donostia - Habla de “racismo antimusulmán” al referirse al discurso que convierte el Islam en algo radical. Entiende, a su vez, que los centros escolares “no tienen ninguna potestad para prohibir el uso del velo” en las aulas. La antropóloga, profesora de la Universidad Autónoma de Madrid y experta en migraciones, Ángeles Ramírez, participa hoy en Donostia en los encuentros sobre Islamofobia y genero, que se celebran hasta mañana en la Facultad de Psicología de la UPV, organizados por SOS Racismo.
¿Vivimos en un estado islamófobo?
-No llega a ser racista, pero sí es un país con rasgos xenófobos acentuados tras los atentados en Catalunya. Se ha generado un discurso contra el Islam y los musulmanes, quizá no tan radical como en Francia o en Estados Unidos, pero que nos conduce a la islamofobia. Hay quienes piensan que se trata de críticas legítimas, pero esas críticas no son nada inocentes ni tibias.
¿A qué se refiere?
-En esas críticas hay un reconocimiento tácito de que en la religión musulmana está la semilla de relaciones de desigualdad hacia las mujeres, la semilla de la violencia, y a partir de ahí se construye un discurso que parece llevarnos al Islam. El concepto de radicalización tiene que ver con todo ello. Supone que hay un camino a recorrer desde la normalidad hasta la conversión terrorista. Un camino que está sembrado de la adopción de prácticas religiosas.
Un camino que usted no ve...
-Tras los atentados del 17 de agosto, ha habido muchas personas con responsabilidad en los medios que, de alguna manera, responsabilizaron a las comunidades musulmanas de lo ocurrido. Es decir, que en el Islam existe una base potencial susceptible de convertirse en algo radical. Eso sí es islamofobia, aunque yo prefiero llamarlo racismo antimusulmán. Se relaciona la práctica del Islam con el terrorismo como si fuera algo que potencialmente está ahí por sí mismo y es susceptible de convertirse en algo violento.
¿Y usted que opina?
-Que existe miedo porque no hay una política fuerte que separe lo que es un musulmán de un terrorista. Lo que termina criminalizando a las comunidades de musulmanes no es tanto que se llegue a cometer un acto terrorista, sino toda serie de prácticas anteriores que se perciben como un peligro potencial, aunque estas personas nunca cometan ningún acto violento. Tras los atentados hay una percepción de miedo que está mal gestionada desde los poderes públicos.
Los incidentes contra las personas musulmanas han aumentado un 106%, según la Plataforma Ciudadana contra la Islamofobia. ¿El estereotipo basado en el odio al moro sigue muy presente?
-Lo que más llama la atención es la cuestión de la impunidad, el hecho de que se puedan lanzar críticas sin que haya ninguna presión social que frene esos planteamientos. Estamos hablando de una población musulmana que, en su mayor parte, procede de la inmigración obrera y vive en una situación de precariedad, lo que les convierte en un flanco débil porque no dispone de herramientas para defenderse.
El debate en torno al pañuelo ha sido uno de los más manejados a la hora de analizar la situación de las jóvenes musulmanas en la sociedad. ¿La mayor parte del rechazo se sigue concentrando en ellas?
-Ya desde hace unos años se habla de islamofobia de género. Las agresiones racistas han puesto en el punto de mira a las mujeres porque son más vulnerables e identificables al llevar el pañuelo. Es cierto que los hombres también sufren el racismo de otra manera, puesto que son más controlados por la policía en las redadas y controles. Es difícil medir quién sufre más. El argumentario racista está construido sobre la situación que viven las mujeres dentro del Islam. Esto da pie a un discurso patriarcal en el que se las ve como sumisas, mientras que los hombres son percibidos como salvajes y autoritarios. Buena parte del argumento racista descansa sobre esa idea.
El ‘hiyab’ o pañuelo está sujeto a todo tipo de interpretaciones. Pasa de ser un símbolo de sumisión a un símbolo agresivo. ¿Usted que opina sobre el significado de este distintivo religioso?
-Otorgarle un significado concreto cuando hablamos de 1.600 millones de musulmanes en el mundo, la mayor parte de ellas mujeres es, cuando menos, arriesgado. El pañuelo puede tener múltiples fines y planteamientos. Lo interesante es analizar las estructuras de poder en las que se inserta. Hay mujeres de determinados grupos sociales para las cuales puede ser una imposición mientras que para otras representa todo lo contrario. La cuestión del pañuelo es un falso problema construido desde las instituciones y el Estado por diferentes motivos.
¿Puede poner algún ejemplo?
-Es el caso de Francia, donde el verano pasado se desató la polémica por la prohibición del burkini (el bañador islámico que cubre por completo el cuerpo de la mujer excepto manos, pies y rostro). Nicolas Sarkozy se envolvió en la bandera del laicismo y propuso prohibir todo signo religioso, no solo en la escuela, sino en la universidad, en la administración y en las empresas. Todo ello tuvo mucho que ver con una estrategia para sacar adelante su candidatura a la República. Tenía que salir con un argumento lo suficientemente fuerte como para apartar al Frente Nacional. El discurso de la islamofobia funciona así en Francia. En el caso del Estado español, se concentra en Catalunya, donde el discurso del PP en relación con el islam está mucho más derechizado que en el resto del Estado. Quiero decir con todo ello que el asunto del pañuelo, en la mayor parte de las ocasiones, hay que mirarlo en términos de política interna.
El debate sobre el uso del velo islámico también ha llegado al sistema educativo vasco, dejando en manos de los colegios la potestad de prohibir que las alumnas musulmanas accedan a clase ataviadas con esta prenda. ¿Es la mejor solución?
-Dar la potestad a los colegios de prohibir o no el velo es una medida ilegal teniendo en cuenta los derechos que fija la Constitución y la Ley de Libertad Religiosa para personas de diferentes confesiones. Los colegios no tienen ninguna capacidad para prohibir eso. Se hace a la chita callando y cambiando los reglamentos, igualando el yihab a una gorra y diciendo que no se puede llevar ninguna prenda en la cabeza. Pero un colegio no debe prohibirlo porque se trata de un derecho. Puestos a prohibir, habría que prohibir otros muchos símbolos religiosos.
¿Entiende que se expulse a una escolar que no acata en este sentido la normativa del centro?
-Prohibir una gorra no iría contra la libertad de conciencia ni la Constitución, pero en el caso de un pañuelo sí. Lo que no entiendo es que se pueda prohibir su uso en un país en el que no se han conseguido erradicar los crucifijos de las paredes de los colegios públicos.
¿Existe una brecha jurídica al respecto?
-No lo creo. El problema surge desde el racismo. Y no hablo de los docentes, que son los más cercanos a los escolares. Se trata de una cuestión estructural. A ninguna población se le prohibe vestir de una manera determinada. Solo a la población musulmana, y en concreto, a las mujeres. No solo es una cuestión racista sino sexista.
El exalcalde popular de Vitoria, Javier Maroto, llegó a ordenar sacar de las piscinas a quien se bañase con velo. ¿Existe islamofobia institucional?
-Absolutamente. En el momento que prohibes algo así, ya estás hablando de algo que si bien puede ser anecdótico lo que acabas convirtiendo en un problema público.
La inmigración de origen musulmán, principalmente de Marruecos, ha contribuido a transformar el panorama religioso, convirtiendo al Islam en la segunda religión más importante. ¿Cómo lo percibe la sociedad?
-La inmigración procedente de Marruecos no hay que leerla solo en términos de religión, sería una percepción sesgada. Hay muchos tipos de familia y confesiones. Muchas estructuras del estado contribuyen a construir esa imagen que les vincula exclusivamente con la religión, y a partir de ahí se han convertido en el chivo expiatorio de otras muchas cuestiones.
¿Un inmigrante laboral cuenta hoy en día con las mismas oportunidades a la hora de reclamar derechos relacionados con la libertad de Culto?
-Tiene muchas más dificultades. Frente al Concordato del Estado Español con la Santa Sede, que ofrece muchas ventajas a la Iglesia católica en todos los sentidos, las mezquitas y oratorios están apartados de los centros urbanos, son fuente de conflictos sociales y atraviesan serias dificultades para llevarlos adelante. Evidentemente, en este país es mucho más fácil ser católico que musulmán. Tras los atentados de Catalunya la extrema derecha ha aprovechado para lanzar ataques. Los grupos están muy claros. Siempre son los mismos.