Me comentaba el otro día un compañero, con bastante buen criterio, por cierto, que me animara a escribir en estas líneas sobre la misteriosa generación perdida. Y es verdad. Les cuento: concurre en nuestra urbe un grupo de población absolutamente menguado y prácticamente inexistente. Es un misterio que se repite en otras metrópolis de nuestro país con algunas variantes. No solamente la caras de Bélmez, las apariciones marianas, el pueblo maldito de Otxate, el fantasma del palacio de Linares o las psicofonías de Belchite son asuntos dignos de un estudio certero para nada baladí. Aquí en concreto, en Vitoria-Gasteiz, la edad menos abundante es la de los 5 años. Existen niños con 3, con 4 y hasta con cuatro años y medio de manera abundante. Incluso diría yo que excesivamente abundante. Y luego ya se ven niños creciditos de 6 o más años. En otras provincias este fenómeno ocurre en las generaciones de 4 años en algunos casos (sólo hay niños de 2 o 3 y de más de 5), y también me consta tras una ardua investigación en la línea de las que hiciera el insigne psiquiatra y periodista doctor Fernando Jiménez del Oso, que en otros parajes acontecen hechos semejantes con los niños de 6 años, que de manera alguna aparecen representados.

Y buscando similitudes, atando cabos marineros y verificando los censos de natalidad, llegué a la conclusión certera de que la edad ausente en cada población coincide con la misma en la que los niños comienzan a pagar billete al montar en los autobuses urbanos. Es decir, aquí se abona el billete completo al cumplir los 5 años y, curiosamente, dada una coincidencia astral de proporciones extraordinarias, todos los infantes que suben al bus están a punto de llegar a esa edad:

-Sí, sí, está crecidito, pero aún no cumple hasta el mes que viene, ¿eh? -me decía un caballero el otro día mientras tapaba con su mano la boca del crío que protestaba enérgicamente el claro recorte cumpleañero-.

-El peque tiene 3 años y la niña 4 y 8 meses -aseguraba una madre al entrar con la prole-.

-Los trillizos tienen 4 años, 11 meses y 21 días? -decía una pareja agobiada por controlarlos, pero con descaro manifiesto-.

-Perdone, chófer -me preguntó una mujer que montó en el autobús de la línea que lleva al cementerio del Salvador los miércoles-, ¿los niños pequeñitos no pagan el billete de ida y vuelta, verdad?

-¿Los niños pequeños? -repetí yo poniéndome la mano abierta en la cara como expresión de desesperación, mientras me apoyaba contra la máquina lectora de tarjetas BAT-: Por favor, señora? ¡Quítele los pañales y el biberón al abuelo, que el pobre está haciendo el ridículo!