¿Qué hablan los europeos? Nada más y nada menos que sesenta lenguas, algunas de ellas tan desconocidas como el gagaúzo y otras tan triunfantes como el inglés, algo abrumador para cualquiera que pretenda acercarse a este universo y para lo que el experto y políglota Gaston Dorren ha escrito una divertida guía.
Editada en castellano por Turner, Lingo, la obra de este holandés que habla cinco idiomas y lee otra docena, es una guía “para el turista lingüístico” en la que repasa con mucho humor las peculiaridades de las lenguas europeas, desde su antepasado común, el protoindoeuropeo, hasta sus más recientes andanzas. Su historia, dice, es como la de cualquier otra saga familiar, en la que aparecen los “patriarcas más conservadores” (lituano), los mozos pendencieros (rético), los hermanos como gotas de agua (las lenguas eslavas), los primos olvidados (osetios), los huérfanos (el rumano y otras lenguas balcánicas) y los niños a los que les cuesta salir de las faldas de mamá (francés).
Dorren explica a Efe que la relación tan estrecha que vemos ahora en Europa entre lengua y nación es reciente, del siglo XIX. “Inconscientemente, tendemos a dar por hecho que como regla general la extensión del país y la de las lenguas coinciden, pero, cuando se observa el mapa lingüístico de Europa, la imagen es diferente”, dice Dorren, que pone como ejemplo el catalán, un idioma que hablan 11,5 millones de personas en diferentes partes del Estado español y en otros tres países distintos: Andorra, Italia (diez mil personas en Alghero, en Cerdeña) y Estado francés. “Si Andorra fuera admitido como miembro de pleno derecho de la UE, Europa se vería obligada a garantizar un estatus de oficialidad a la lengua catalana. Quizá Cataluña debería empezar a apretarle las tuercas a alguien...”, bromea el autor en su guía.
La historia de la política y de las ideologías tienen también que ver con la de las lenguas, porque, asegura, en distintas partes de Europa el igualitarismo (Suecia), el pacifismo (Noruega) o el pragmatismo (Luxemburgo) han desempeñado un importante papel a la hora de conformar su habla.
En otros sitios (Escocia, Catalunya, Euskadi...), los movimientos nacionalistas han tenido un impacto muy importante, como lo han tenido naturalmente la guerra y la represión política (en la antigua Yugoslavia o Bielorrusia).
El euskera Dorren afirma que el euskera es una “lengua-montaña”, una isla lingüística que ha permanecido “impasible” durante miles de años. El lingüista confiesa que es la única de las decenas de lenguas que ha estudiado ante la que se ha sentido “derrotado”. “La lengua vasca tiene tantos entresijos que al final me di por vencido. Es la única lengua de todo el libro en la que he sufrido una derrota así”, afirma. A su juicio, el euskera es “una montaña elevándose sobre las aguas, erguida y sola en el océano indoeuropeo”.
El autor expresa su admiración por los vascófonos bilingües (lo son casi todos), al considerar su condición una “hazaña” porque manejan “un montón de diferencias profundas” entre sus lenguas. “Es absolutamente fabuloso cómo los vascos consiguen continuamente pasar de una lengua-agua a una lengua-montaña y viceversa. Al parecer, la mente humana puede ser experta nadadora y buena montañista al mismo tiempo”, señala en su obra. Al mismo tiempo, recuerda que el euskera forma parte del “sustrato” del castellano e influyó decisivamente en él desde las primeras fases romances. En este sentido, recuerda que al “sustrato vasco” se debe la “revolucionaria sencillez” del sistema vocálico castellano (solo cinco vocales frente a las siete del italiano o las 14 del portugués), y que el euskera ha contribuido al léxico español con palabras como izquierdo, pizarra, zamarra, cencerro, vega, aquelarre y órdago, entre otras muchas.