santiago de compostela- En cuestión de minutos, las anaranjadas llamas fueron capaces de decolorar los paisajes gallegos y asturianos, y también de eclipsar los cielos. Han sido más 35.000 hectáreas devastadas a las que costará y mucho recuperar su vegetación y su fauna. También a muchas familias les costará reponerse -en lo moral y en lo económico- de esta ola de fuegos exterminadores y que en los manuales de prevención y extinción ya se conocen como incendios de quinta y sexta generación.

Los expertos en la lucha contra este tipo de siniestros también coinciden en que la aparición de esta nueva familia de incendios es otra consecuencia más del cambio climático. Suelos extremadamente secos, extenuados ante la ausencia de agua, y la inestabilidad de una meteorología que se salta los patrones estacionales habituales son el escenario idóneo para que se produzcan estas “tormentas de fuego” como las describe Marc Castellnou, ingeniero forestal y una de las voces más respetada en este campo.

Los testimonios de las personas que tutearon al incendio en Nigrán (Vigo) describen cómo los termómetros de los coches llegaron a marcar más de 90 grados centígrados “cuando el viento roló de forma violenta e inesperada y envolvió en llamas” a los vehículos que trataban de huir en caravana del desastre. “Un súbito cambio de viento hizo que los árboles empezaran a arder a ambos lados de la carretera formando un túnel de fuego. Las llamas, en cuestión de segundo, convirtieron aquello en un auténtico infierno”, relataban.

En palabras de este analista de incendios, sucesos de esta naturaleza (y violencia) no son casos aislados. Ahí están los ejemplos de Chile este pasado verano, y los de Pedrograo Grande (Portugal) y Doñana hace también unos pocos meses. Un daño colateral del inaplazable cambio climático que ya recorre el planeta de norte a sur y que requiere de actuaciones ambiciosas y “creativas” para combatirlo. Así lo entiende Castelnou [que también preside la Fundación Pau Costa], quien pone el foco en la necesidad de atender este tipo de emergencias antes de que se produzcan.

“Sin duda veremos más incendios como estos” resumía con los rescoldos de los fuegos en Galicia y Asturias (y en Portugal) aún humeantes. Y sabe de lo que habla. Fue uno de los pocos elegidos por la Comisión Europea para visitar a comienzos de año la carbonizada zona cero de Chile y tratar de entender el por qué de estos fenómenos pero sobre todo, empezar a diseñar y planificar una gestión ordenada -y sostenible- del paisaje. Esa es la solución a su juicio. “Hay que entender lo que está pasando y crear un nuevo paisaje”, insistía Castelnou.

La actual coyuntura climatológica marcada por un imparable aumento de las temperaturas medias, épocas de sequías más continuadas, y olas de calor más frecuentes está provocando estrés en la vegetación, como les gusta decir a los expertos. O, lo que es lo mismo: pierden su humedad y, en consecuencia, se convierten en combustible; tanto, que incluso las laderas de orientación norte ya no cumplen sus funciones de cortafuegos, lo que dificulta las labores de extinción

Pero en esta peligrosa coctelera falta un ingrediente más. Para muchas voces expertas, el principal: el paisaje. Y es que, la transición a la vida urbanita ha significado una transformación del mundo rural: ya no se recoge leña, el pastoreo es una actividad anecdótica, la maleza ha invadido los caminos rurales,? Castellnou habla de la necesidad de que el ser humano se replantee su relación con el monte, de recuperar la vida y economía del campo y, sobre todo, de gestionar los recursos para evitar tragedias como las vividas en Galicia y Asturias.

Por ese mismo motivo animan a las instituciones a integrar la planificación paisajística en las políticas de ordenación territorial, tal y como ya se hace con el riesgo de inundaciones. Pocos días después de estos grandes incendios forestales (GIF) la Federación Gallega de Municipios y Provincias (Fegamp) se conjuraba para que este tipo de sucesos no se repitan al tiempo que abogaban por acordar una política frente al fuego que responda, entre otros, a criterios paisajísticos. “Un monte que no se produce es un monte que está condenado a arder” avisaban. Una reflexión compartida por Castellnou cuando explica que el problema está en “los paisajes continuos, no gestionados”, en los que se acumula carga cada vez más estresada, seca.

“Por mucho que apagues incendios, cuando el fuego se propaga a seis u ocho kilómetros por hora, no puedes afrontarlo. El estrés del paisaje hace que se propague mucho más rápido”, resumía este analista del Grupo de Apoyo de Actuaciones Forestales (GRAF) de la Generalitat en un seminario. Y llamaba la atención Castellnou ante otro hecho: los bosques crecieron y se hicieron adultos hace decenas de años, siglos incluso, y no se han podido adaptar al calentamiento global.

Esta circunstancia les convierte en espacios con una gran dosis de estrés y, en consecuencia, son grandes imanes para el fuego. De hecho, los especialistas en la prevención de estos Grandes Incendios Forestales (incendios de sexta generación) reconocen que “hay un gran incendio remotamente posible que hemos empezado a trabajar en ejercicios junto con el de la Selva Negra alemana y es el prepirineo desde Navarra hasta Girona. Estas dos zonas son ahora mismo escenarios de futuro para un potencial megaincendio”.