pamplona - Xabier Alonso dejó su trabajo para ayudar a los refugiados atrapados en los campos de Grecia. Ha realizando ya cuatro viajes de manera autogestionada para atender esta emergencia humanitaria, dos de ellos junto a la asociación HelpNa, pero no se considera un héroe por ello y evita ofrecer nombres concretos. Considera que quien va allí de forma voluntaria es solo una pequeña partes de un movimiento de solidaridad mucho más grande impulsado por un objetivo común: intentar ofrecer una vida digna a quienes la guerra se la ha arrebatado.
¿Cómo surgió su primer viaje a Grecia con HelpNa?
-Todo surgió a raíz de un programa que vi en la televisión y me dejó muy marcado. Contacté con un grupo de salvamento marítimo, pero en ese momento no necesitaban a nadie, así que empecé a buscar más y me enteré de que había un grupo de bomberos navarros que nació a raíz del problema de los refugiados en la zona de Idomeni. Se empezaron a organizar grupos de voluntarios para ir y yo fui con ellos en julio, coincidiendo con dos semanas que tenía fiesta. Allí ayudábamos a un colectivo británico que se llama Hot Food Idomeni y nos juntamos también con otro grupo de bomberos de rescate de Cataluña. Hacíamos bolsas de vegetales y luego las llevábamos a los campos de refugiados.
¿Cómo fue la vuelta después de haber estado en los campos de refugiados?
-La verdad es que la vuelta es muy dura. Tienes que hacer una digestión de todo lo que has vivido y has visto. Ahora están aquí porque están a las puertas de Europa y quizás eso nos ha movido un poco a que tengamos este afán de solidaridad. Me da igual que la gente que viene sea del Medio Oriente o que sea de otros países, al final son personas. Yo no voy por color ni religión, es un tema humano.
¿Fue su primera experiencia de cooperación humanitaria?
-Sí, y no fue la última. Acabo de volver ahora de Serbia y este ha sido ya el cuarto viaje que hago.
Antes de ir, ¿pensaba que estaba más preparado de lo que quizás luego descubrió?
-Tenía esa duda por aquí todo está medianamente bien. Dentro de nuestra sociedad hay problemas, pero no tan fuertes como el ver familias enteras encerradas en un lugar como un campo de concentración y en situaciones insalubres. Son familias que antes estaban bien y ahora están en una situación de indefensión total y de espera a ver qué les da Europa. Eso es lo que yo más percibí, que pude ponerme en su lugar, el empatizar con la gente y pensar qué sentiría yo si estuviese en una situación así. La privacidad de libertad me parece muy importante, algo que igual no valoramos. A mi me cuesta 30 euros irme a Grecia y a ellos 2.500 intentar llegar a Alemania con las mafias. Te empiezas a hacer muchas preguntas que quizás antes no te habías hecho.
¿Qué tiene esta situación que están viviendo los refugiados que le llamó a ir hasta allá que no tenían otras como, por ejemplo, la catástrofe de Nepal?
-Precisamente a Nepal estuve a punto de ir, pero no fue el momento. Pienso que esto funciona un poco por momentos o por sensaciones, se tienen que juntar un cúmulo de cosas para que des el paso.
¿Qué le hizo volver?
-Había algo me llamaba. Tú vas a ayudar, pero cuando vuelves sientes que ellos te han ayudado mucho más. Por eso creo que vuelves, yo de hecho dejé mi trabajo como cocinero en un refugio de montaña para dedicarme a esto y la verdad es que no me arrepiento. Una vez me dijeron que todo esto me lo estaba tomando como un trabajo, pero yo les dije que no, que para mí es algo mucho más importante. Esta gente para mí es muchísimo más importante que el mejor trabajo que pueda llegar tener en toda mi vida.
¿Cómo fueron los siguientes viajes como cooperante?
-La segunda vez me fui a Quios, una isla que está a ocho quilómetros de Turquía y a la que los refugiados llegan en barcas. Fui con un colectivo de Donosti que se llama Zaporeak que ha estado trabajando dando de comer a unas 1.500 personas, a mi no me tocó hacer arribadas. Había un colectivo que se dedicaban a eso y también había una mujer griega que tenía grupos de voluntarios que también iban a las acometidas y les daban productos de primera necesidad cuando llegaban como comida caliente en invierno, algo de ropa si estaban mojados... La verdad es que Grecia se ha volcado siendo país que está muy mal. Nosotros a las seis de la mañana íbamos al mercado, hacíamos el desayuno y a la una y media estaba ya toda la comida lista. Entre comer y limpiar acabábamos a las cuatro y media o cinco de la tarde. Después cada uno hacía un poco lo que quería. Unos enseñaban inglés, un par de amigas hacían visitas médicas o podías simplemente ir a tomar el té con los refugiados. Daba tiempo incluso para hacer turismo.
Es un poco surrealista
-Sí, pero si te pegas cuatro o cinco meses allá tienes que hacer cosas como en tu vida cotidiana. Conocí a una chica que me dijo que había estado en Ritsona, un campo que está en el norte de Atenas y donde se había creado una especie de cocina-café donde los propios refugiados trabajaban y, después de un tiempo en Pamplona, fui a trabajar con ellos. Yo, al ser cocinero, aprendí mucho de cómo cocinaban ellos y el proyecto estaba muy bien, pero no me gustó cómo se hacía.
¿Por qué?
-Porque para mí es muy importante discernir entre solidaridad y caridad, a mi parecer a nadie le gusta que le hagan caridad. El último viaje lo hice otra vez con HelpNa, esta vez a unos hangares abandonados junto a la estación de tren de Belgrado. Es un lugar al que acuden solo hombres de una franja de edad de entre 15 y 50 años, es como un campamento lanzadera para cruzar la frontera como en Bulgaria o Hungría. Ellos se quedan allí un tiempo, hablan con las mafias y, cuando pueden, cogen el tren y se van a la frontera.
Se la juegan también...
-La verdad es que es un lugar bastante oscuro y un punto neurálgico muy raro porque una constructora de Arabia Saudí está haciendo enfrente una zona de pisos de lujo y cuando yo estaba allí ya hablaban de tirar esas barracas para lo mismo. La solidaridad allí se está convirtiendo en un delito. En Serbia la ayuda humanitaria está prohibida a día de hoy, así que las grandes organizaciones no pueden trabajar. Allí yo ayudé sobre todo en una cocina en la que les dábamos una segunda comida y también intentábamos ofrecerles una estancia más o menos digna en ese infierno. Ahora mismo se les han puesto luces dentro, se les ha dado madera buena para que quemen, tienen un punto de carga para móviles y, sobre todo, se les ha dado cariño. Cuando fui aquello era negro, hoy por lo menos brilla un poco, aunque siguen sin saber qué será de ellos ni si los echarán otra vez.
¿Cómo es la convivencia entre ellos?
-Es dura. Una de las cosas que me han enseñado todas estas situaciones es que hay cosas que llevas dentro y no las pierdes por muy jodido que estés, cosas como el racismo. En este campo son de dos países diferentes: Afganistán y Pakistán. Les oyes hablar de que los otros son malos y al final terminas diciéndoles que están muy confundidos y tienen que empezar a funcionar de otra manera porque están en la mierda y, si ellos no se ayudan, Europa les va a ayudar menos.
¿Tienen claro lo que se van a encontrar en Europa?
-Hay que decirles qué es lo bueno y lo menos bueno y a su vez qué tienen que aportar, porque cuando vas a un país que no es el tuyo tienes que saber qué puedes llevar tú. Creo que se está olvidando el hecho de comunicarles cómo es Europa y cómo es la integración, cuáles son sus problemas y beneficios. Que nosotros estemos allí es la cara más amable que van a ver de Europa. Todos quieren ir a Alemania porque da mucho más dinero por refugiado, pero en Alemania son mucho más fríos y eso también lo tienen que tener en cuenta. Grecia igual es un país que no te da las condiciones que te ofrece Alemania, pero humanamente es más cálido.