El 23 de mayo de 1937, casi 4.000 niños refugiados procedentes de Euskadi llegaban a Reino Unido. Lo hacían en el barco llamado Habana a la ciudad costera británica de Southampton tras el bombardeo de Gernika. En la cubierta del barco se les veía ondeando pañuelos y la prensa británica los recuerda medio hambrientos. “Su llegada trajo color a sus caras y luz a sus ojos, cuando vieron a gente que les saludaba en el puerto como si se tratara de viejos amigos”, comentaba un periodista desplazado a cubrir su llegada.

Una de las primeras personas que recibió a los llegados fue Amelia Diz Flores, la mujer de Pablo de Azcárate, embajador español en Londres desde septiembre de 1936 a febrero de 1939, a quien le contaron que el capitán del Habana cedió su camarote para que cuatro niños pudiesen dormir durante parte del viaje.

Ahora, cuando se cumplen 80 años de esa llegada, el diario The Guardian recuerda que en un editorial describía el ataque de Gernika como un “bombardeo sin sentido” y describe a sus lectores cómo cientos de personas fueron asesinadas y miles resultaron heridas, en una atrocidad que luego fue captada en un famoso cuadro del artista Pablo Picasso.

Hasta ese bombardeo, la pauta del Gobierno británico de la época era seguir una estricta política de no intervención en la Guerra Civil española. Así, Stanley Baldwin, el primer ministro de aquel entonces, incluso había dicho a los refugiados de España que era inútil venir al Reino Unido porque “el clima no les conviene”. Sin embargo, la presión pública obligó a Baldwin a terminar aceptando la entrada de niños refugiados. Al llegar al Reino Unido, los niños fueron trasladados a un campamento cerca de Eastleigh, en Hampshire, donde muchos se quedaron hasta que fueron repatriados al comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

Uno de esos niños refugiados en 1937, era Imanol Aguirre, hijo de unos campesinos de Gernika. “Aquel día, cuando la ciudad estaba llena de campesinos y animales en el mercado, las sirenas sonaron, pero nadie les prestó mucha atención. De pronto comenzaron los bombardeos. Yo corrí con un amigo hacia una pequeña fábrica. Las bombas caían de forma constante. Estábamos atrapados entre el humo y el polvo, pero la fábrica no fue bombardeada. De hecho eran mucho más seguras que los hospitales”, le dijo a un periodista inglés a su llegada a Southampton. Aguirre explicó como su tío les dijo que tirasen hacia los campos, pero de pronto un avión se aproximó y éste cayó herido. “Vimos como sangraba por la cabeza. Teníamos mucho miedo, así que lo dejamos. Corrimos hasta las montañas, donde nos escondimos y protegimos detrás de un árbol”. En ese momento fue cuando Aguirre vio a una familia que conocía. Vieron cómo los aviones seguían bombardeando durante un tiempo que se les hizo interminable. En uno de los ataques, la madre y la abuela de la familia fallecieron y sólo se salvó el niño.

Cuando por fin creyeron que el bombardeo había terminado, Aguirre y su amigos decidieron unirse al niño y regresar al centro de Gernika, donde comprobaron que todo estaba destrozado. Al único que vieron fue a un doctor que buscaba heridos para tratar de ayudarles.

Con motivo del aniversario, esta semana, uno de los concejales laboristas de Oxford, Tom Hayes, reflexionó sobre los esfuerzos humanitarios después de que hayan pasado 80 años del devastador bombardeo de Gernika. “Con la gente desesperada por recuperar el control, puede parecer que estamos comenzando un nuevo capítulo de la Historia. Si es así, entonces es muy importante mirar hacia atrás a un momento en que las cosas se sentían inciertas para Oxford, pero la gente se reunió para defender sus valores”, comentabaa el político en un artículo. Hayes describe cómo Oxford se horrorizó por la sangre de la guerra civil y los activistas locales recaudaron fondos y recogieron comida, ropa y suministros médicos para las víctimas inocentes atrapadas en el fuego cruzado de la guerra. A ellos lo que más les sorprendió fue el asesinato de 120 hombres, mujeres y niños en el bombardeo de Gernika.

“Las comunidades de la ciudad se reunieron para ayudar”, explica Hayes, mencionando que se vendieron 800.000 fichas de leche para España. Pero ahí no quedó la cosa. Activistas y familias británicas, muchos de Oxford, se negaron rotundamente a abandonar a los niños de Gernika, como había anunciado el Gobierno británico, y convirtieron sus hogares en santuarios para los niños vascos.

Una de las que cuidaron y enseñaron a los niños fue Cora Blyth, quien trabajó con algunos y los llevó en excursiones a orillas del mar, pidiendo donaciones para bicicletas y enseñándoles inglés. Blyth terminó casándose años más tarde con el intelectual de izquierda Luis Portillo.