bilbao - Un día salieron de casa sin dejar rastro. Son desaparecidos, personas que nunca regresaron después del trabajo, las que no llegaron a una cita, personas que vagan por ahí sin recordar quienes son, menores en pleno brote de rebeldía o gente que simplemente se marcha voluntariamente y reclama su derecho al olvido. Catorce personas desaparecen cada día en Euskadi, 4.837 lo han hecho desde el pasado mes de enero. Afortunadamente el 97% de ellas ha vuelto con los suyos en perfecto estado. Sin embargo, a día de hoy 461 ciudadanos vascos continúan en paradero desconocido, 22 expedientes tienen una clasificación de riesgo alto y otros dos son desapariciones que presentan rasgos criminales. Estos últimos suelen estar relacionados con asuntos vinculados al tráfico de drogas.

Esta es la lista oficial de los casos abiertos de personas desaparecidas en Euskadi. Pero aunque las pistas se hayan enfriado, la Ertzaintza sigue un método de investigación “para que no haya ninguna persona desaparecida en Euskadi y tampoco haya ningún resto cadavérico sin identificar al que podamos poner un nombre”, afirma Joseba Urrutia, jefe de la Unidad de la Policía Científica. El protocolo y el sistema de alertas que aplica la Ertzaintza desde el año 2010 -que actualiza periódicamente la investigación- han mejorado la intervención policial y la coordinación con otros países, sobre todo con los del Espacio Shengen a través de Interpol y Europol.

La sociedad vasca se conmovió con Hodei Egiluz, el joven de Galdakao cuyo cadáver fue hallado en Amberes tras dos años sin que sus padres tuvieran noticias de él. Y el próximo 7 de enero se cumplen cuatro años de la desaparición en Colombia del gasteiztarra Borja Lázaro. El servicio central de Investigación Criminal de la Ertzaintza “sigue hablando dos o tres veces al mes” con la policía colombiana para conocer la situación de la investigación, concretamente con el grupo Gaula, que se dedica a las desapariciones forzadas y no forzadas.

Egiluz y Lázaro son quizá los desaparecidos más conocidos por su impacto mediático. Pero hay otros muchos casos anónimos, recientes y lejanos en el tiempo que aún permanecen abiertos como el de Francisco V.D., visto por última vez en Bilbao; Jon Iñaki A.G, en Aia; Aitor Martín, en Laudio... Mari Carmen G.C. (Mamen) es el expediente más antiguo que investiga la Ertzaintza. Esta bilbaína desapareció el año 1988 en la Ciudad de Huaras en Perú, país al que viajó para escalar el monte Huscaran. El último día en que fue vista con vida llevaba un forro polar de color gris y azul de marca Libero, pantalón de montaña de color azul, botas de color marrón de montaña y una mochila de color rojo.

“Hay decenas de familias vascas que además del dolor de la pérdida de un ser querido siguen soportando la desesperación y la incertidumbre de que sus preguntas no obtienen las respuestas esperadas”, afirma Roberto Izaga, especialista de la Unidad Científica. La principal tarea de la Ertzaintza, dice, “es la búsqueda de las personas que desaparecen”. Y la clave para que la investigación termine con un final feliz es “empezar a hacer cosas desde el primer momento”, desde que llega a comisaría la denuncia de un familiar o un aviso. Según explica este investigador, “ya no esperamos 24 o 48 horas como antes porque en estos casos el factor tiempo juega en contra de la búsqueda porque se pierde el rastro de la persona”.

Actuación inmediata DNA se ha trasladado hasta la Base Central de la Ertzaintza (Erandio), donde se localizan las oficinas y laboratorios de la Unidad Científica para conocer el proceso policial que hay tras una desaparición en una época en la que paradójicamente parece difícil no estar localizable las 24 horas del día. Después de la denuncia, se abre una ficha y la policía comienza a recabar toda la información preliminar para identificar a la persona preguntando a su círculo más cercano. También se piden las huellas, la ficha dental y un perfil genético. En ese dossier antemortem se incluye una descripción física detallada del aspecto de la persona, así como de la vestimenta y objetos que pudiera portar (gafas, alianzas, documentos, llaves). Piden a los familiares fotografías recientes del individuo así como de detalles significativos como tatuajes, cicatrices o lunares. También se suele tomar una muestra biológica (hisopo bucal) a los parientes de primer grado para obtener ADN. Además del historial bucal, se pregunta sobre la historia médica por si el desaparecido tuviese alguna fractura o prótesis a la que poder rastrear el número de serie y modelo. “Toda esta información es muy importante para arrancar la búsqueda e identificar cadáveres sin nombre”, afirma Izaga.

Inmediatamente después de abrir la ficha se moviliza a los efectivos de la policía, Protección Civil o voluntarios para comenzar la búsqueda. En paralelo, la Ertzaintza introduce todos estos datos en el sistema de información de personas desaparecidas y cadáveres o restos humanos sin identificar, lo que en el argot policial se conoce como PDyRH. “Esta base de datos cruza la información premortem contra datos de expedientes de cadáveres y restos hallados en todo el Estado. Y en caso de que ofrezca alguna coincidencia, analizamos el caso para descartar posibles errores de identificación”, comenta este investigador.

El último expediente esclarecido mediante el PDyRH fue el de un varón de 32 al que se le perdió la pista en Donostia en 2015 y cuyo cuerpo apareció un año después en una zona cercana al lugar donde fue visto por última vez. “Este hombre salió de su casa para ir a buscar a su hermana después de trabajar y nunca más se supo de él a partir de las 10.30 de la noche de la desaparición”, recuerda Izaga. Se abrió el caso, se movilizaron todos los efectivos de búsqueda, pero el paso del tiempo diluyó el rastro de este joven. Al de un año, comenta Izaga, “apareció un cadáver en una zona próxima al lugar de la desaparición y los datos posmortem de la autopsia realizada por los forenses confirmaron que el cadáver se correspondía con el joven desaparecido”.

La muerte no suele ser el desenlace habitual de estos casos. “Lo normal es que en dos o tres días la persona aparezca viva, sana y sin ningún problema. Estamos hablando de que puede haber un 3% o 4% de los casos sin resolver”, asegura Izaga. El perfil de las personas desaparecidas es muy variado. Habitualmente, “suelen tener algún problema psiquiátrico, personas que han tenido alguna inversión que ha salido mal, gente con problemas económicos y familiares, temas de herencias o personas que se van y que no quieren saber nada de sus familias”, afirma Izaga.

En el caso de los menores, “la mayoría viven centros de acogida que lo que quieren es desvincularse de ese régimen de tutela e irse a otro lugar”. Según apunta este especialista, ahora no se detectan más desapariciones “solo que tienen más impacto mediático”. Al parecer, esta época de navidades y fin de año “suele ser conflictiva” porque hay gente “que se desequilibra un poco más por el tema familiar... Se ve que en esta época estamos un poco más alterados”.

El sufrimiento de las familias Izaga conoce de primera mano el sufrimiento de las familias ya que el padre y la madre de Hodei le facilitaron unos molares de su hijo como muestra genética durante la investigación. “Te impacta mucho la problemática familiar, te llega al corazón y te afecta”, dice. Una de las angustias a las que debe hacer frente el entorno cercano es el miedo al olvido que inevitablemente le llega a medida que el tiempo pasa y no se producen avances.

Para paliar este sufrimiento, la Er-tzaintza se ha “autoimpuesto” un sistema de alertas que, en función de la calificación de riesgo de la persona desaparecida, manda un mensaje de forma periódica a los familiares y a los profesionales que han intervenido en la investigación a fin de actualizar el expediente. Y en caso de que haya aparecido la persona se informe para poder cerrar la ficha. “La idea es que siempre que haya una aparición se comunique, lo que ocurre es que muchas veces las familias han denunciado que una hija se ha ido de juerga por ahí, llega a casa y no comunica su aparición por lo que sigue estando oficialmente desaparecida”, afirma Urrutia.

Gracias a este sistema de mensajes la Ertzaintza ha llegado a esclarecer algún caso, pero lo que se ha conseguido realmente “es que no se olviden los casos porque nos obliga a estar siempre alertas sobre las posibles novedades y que el rastro no se quede completamente frío”. Además, el jefe de la Científica explica que el propósito final es que “no haya una familia en una situación de desasosiego y que le podamos echar una mano. En esa instrucción que nos hemos autoimpuesto prevé que cada comisaría tiene que tener un portavoz que mantenga un contacto con la familia para conocer cuál es la situación e informarle de los avances”.