Bilbao - Solo una de cada diez casos de abusos sexuales llega a los juzgados, según los expertos, y en el 99% de ellos la condena es absolutoria. “Eso quiere decir que sólo se resuelve uno de cada 1.000 casos”, lamentó Maite Sánchez, trabajadora social. Además, los ponentes de las jornadas Rompiendo el secreto de la violencia sexual contra la infancia calificaron de tortuoso el proceso judicial por el que tienen que pasar las víctimas.
“Se cometen verdaderas barbaridades. Son procesos en los que se las revictimiza, se las maltrata”, sostuvo Sánchez. “Solo será condenado el pederasta contra el que haya pruebas irrefutables como lesiones físicas, fotografías muy evidentes o grabaciones, y a veces ni eso”, explicó la trabajadora social.
El psicomotricista Jon Arana narró un caso real ocurrido recientemente en Bilbao “que nos ha llegado a todos”. “Es una historia real que comienza con el relato de abusos de una niña de tres años y nueve meses”. Tras dos años de proceso judicial “se celebra el juicio a puerta cerrada”. “Por parte de la madre son propuestos como testigos, en calidad de peritos, el pediatra de urgencias que atendió a la menor cuando narró los hechos, el médico forense de los juzgados que acude al hospital, la terapeuta de la diputación que ha tratado a la niña, los ertzainas responsables de recoger la denuncia y detener al padre y los dos profesionales psicosociales del juzgado.
Por parte del padre va su hermano, un amigo del hermano, la abuela y la señora de la limpieza de la abuela que no conoce ni a la niña ni a la madre. Y después de todo esto la sentencia es absolutoria”, explicó Arana.
Pilar Polo lamentó que en el proceso judicial no se tengan en cuenta los dibujos de los menores, “porque es la forma en la que ellos se expresan”.
Asimismo, Maite Sánchez señaló que “en el proceso solo habla el 23-23 por ciento y encima, en el juzgado, se retracta por presiones, culpa...”. Por si fuera poco, según los expertos, tras el juicio, muchas madres se arriesgan a perder la custodia de sus hijos y las víctimas se ven obligadas a ver e incluso vivir con su agresor. - M. Martínez