase en contra de la represión, tal como lo había hecho el obispo de Donostia. En noviembre, 63 sacerdotes se encerraron en el seminario de Derio durante 24 días. Sería el preludio de una lucha que continuaría hasta el final del franquismo y que condujo a algunos sacerdotes vascos incluso a la cárcel.
Un año frenético que no tuvo respiro, pero del que queramos o no, en parte somos hijos. Pero no solo de sus éxitos, también de sus trágicos fracasos. Aquel 68 en Euskadi, como en el resto del mundo, significó una ruptura con el pasado y la búsqueda de un porvenir mejor que parecía que estaba al alcance de la mano de una nueva generación. Nuevos caminos se abrieron en todos los ámbitos, pero no todos transformaron el futuro en un lugar mejor. Quizás esa sea la gran lección del 68. Aquel año significó grandes avances en muchas luchas, pero también grandes errores y retrocesos. Un año que cambió el mundo, a través de grandes éxitos y victorias, pero también a través de grandes y trágicos errores.