La maternidad ha salido en los últimos tiempos de la esfera privada para meterse de lleno en el debate público. Los cambios sociales, profesionales y de papeles que ha protagonizado la mujer en las últimas décadas han impactado también en la maternidad “y por fin” se habla de ello de forma pública, se felicita la psicóloga Patricia Ramírez. “Hoy en día no basta tener hijos impolutos, buenos estudiantes y educados. Triunfar hoy en día para la mujer implica ser buena madre, una brillante profesional; conseguir tener un grupo de amigas, aprender a ser independientes a nivel emocional y económico; tener su parcela para leer, hacer ejercicio y practicar aficiones; entrar en una talla 40 el resto de su vida; tener al lado a un hombre que valore su esfuerzo, su trabajo, la quiera tal y como es, sea cariñoso y comprensivo, y sepa compaginar con ella las tareas domésticas y la educación de los hijos”, explica.
“Demasiados roles, exigencias y expectativas altísimas”, que cuando no se cumplen a la perfección surgen sentimientos negativos. “Hay madres que se creen malas madres por no cumplir con sus expectativas o las que impone la sociedad”, sostiene Ramírez. En 2013 nació el Club Malamadres, que con mucha ironía trata de combatir este estereotipo. Su fundadora, Laura Baena, empezó a volcar en un blog sus vivencias tras nacer su primera hija y regresar a la vida laboral. “Además de los cambios físicos y emocionales que sufres, es entonces cuando te das cuenta de que no eres una superwoman, de que no llegas a todo. Quería denunciar que nadie te cuenta la realidad de lo que es ser madre”, afirma Baena.
En el imaginario colectivo se asocia la maternidad con conceptos como ilusión, amor incondicional, ternura, protección o entrega, pero se obvia la parte menos “maravillosa” que representan el miedo, la inseguridad, la frustración, la culpa y, sobre todo, “la pérdida de autonomía y libertad”. “A partir de ahí eres responsable de unas personas y te cambia todo, cambia tu relación de pareja, te cambia el tiempo que dispones para ti, y reconocer eso no está mal. Hay gente que va con la bandera de que ser madre es lo mejor que les ha pasado en la vida, sin reconocer este tipo de emociones, y hacerlo no significa que no quieras a tus hijos”, subraya la psicóloga. “Muchas mujeres están hasta las narices de sentirse culpables, han abierto el debate y se han visto apoyadas y reforzadas”, agrega. Sin embargo, las críticas también han sido feroces. Cuando la periodista Samanta Villar publicó el libro Madre hay más que una (Ed. Planeta) tuvo que escuchar todo tipo de insultos en las redes, incluso hay quien pidió que se le quitara la custodia de sus mellizos.
“La mujer tiene un nivel de exigencia altísimo para estar en todo. Esto viene de la educación. La exigencia es la debilidad más valorada, cada vez que somos exigentes con nosotros mismos, vamos consiguiendo cosas pero a un precio altísimo. Esto viene de la educación, del colegio, de la famosa frase de los padres, errónea, de que salga todo a la primera. La gente se esfuerza por que salga todo bien y salga a la primera y si no es un fracaso y nos machacamos como personas”, explica Ramírez, quien deja claro que “tener la casa impoluta, ocuparse por completo de los niños y trabajar fuera de casa es imposible, no llegamos ninguna”.
“Cuando nació Ekain, pensé esto no me lo habían contado así”, reconoce Eider, de 35 años, madre de un niño de dos años y embarazada de siete meses. Está sentada junto a su madre, Dori, y su abuela, Mari, con quienes reflexiona sobre la maternidad y su evolución a lo largo de tres generaciones. “Siempre se ha contado el lado bueno y si tú no vives así la experiencia te sientes mal, porque para todo el mundo es lo mejor que les ha pasado en la vida, lo más maravilloso”. “Yo siempre he tenido claro que he estudiado para trabajar de ello y no quería renunciar a eso”, cuenta Eider, psicóloga de profesión. Trabaja media jornada, lo que le permite llevar todos los días a su hijo a la ikastola e ir a recogerlo a la salida. Para ella, el cambio que supuso dejar de trabajar y quedarse en casa cuidando de su bebé “fue duro”.
“De repente no tienes nada de qué hablar, has estado todo el día entre pises, cacas, biberones... Cuando llegaba Oskar (su pareja) del trabajo, le decía por favor, cuéntame algo”. Para esta sestaoarra, “lo peor fue el primer mes, de angustia”. “Tú no estás bien del todo y tienes muchas inseguridades. Yo era una persona bastante segura y con bastante decisión y desde que nació el niño tengo dudas de todo. Cuando veía que se acababa el permiso de paternidad me angustiaba porque no sabía si iba a ser capaz. Luego sales adelante, por supuesto”, relata.
Eider se quedó en casa las 16 semanas que dura el permiso de maternidad y los 15 de lactancia que otorga la empresa. “Yo soy súper planificadora, por la mañana pensaba todo lo que iba a hacer a lo largo del día y al final no hacía nada, no podía. Llegaba la tarde y seguía sin comer, al final llamaba a Oskar y le pedía por favor, tráeme algo de comer”, cuenta. Pasados los primeros cuatro meses, la joven volvió al trabajo y Ekain empezó la guardería. “Yo pienso mucho como Samanta y lo he pensado a lo largo de estos dos años con Ekain, que he tenido que renunciar a muchísimas cosas y he perdido mucho de mi vida para estar con él, y eso no quiere decir que no le quiera o que no quiera estar con él, solo que reivindico mi espacio y mi tiempo”, afirma.
De la misma opinión es Dori, de 63 años. “¿Qué voy a decir? ¿Que es lo mejor que me ha pasado? Pues en realidad sí, pero creo que la maternidad está muy idealizada”, sostiene. La mujer, jubilada ya, cuenta lo duro y complicado que resultaba compaginar casa, hijos y vida laboral, en una época además en la que “no había reducciones, ni excedencias, ni tiempo de lactancia, y no te daban ningún tipo de facilidades”. Trabajaba de nueve a seis y era su marido el que se encargaba de llevar a sus dos hijos a la ikastola. “Cuando eran pequeños me preguntaban por qué no les llevaba al colegio como las otras amatxus, ahí te quedabas un poco como atenazada. Cuando te hacen esas preguntas duele. ¿Cómo se lo explicas? Esa temporada fue dura”, rememora.
El sentimiento de culpa estaba muy presente. “Cuando me casé tenía muy claro que no quería tener hijos inmediatamente, esperamos cuatro años, y también tenía claro que quería trabajar fuera de casa”, explica Dori, lo que suponía estar siempre corriendo “y solapando una cosa con otra”. “Otra de las cosas que no se tiene en cuenta es que, tras el parto, de quien hay que estar pendiente es de la madre. Desde el momento en el que nace el niño, la madre pasa a un segundo plano y es la que más necesita atención, porque como te venga un bajón... Que es muy habitual. Yo veía que no llegaba a todo y me ponía histérica. Tenía un plan en la cabeza, pero con niños los planes no sirven para nada. Al final llamaba a mi ama y sacaba el niño a pasear para que yo hiciera las cosas de la casa”, rememora Dori.
Como las mujeres de la época, la abuela Mari, de 86 años, dedicó su vida a cuidar a sus dos hijas y la casa, “atendiendo a mi suegro, mi cuñado, mi marido, las niñas y un posadero que tuvimos una temporada”. “Yo no tenía a nadie que me echara una mano porque mis padres estaban en Soria. Era mucho trabajo pero era así”, cuenta resignada. “Toda la ropa que han llevado hasta que se han casado se la he hecho yo”, añade orgullosa. “Y yo he tenido suerte porque he tenido un marido que me ayudaba en todo, que en aquellos tiempos no era lo normal. Antes nadie te echaba una mano ni se reconocía tu esfuerzo ni tu trabajo, para ellos era lo normal”. Mari, al igual que sus contemporáneas, es el ejemplo perfecto de abnegación y sacrificio con el que durante décadas se ha retratado a la maternidad en la sociedad.
Sus partos fueron en casa, con comadrona. “Tuve a las dos de madrugada. Recuerdo que con la primera, después de cogerla mi marido se fue a trabajar porque tenía que hacer el relevo de las seis. Luego vino mi tía y me dijo: no te duermas, estate atenta para no dormirte, porque podía tener hemorragias, y tenía que estar pendiente yo, porque sino, ¿quién lo iba a estar?”, pregunta.
A pesar de todo, Eider tiene claro que “no dejaría de trabajar para quedarme en casa”. “Yo creo que para los hijos también es sano que su madre tenga su propia vida, que sea feliz, porque eso se transmite”, reflexiona. Una tesis que comparte la psicóloga Patricia Ramírez, quien zanja: “Tu vida como madre no puede anular tu vida en pareja, tu propia vida”.
“Cuanto más te enriquezcas tú más emociones positivas compartes con los tuyos. Y creo que también es importante de cara a darles un modelo de conducta, decir: ‘oye, que la maternidad o paternidad no es sacrificar tu vida entera. Lo que necesitan los niños es que les dediques tiempo de calidad”, asegura Ramírez. Como conclusión, el consejo que Eider le daría a una futura madre primeriza: “Le diría que se pasan momentos duros y que por eso no eres ni mejor ni peor madre”.