Me quedé sorprendido el otro día cuando llegando a la parada de Jacinto Benavente, próxima a una clínica veterinaria, vi que esperaba en la marquesina un hombre con una cría de jirafa. Al detenerme, el señor, muy educadamente, me preguntó si podía subir al autobús con su mascota:
-Verá, es una monada de animal -me dijo-. Aún es bebé, le acabo de hacer la primera revisión y no quiere seguir andando. Se ve que la pobrecita está cansada.
-Ya, pero me temo -le respondí perplejo-, que no puede subir con ningún animal que no vaya en un trasportín o dentro de una jaula. Y a decir verdad, dudo mucho de que la legislación actual le permita a usted tener como mascota a una jirafa africana.
Continué la marcha hacia Olarizu sin creerme muy bien lo que me había encontrado. Mientras miraba de reojo por el retrovisor viendo a lo lejos el largo cuello de la jirafa, un viajero jubilado sentado en la parte delantera me habló:
-Vaya cosas que vemos -exclamó-. Yo he sido taxista muchos años en Cabárceno y si le contara lo que han llegado a intentar subir al coche?
-Le aseguro que mi capacidad de sorpresa es bastante alta -respondí sincero-.
-En cierta ocasión -recordó-, un viajero entró con un cocodrilo del Nilo con la intención de llevarlo al parque de la naturaleza porque la casa se le había quedado pequeña. El animal estaba ya bastante crecidito y mordió el asiento del copiloto arrancando el reposacabezas. Menos mal que no iba nadie ahí sentado.
-¿Qué me dice?
-Como lo oye. Otra vez me metieron en el maletero una cebra enana que se mareó muchísimo. No vea cómo dejó la tapicería. También en uno de los viajes desde el aeropuerto de Oviedo, un hombre que llevaba una tarántula la perdió por entre los asientos. Tardamos dos horas en encontrarla?
-Increíble.
-Pero lo que recuerdo con más angustia fue el día que recogí a una mujer joven, que llevaba enroscada en el cuello una serpiente pitón de casi tres metros de larga.
-¡No es posible!
-Se lo juro. Apenas podía hablar por la opresión del ovíparo en el gaznate. Me indicó que la llevara al hospital comarcal. Le recordé que allí no atendían a los animales, y la chica toda lívida me dijo que no era para la serpiente, sino para ella porque no podía respirar y se encontraba muy mal. Me imagino que sería cosa de la gripe. Así que ya ve -concluyó- sobre animales raros lo sé todo.
-Permítame entonces que le ponga a prueba -le reté-: ¿A que no sabe cuál es el animal que después de muerto da muchas vueltas? -le pregunté cuando iba a bajarse en la Zumaquera-.
-No existe ningún animal así -respondió rotundo desde el bordillo-.
-Claro que sí: ¡el pollo asado!