Bilbao- A día de hoy, los genitales continúan teniendo un trato especial en comparación con el resto del cuerpo. Aun así, y pese a la hipergenitalización de la sociedad, la vulva sigue rodeada de tal halo de misterio, en ese limbo entre el tabú y el deseo, que habitualmente ni siquiera aparece en los libros de texto. Ante este panorama, Mikel Oribe, sexólogo y fundador de Euskal Herriko Sexu Heziketa Eskola (EHSHE), arroja algo de luz sobre la mutilación intelectual que sufren los genitales femeninos en Occidente y sus consecuencias.
¿Tienen en realidad los genitales tanta importancia como les concedemos?
-Para nada. El mapa de la sexualidad es el cuerpo al completo desde que nacemos hasta que morimos. Esto es una realidad, pero en la práctica hemos olvidado ciertas partes del cuerpo y hemos potenciado otras. En el caso de los hombres, por ejemplo, históricamente se ha potenciado el pene hasta un punto en el que el resto del cuerpo está totalmente olvidado. En cambio, con las mujeres sucede a la inversa: entienden que la sexualidad está en todo el cuerpo salvo en sus genitales. Los han repudiado e invisibilizado.
¿Podría decirse entonces que existe una paradoja entre la hipergenitalización de la sociedad y el tabú a la que están sometidos los genitales femeninos?
-Así es. Vivimos en una sociedad machista en la que nos socializamos de forma diferenciada y desigual, entiendo así conceptos básicos como el cuerpo y el placer de forma diferente. El placer siempre ha estado asociado a los hombres, mientras que en las mujeres se ha visto como egoísmo. Una mujer que busca activamente el deseo a través de su cuerpo está infringiendo la moralidad. Y como el clítoris es la autopista hacia el placer femenino, en Occidente se ha mutilado intelectualmente.
¿Mutilado intelectualmente?
-Nos llevamos las manos a la cabeza con la mutilación genital que se realiza sobre todo en África, pero aquí se estamos haciendo lo mismo: estamos mutilando la vulva en general y el clítoris en particular en el imaginario de las mujeres. Obviamente no es comparable al corte físico del clítoris, pero el resultado es el mismo.
¿Cómo se realiza esta mutilación genital intelectual?
-Mediante la socialización desigual entre los hombres y las mujeres en relación con sus genitales. Los mensajes que reciben las niñas y los niños desde muy pequeñitos tanto desde el entorno social como familiar son muy diferentes. Ellas tienden a descubrir su vulva con la retirada de los pañales y como el clítoris tiene un diseño extremadamente eficaz para el placer, cualquier autopalpación o roce con algún elemento les genera placer. Esto alarma habitualmente a las familias, así que les dicen: no te toques, cochinota, ahí no, etc. Mientras que cuando su hermanito de la misma edad juega con su pene erecto, y que a diferencia de ella no consigue placer, recibe una serie de estímulos positivos: sonrisas, frases de apoyo, etc.
Imagino que esta socialización desigual continúa posteriormente.
-Sin ninguna duda. Una niña de 10 o 15 que se sienta en la calle con las piernas abiertas corre un gran riesgo de que alguien le diga que se coloque bien. Vamos, que cierre las piernas. Una vez más, aléjate de la vulva y ocúltala. En cambio, los chicos nos podemos sentar con las piernas abiertas y, aunque tengamos más bulto que enseñar, parece que eso da igual. No hace falta más que observar los graffitis cuando caminamos por la calle: hay una predominancia brutal de los genitales masculinos frente a los femeninos, que apenas aparecen.
¿Y a nivel educativo también?
-Los libros no educan en sexualidad, educan en reproducción. Como el clítoris no tiene cabida en la procreación, ya que es el único órgano de la especie humana que está diseñado por y para el placer, y si a esto le sumamos el desconocimiento institucionalizado de la vulva, nos encontramos con libros de texto en los que los genitales femeninos están completamente desaparecidos. En el mejor de los casos, aparece una ralla. Ni labios mayores, ni menores, ni el clítoris, ni el capuchón del clítoris, ni el agujero de la uretra, ni la vagina? Nada.
¿Todo esto qué consecuencias?
-Una clara y nítida tiene que ver con la masturbación. Siendo ellas las que empiezan antes a masturbarse, son las primeras que dejan de hacerlo y las que arrastran un estigma por ello a lo largo de su vida. En la adolescencia, a diferencia de la inmensa mayoría de los chicos, ellas se masturban muy poco y, las que lo hacen, es en absoluto secreto. Viven una realidad compartida de que eso es algo sucio, asqueroso y egoísta. Y como no se autoestimulan, desconocen su propia excitación.
¿Cómo afecta este desconocimiento a la sexualidad de las mujeres?
-Para entender las consecuencias lo primero es comprender que hombres y mujeres tienen mecanismos de excitación distintos. El mecanismo de los chicos es bastante sencillo y, sobre todo en la adolescencia, tiene una traducción directa con la erección de su pene. Eso les da una pista bastante clara de cuándo están excitados y cuándo no. Pero la excitación de las mujeres es más compleja y tarda más. Si a esta mayor complejidad le añadimos el desconocimiento de su propia vulva, muchas adolescentes e incluso mujeres adultas no saben si están o no excitadas y en qué grado lo están. Esto las mete en los terrenos pantanosos de confundir excitación con enamoramiento o amor y, de esta manera, terminan realizando prácticas por dar placer al otro cuando ellas ni siquiera están excitadas. De ahí precisamente el mito de que los primeros coitos siempre duelen.
¿Cómo se puede dar la vuelta a esta situación?
-A través de la educación sexual a todos los niveles. Y educación sexual no es educar en procreación, sino en aprender a conocerse cada uno a sí mismo como el hombre o la mujer que es. Hay que conseguir un cambio de paradigma en el sistema educativo y que el tema de la reproducción sea reemplazado por el de la sexualidad.