Iruñea - Huracán, un imponente ejemplar de color castaño y 620 kilos de poderío, fue el indiscutible protagonista del tercer encierro de los Sanfermines con toros de la ganadería salmantina de Puerto de San Lorenzo, debutante en Iruñea. Haciendo honor a su nombre, Huracán realizó una carrera vertiginosa, como hacía tiempo que no se veía, vaciando de corredores allí por donde surcaba veloz el adoquín y al margen completamente de sus cinco hermanos de camada, a los que no se parecía en nada, ni en el color -los demás eran negros- ni el espíritu independiente del que hizo gala desde el principio.
Pese a que una tropa de mansos -había diez, cuando lo habitual son seis- comenzó en cabeza los primeros metros de la cuesta de Santo Domingo, Huracán no tardó en colocarse al frente y con un ritmo muy superior a la manada principal, entró en solitario en la plaza Consistorial mostrando bien a las claras que no se lo iba a poner fácil a quien osara entrometerse en su camino.
Antes de llegar a la curva de Estafeta, la distancia con sus cinco hermanos y con el ejército de cabestros era de casi cincuenta metros y no presentaba signos de aflojar. Cuando se vio tan solo por delante, le dio por acentuar su dominio por los costados, sobre todo hacia su flanco derecho, donde dio repetidas muestras de no estar dispuesto a tolerar interferencias molestas, con continuas miradas y cabeceos con intención.
Como siempre sucede en el encierro de Iruñea, el mensaje de peligro se trasladó de inmediato por todo el recorrido, más rápido incluso de lo que lo estaba haciendo Huracán, para que los corredores supieran que algo sucedía por detrás. Funcionó, porque la mayoría optó por quitarse de su vista, dejando tanto espacio alrededor del morlaco que no parecía que fuera la carrera del domingo. Las aglomeraciones tan habituales se volatilizaron por arte de magia a su paso, con solo unos pocos corredores capaces de mantener la velocidad sostenida de Huracán.
En estas circunstancias es cuando de verdad se ve de qué pasta están hechos los corredores. Había que tener unas piernas excepcionales y un cálculo muy preciso de las distancias para colocarse a ese ritmo frente al ejemplar de Puerto de San Lorenzo. Era la única forma, porque a los lados no había rastro de corredores tratando de buscarse un hueco, tal vez por esas miradas que Huracán no paraba de lanzar.
Por detrás, los cinco morlacos negros realizaron el recorrido sin pena ni gloria, acomplejados ante el ciclón que había pasado poco antes y escondidos ante tanto cabestro gigantón. Uno de los pastores del encierro, Miguel Reta, explicó que la razón de que estuvieran los diez mansos -los seis que salen con la manada y los cuatro de cola, que lo hacen más tarde- tuvo que ver con un incidente ocurrido la noche anterior durante el encierrillo, cuando uno de los toros se dio la vuelta en el interior del pasillo de los corrales del Gas.
Ante el riesgo que hubiera supuesto que realizara en solitario el recorrido hasta los corrales de Santo Domingo, se decidió que subiera con los cabestros de cola hasta el lugar donde ya se encontraba la manada, otros cinco toros y los seis cabestros. Como no fue posible separarlos, los dejaron juntos con la seguridad de que los cabestros de cola, más viejos y lentos que el resto, acabarían retrasándose, como sucedió, lo que en el caso de un hipotético imprevisto -como ocurrió el día anterior con Diputado, el toro de Escolar que se dio la vuelta- hubieran podido intervenir.
Que hubiera tanto cabestro protegiendo a los cinco morlacos de Puerto de San Lorenzo restó vistosidad a la carrera y opciones para los corredores, que solo al final pudieron encontrar huecos, pero garantizó la seguridad en una jornada con demasiados corredores y una ganadería novata, cuya puesta en escena en el encierro constituía una incógnita.
Antes de entrar a la plaza, Huracán quiso despedirse con un par de buenos sustos en la bajada de Telefónica y en el callejón, como si supiera que su momento de esplendor estaba a punto de concluir.
Afluencia, pero menos. Aunque el número de corredores fue alto, no se registraron las aglomeraciones de otros años en el encierro del domingo.
Velocidad. De no ser por la caída que sufrió Huracán en el tramo de Telefónica y la bajada al callejón hubiera estado cerca de batir el récord de velocidad en un encierro, un minuto y cuarenta y cinco segundos. Fue el 11 de julio de 1997 y el responsable fue un jandilla de 598 kilos bautizado como Huraño.