Tras hacer noche en el área de descanso de Oiartzun en la AP-8, a la espera de que se cumpliese el tiempo de su parada obligatoria para descansar, Antonio compraba en la gasolinera algo de bebida y comida para el viaje y contemplaba lo que les esperaba en la carretera: decenas de camiones completamente parados esperando a avanzar unos metros. Este camionero madrileño, con 24 años de experiencia al volante de un trailer, aseguraba que “el tiempo perdido aquí, que al final pueden ser tres o cuatro horas, a mí me hace que no pueda llegar para el fin de semana a casa, o al menos no antes del sábado por la noche”.
“No sé si saldré enseguida o esperaré a ver si se libra un poco, pero por de pronto, a mí ya me ha chafado”, explicaba este padre de familia, que tiene tres hijos. “En circunstancias normales me quedarían 11 o 12 horas de viaje hasta el destino, cerca de Bélgica, pero luego tendré que cargar en otro lugar antes de volver a casa y este tiempo perdido es oro; hace mucho daño”, lamentaba.
El paso fronterizo de Biriatu se convirtió de nuevo ayer en una ratonera para los camiones, que provocaron colas de hasta 16 kilómetros a las once de la mañana en el tramo guipuzcoano de la AP-8 y numerosas afecciones y colapsos en los accesos a la autopista en Irun y Oiartzun.
La jornada festiva del lunes en Francia, seguida del fin de semana, y la prohibición al tráfico pesado de circular por territorio galo en esos días, provocaron que ya para las diez de la mañana hubiese colas de 10 kilómetros en Biriatu, en sentido a Iparralde, donde la Gendarmería francesa también estaba realizando controles que entorpecían más la circulación.
Por momentos, se temió que el colapso podría ser monumental y superase incluso los más de 20 kilómetros que en ocasiones han provocado caravanas de camiones hasta Astigarraga. También los centenares de camiones que venían de Iruñea por la N-121 estaban atascados y tardaban casi una hora en recorrer unos pocos kilómetros. De hecho, el colapso de camiones en los túneles de Endarlatasa provocó que se desviase el tráfico por la antigua carretera, colapsando también esa vía.
Por suerte, el tapón de la AP-8 se abrió y las colas comenzaron a menguar a partir del mediodía, en parte gracias a las medidas adoptadas por Bidegi y las autoridades galas, que abrieron todas sus cabinas de cobro, informó la sociedad pública guipuzcoana, que por momentos valoró la opción de abrir las barreras si el atasco iba a más. No fue así y para primera hora de la tarde, las caravanas de camiones apelotonados en el carril derecho de la AP-8 se reducía solo a un kilómetro, mientras que en otras jornadas las colas se prolongaron hasta última hora de la tarde.
Javier Navarro es madrileño y cuando paró a repostar en Oiartzun, en el momento cumbre del atasco, “ya ni sabía cuánto tiempo llevaba en caravana. No lo sé exactamente, la cola va a tirones, pero a ver si no se alarga demasiado, porque tengo que ir hasta Nantes”, explicaba.
En la gasolinera de Oiartzun reina la calma. Una máquina expendedora traga una moneda a un transportista, que pide ayuda y bromea. “Aún es pronto. Ahora están tranquilos porque está el tráfico todo parado, pero luego, cuando empieza a moverse más la circulación, les entran las prisas a todos y se ponen muy nerviosos”, explicaba una trabajadora. Estos, atascos, además, provocan accidentes, bien por alcance o bien pequeños toques. Y luego algunos camioneros, aunque no es muy frecuente, al estar tanto tiempo parados, se quedan sin gasoil y tienen que venir por el arcén con bidones”, señalaba.