Gritar más alto para que nos dejen gritar. Esto es tan común como contraproducente, inútil y nefasto. Bastante obvio, pero no dejamos de hacerlo. Este es uno de los paradójicos ejemplos que expuso la psicóloga y profesora de la Universidad Miguel Hernández (UMH) de Elche, Cordelia Estévez en la clausura de las jornadas sobre bullying y ciberbullying que organizó la semana pasada la UNED de Iruñea en el marco de los cursos de verano de las universidades navarras. Es la muestra de la pésima gestión que hacemos adultos con nuestros hijos e hijas, y también a menudo profesores y educadores.

El bullying, definido como el acoso físico o psicológico al que someten, de forma continuada, a un alumno/a por alguno de sus compañeros/as, es un mal que no solo afecta al ámbito escolar, es transversal y su solución requiere de la implicación de toda la sociedad; un tratamiento integral. Pero es cierto que su presencia en los medios o su visibilización en la sociedad -tal y como indicaron los ponentes en estas jornadas que han reunido en la capital navarra a profesionales de la educación y también a padres, madres y afectados- se circunscribe y está asociada a menudo cuando los casos se convierten en llamativos sucesos, en planteamientos extremos: menores que asfixiados por el atosigamiento de sus compañeros deciden quitarse la vida, casos de linchamientos en aulas o difusión masiva de mensajes intimidatorios en redes sociales. Pero este punto tan visible es tan solo el fin de un ciclo, el final de un trayecto de violencias más chiquitas, el borne de una espiral de actitudes que se inician mucho antes. Es por eso que en estas jornadas que estaban centradas en la detección temprana y la intervención especializada se ha hecho mucho hincapié en un aspecto clave, la prevención y los planes implementados desde edades tempranas se han demostrado hasta hoy como el único método con garantías de éxito para que estas situaciones no se den.

“No podemos tratar las aulas y las clases como un sistema carcelario, en el que estemos constantemente controlando, no podemos tratar de extirpar a los agresores -que también son víctimas- y aislarlos, lo que se debe buscar es crear un sistema de supervisión, de confianza, en el que generemos líderes positivos entre los niños, en los que los educadores y profesores sean personas en las que los niños confíen, en las que se cree un clima de que les genere seguridad”, explica Cordelia Estévez, que además forma parte del grupo de investigación que ha desarrollado el programa Hero. Un plan único en el Estado para responder a la necesidad de prevenir conductas violentas y de acoso escolar en las aulas. Este método, inspirado en roles de superhéroes para los niños, pero también con formaciones y cursos concretos para padres, madres y profesores, trata de ser una herramienta integral que busca educar las emociones, la gestión de las frustraciones de los niños y detectar factores de riesgo. Y evitar a toda cosa que tanto el entorno del aula o de la escuela mire hacia otro lado. El terrible: “Aquí no ha pasado nada”.

“Se ha demostrado como bastante ineficaz, sobre todo en edades tempranos, aquellos mensajes que apelan al miedo: ese mensaje de mira lo que pasa cuando acosan a tu compañero. Es ineficaz si no se explica cómo disminuir la amenaza. Tampoco es eficaz en un entorno en el que el receptor del mensaje tiene poca empatía o las víctimas tienen baja autoestima”, detalla la ponente. Todos los programas que se han demostrado de éxito, dice Estévez, tienen en común el generar un ambiente cooperativo en las aulas, en las que se haga un trabajo de gestión de la convivencia. “Es importante saber que no existen niños con riesgo de ser víctimas del bullying, sino que existen factores de riesgo, que a menudo son un perfil que comparten tanto menores que son agresores como los agredidos y son perfiles basados en una baja inteligencia emocional, una poca capacidad de ponerse en la piel del otro: y eso como todas las habilidades se puede entrenar y educar”, explica la experta. Se trata en definitiva de implementar una nueva asignatura en nuestra sociedad y nuestras aulas: aprender a tratarse bien.

Qué es. Agresiones físicas o verbales repetidas. Intención de hacer daño o dar miedo sin provocación previa y con testigos que apoyan. Excluir e ignorar sistemáticamente en el aula y en las redes sociales.

Comunicárselo al tutor y buscar con él y con dirección soluciones. Expresarle al niño/a afecto y empatía. Guardar pruebas del ciberacoso (mensajes, fotos manipuladas, etc.).

Material escolar. Con frecuencia su hijo/a regresa a casa con objetos personales dañados o le desaparecen.

Síntomas físicos. Problemas de sueño o alimentación. Manifiesta una excesiva ansiedad e irritabilidad.

Indicadores sociales. Tiene menos ganas de realizar actividades que siempre le han gustado. Pone excusas para no ir al colegio. Reduce su número de amistades. Baja su rendimiento académico. Sentimientos de inseguridad y baja autoestima.

Culpabilizar a la víctima. Incitar al uso de la violencia para resolver el problema. Restarle importancia a las demandas del niño. Intentar resolver el problema directamente con el agresor por nuestros propios medios. Permitir comentarios y comportamientos negativos hacia otros compañeros.