Haciendo gala del ABC del pensamiento positivo, la getxotarra Sofía Álvarez de Eulate, psiquiatra del Hospital de Basurto y presidenta de la Sociedad Vasco-Navarra de Psiquiatría, transmite optimismo y vitalidad. “Yo a casi todo le veo ventajas”, reconoce esta especialista con una dilatada experiencia.

Parece que vivimos en una sociedad que necesita practicar mindfulness, yoga o leer permanentemente libros de autoayuda para tener un poco de paz mental. ¿Tan ansiosos estamos?

-A veces más que hablar de ansiedad, prefiero hablar de activación adrenérgica. No te asustes. Explicado de forma sencilla es que nosotros tenemos un sistema de alarma que se enciende, y pasa de verde a amarillo o a rojo si nos sentimos amenazados. Y en el mundo moderno las amenazas no pasan por que nos coma un león. Es un ejemplo. Si no que las amenazas se traducen en la pérdida de trabajo, del amor, la pérdida de un ideal de uno mismo o de algo que consideramos valioso. Además, el mundo se mueve muy deprisa, los desafíos son múltiples y muchas veces vamos acelerados.

¿Esa velocidad es la causa del desasosiego o la intranquilidad?

-La verdad es que creo que existe la sensación de que vamos corriendo a todas partes. A veces no se sabe muy bien a dónde ni por qué. La sensación general que tiene mucha gente es la de no dar abasto. Y además pasamos épocas de confusión respecto a valores, a decisiones que pueden marcar nuestra existencia.

Nuestro entorno es muy confuso. Hay constantes cambios que no controlamos. ¿Esa es la razón de tanto estrés o quizá es que nos exigimos demasiado?

-Me gusta pensar que vivimos tiempos de cambio. Y el malestar surge cuando hay una desproporción entre los desafíos que afrontamos y los recursos que tenemos. En algunos entornos, generalmente urbanos, quizá lo que ocurre es que tenemos grandes expectativas sobre la vida y eso nos condiciona. ¿Estresados? Lo que nos pasa es que tenemos la sensación de no estar a la altura, como madres, como padres, como hijos, como amigos, como amantes, como profesionales... Porque es muy difícil estar a la altura todo el rato.

Ese no poder estar a la altura ¿conlleva ese consumo masivo de ansiolíticos y tranquilizantes... de pastillas para pasar el mal trago?

-Hay sufrimientos que son innatos a la condición humana, la soledad, debilidad, fases de tránsito, decepciones... En la historia, cada uno se ha apañado como ha podido. En algunos momentos ha ayudado el alcohol, o el masticar hojas de coca, otros han recurrido a la religión. En estos momentos la petición de medicación obedece a que vivimos en un siglo en que la religión ha dado paso a la fe en la ciencia. De ella, esperamos respuestas y alivio. La enfermedad mental no es más frecuente. Pero sí lo son los malestares y sus formas de expresión que tienen que ver con la condición de vivir.

La vida es dura.

-La vida está llena de contratiempos y de desafíos, no de problemas. Los humanos necesitamos desafíos para crecer porque son estimulantes. En este sentido, suelo decir que hay un estrés que es bueno y que la rutina nos mata, pero la incertidumbre continua también nos mata.

Algunos dicen que el problema es que no sabemos gestionar las frustraciones y los sinsabores diarios.

-Siempre ha habido sinsabores difíciles de tragar. Tampoco es que nuestros padres o nuestros abuelos se tomaran mejor las cosas. Lo que ocurre es ellos tenían más resignación. Resignación que, si bien conlleva sufrimiento, facilita el tolerar algunas frustraciones. Lo que va inherente a la historia del hombre es que varían las formas de expresión y el manejo.

¿En la consulta del hospital qué tipo de problemas ve mayoritariamente? ¿Acuden más pacientes con enfermedades mentales?

-En la Urgencia vemos un poco de todo, pero en el hospital no todos los casos que atendemos son gravísimos. Se ven muchos síntomas de ansiedad que responden a los desafíos que en un momento dado se deben enfrentar como puede ser una separación, un cambio laboral, una maternidad... Y asistimos a mucha gente normal en situaciones anormales. Son pacientes que enfrentan diagnósticos de cierta gravedad o en situaciones de pérdidas funcionales o de autonomía que pueden requerir intervenciones en momentos puntuales.

Solemos hablar de la ansiedad de los adultos pero también afecta a la infancia. Tengo una sobrina de 12 años que no come ni duerme, agobiada por los exámenes. ¿Los niños también se deprimen?

-Sin duda. Como padres y como sociedad somos más sensibles a las necesidades emocionales de los críos. Pero también les hemos creado una gran presión con la expectativa de que sean felices. En mi época, mis padres pedían que los hijos fuéramos honrados, trabajadores y buenas personas. Los padres de ahora quieren, sobre todo, que sus hijos sean felices.

Pero eso no es malo.

-No, en absoluto. Pero parecen no entender que los hijos también pueden tolerar algunas infelicidades y aprender de algunas experiencias no tan agradables. Vemos un estrés muy común que parece exacerbado. Es verdad que se pasa muy mal viéndoles sufrir pero ellos deben pasar por sus propias confusiones, sus propias desilusiones... En el tema de los estudios detecto cierta obsesión. Sin negar la importancia que tiene tener una buena formación, parece que fueran los padres los que se examinaran. Y esto no es un maratón.

Los padres que matan a los hijos o los hombres que acaban con la vida de sus parejas ¿son enfermos mentales?

-En general, no hay una enfermedad mental debajo de esa conducta. Muchas son personas que se ven en una situación límite debido al consumo de sustancias tóxicas. Y en algunas situaciones, con algunas emociones internas, y con personalidades que no tienen un límite claro de lo que es el respeto por la vida humana, algunas personas se llegan a encontrar en situaciones en las que hacen algo que nunca pensaron, ni ellos ni nadie, que podrían hacer.

Las patologías psiquiátricas están cuestionadas. Alguna gente acusa a las farmacéuticas de inventarlas como el TDAH. También se dice que se medicalizan en exceso, hablo por ejemplo de la depresión.

-Sí, pero probablemente no solo tiene que ver con el culto a la ciencia como nuevo Dios. Tiene también que ver con que la población tiene cubierta su asistencia sanitaria y el médico es una figura próxima, de fácil acceso. No todo el mundo tiene posibilidades de orientación educativa. Sin embargo todos tenemos cerca un médico de cabecera para traducirle en síntomas nuestro malestar. Mire doctor, no duermo, tengo una presión en el pecho, no puedo comer, me duele la cabeza o me encuentro triste.

¿La percepción de la realidad cambia según donde vivas? ¿Un pueblo genera menos tristeza que la gran ciudad?

-Nadie se libra del malestar emocional pero la sensación y el manejo es diferente en distintas culturas y ubicaciones. A veces también tenemos idealizada la vida en el campo. Casi todos los urbanitas disfrutamos mucho de un buen fin de semana rural pero no creo que sea la solución a todos los males. Lo que habría que preguntarse es qué le sienta bien al cerebro.

Respóndase, por favor.

-Al cerebro le sienta bien estar muy cercano a la naturaleza, a los ciclos de la vida, a los animales, porque las velocidades del cerebro para los cambios son otras a lo que demanda la sociedad moderna. Una de las situaciones que más protege a los humanos es compartir. La compañía multiplica el goce y reduce el sufrimiento a la mitad. Un buen círculo de relaciones nos da un colchón que nos permite amortiguar los golpes de la vida.