De vacaciones en Semana Santa por la Costa de Sol con mi familia montamos en uno de los autobuses Portillo que son quienes hacen el servicio por los bellos pueblos malagueños. Me presenté a la conductora que nos recogió en la parada como colega de profesión y el recorrido transcurrió más cordial. Ella era una chica joven, morena, de ojos redondos y atractiva; muy malagueña toda. Me dijo que se llamaba Carolina, lo cual me sorprendió porque yo era la cuarta vez que escuchaba ese nombre en mi vida: La primera vez fue cuando yendo por la Nacional IV hacia el sur con mis padres en el 127 que teníamos allá por 1970 atravesamos La Carolina, población aceitunera de la provincia de Jaén, y que echando la vista atrás en plan remember uno se cuestiona cómo lo hacíamos para soportar un viaje de 900 kilómetros en las condiciones de entonces. La segunda vez que escuché ese nombre fue cuando me presentaron a una belleza venezolana llamada de igual manera y que vivía en plena Rioja Alavesa camino de Logroño. Además de ser alta, rubia y tener unos ojos claros que mareaban, estaba casada con un guardia jurado al que para verlo completo hacían falta dos pasadas. Y la tercera Carolina de mi vida la descubrí cuando escuché la canción de M. Clan de igual título que parece hacer mención a una lolita de ligeros cascos que trae de cabeza al cantante cada vez que se mete en su cama, aunque en el trasfondo de la lírica, como me contó su autor una tarde de cervezas, hace alusión al mal rollo con la farlopa.

Y ahora, años más tarde, me volvía a encontrar con una Carolina conductora de autobús. La chica me contó durante el trayecto que estaba actualmente en la línea que recorría la costa desde Málaga hasta Fuengirola de arriba abajo y de abajo arriba, soportando bastante calor, bastante tráfico y soportando sobre todo a un montón de turistas ávidos de sol, playa, alcohol y cachondeo. A esto que al entrar en la parada del centro comercial Plaza Mayor, entre Torremolinos y el aeropuerto malagueño, un grupo de turistas chinos cargados con bolsas de Nike ascendió al bus de manera ordenada y saludando muy cortésmente.

-¿Sabes qué? -me dijo Carolina mientras cobraba el billete a los asiáticos que, por cierto, parecían todos iguales-. Me encanta este trabajo porque observando y tratando a tantas personas diferentes, una adquiere conocimiento, información y cultura.

-Pues yo creo que la mejor forma de adquirir cultura es con el idioma, y por tanto, a través de los besos -repliqué convencido-.

-¿De los besos? -dudó ella-.

-Claro -razoné-. Porque no hay nada como besar a muchas personas para conocer otras lenguas.