Un articulista de renombre, me comentó el otro día que, bueno, que mis escritos no estaban mal pero carecían de la profundidad y del léxico necesario para tener la calidad que se requiere. Es por tanto que he pensado hacer esta crónica desde un prisma mucho más profundo y utilizando palabras más en boga en las columnas de la prensa actual. No es que pretenda, desde mi intrínseca equidad a la hora de desarrollar un ufano texto, plantear hipérbolas descabelladas ni reflexiones harto enrevesadas para la lectura común desde una tesitura compleja. Tan solo pretendo exponer de manera cauta y concisa la realidad privativa, que desde este lado de la historia refleje la vorágine creativa y la peculiar visión del trabajador del ómnibus ante el paso circunflejo del resto de los mortales en el día a día de su profesional laboro.
De hecho, nuestra necesaria experiencia en el manejo y el caudillaje de los vehículos a motor que cada día transitan y deambulan por las calles de la urbe, es una fuente innata y compleja de sapiencia y discernimiento tremendamente necesario para la razón, el talento y la gnosis a la hora de valorar la realidad de la muchedumbre, el gentío, la asistencia pública y las relaciones interpersonales, cuando todas ellas concurren de manera indefectible en un empleo que requiere una profesionalidad envidiable, convirtiéndonos a nosotros mismos desde nuestras miserias en unos privilegiados conocedores de la realidad contractual ?
-Pero, ¿qué dices? ¿Estás tonto o qué? -exclamó mi mujer mirándome con cara rara cuando le solté de un tirón todo el párrafo anterior antes de mandarlo al periódico para la edición del domingo-. No te he entendido una palabra de lo que has dicho.
-Es que -continué yo- me decía un amigo de antaño, días ha, que en la recóndita narrativa de la fehaciente prensa moderna, los articulistas han de presentarse como eruditos maestros de la pluma, dando rimbombancia y pecando incluso de alguna leve pedantería, para bien lograr un rico relato de magna profundidad y consistencia adecuada a las vicisitudes del momento.
-Haz el favor de sacarte la zapatilla de la boca y deja de hablar de ese modo que estás asustando a los niños.
-Pero?
-Ni pero ni pera -ordenó ella dejando sobre la mesa un libro del doctor en filosofía, química y teología Raimon Panikkar que acababa de leer-. Vete a dar una vuelta a ver si el aire fresco de la tarde, con su peculiar brisa liviana y su fragancia tardía de invierno, logra que esclarezcas esas ideas confusas, anómalas y grotescamente estrambóticas que desde lo más profundo de tu ego nos están conmocionando a todos?