A sus 23 años Jacqueline Epelde ha dejado de servir copas tras la barra de un bar para sentarse de nuevo en un pupitre de instituto. Su sueño es estudiar Veterinaria en la universidad. Para esta joven de Amorebieta el bachillerato nocturno es “una segunda oportunidad para reconducir mi vida hacia lo que realmente quiero”. Según explica, la diferencia con la adolescente que abandonó la ESO con tan solo 16 años es que “antes no tenía un proyecto de vida y ahora sí lo tengo, antes me conformaba con cualquier cosa y ahora soy un poco más ambiciosa con mi vida”. Jacqueline ha decidido cursar todas las materias de primero de bachilerato porque quiere acabar en dos años, pero entiende que “si alguien trabaja o tiene responsabilidades familiares coja menos asignaturas y termine en tres años”.
“La gran diferencia con el instituto diurno es que la gente que estudia en bachillerato nocturno es porque quiere estar, no porque tiene que estar”. June Olivares (18 años, Bilbao) sabe muy bien de lo que habla. No en vano ha llegado al bachillerato nocturno tras suspender dos veces primero de bachillerato en el turno de la mañana del Instituto Miguel de Unamuno. A día de hoy a esta joven le gustaría cursar Educación Social en la UPV/EHU, pero sabe que no se pude dormir en los laureles y se alegra de haber dado el paso. “No me arrepiento para nada de haberme cambiado a nocturno a pesar de que mis amigos me decían que solo hay gente adulta, pero en realidad es gente normal y corriente”, dice. “Me molesta que la gente tenga prejuicios, porque la realidad es otra cosa, incluso mejor”.