Ppretendía bajarme del autobús con el anhelo de saciar mis necesidades fisiológicas una vez que había llegado a la parada de Dendaraba, cuando un hombre maduro coronado con una enorme txapela, un tanto orondo, algo desaliñado, con manchas de carbón en la cara y una pipa tumefacta entre sus labios gruesos, subió a bordo. Pagó su billete y se dejó caer en los primeros asientos entonando un quejido lastimero. Se dispuso a apretarse mejor las correas de las albarcas aligeradas, sin duda, por una intensa caminata. Me acerqué por si le pasaba algo:
-¿Está usted bien? -le pregunté intentando recordar dónde había visto antes esa cara-.
-Sí, sí, no hay problema -replicó-. Estoy cansado de buscar por todas las tiendas y no encontrar lo que me han pedido muchas personas como regalo. Pensaba que iba a dar con ello en El Corte Inglés, pero ni por esas; estoy desesperado.
-Pero? -titubeé-, ¿usted no es?
-Soy Olentzero, claro. Perdone que no me haya presentado, soy un maleducado.
-No, por favor. Es un honor y un placer tenerle a usted de pasajero -le respondí asombrado por tal presencia-. Pero, dígame si puede saberse: ¿qué es eso que le han pedido y no encuentra por ningún lado?
-Faltaría más -replicó el carbonero siempre tratable-. Los alaveses me han abrumado reclamando un nuevo Plan de Movilidad. Quieren que los autobuses estén en mejor estado, se vayan renovando poco a poco y que las frecuencias mejoren. También quieren que el tranvía llegue a los barrios más populosos y que alargue sus recorridos. Asimismo, me piden que el BRT ése, que no sé ni lo que es, se ponga pronto en marcha y que aumenten los bici-carriles de verdad y no esas rayas pintadas en el asfalto de las calles? En fin -suspiró mientras tomaba aliento-, cosas que no sé en dónde encontrar.
-¡Caramba! -exclamé pensando en lo difícil que debe de ser complacer los deseos de todo el mundo-, pues sí que se lo han puesto complicado. De todas formas descanse un poco que ahora mismo vuelvo. Si me disculpa, he de bajar al baño que voy a salir enseguida -dije descendiendo de mi vehículo-.
Y me fui a un bar próximo a aliviar la vejiga mientras meditaba lo dicho por Olentzero. Cuando regresé, el carbonero de Mungia no estaba. Me senté dubitativo mientras pensaba que mi imaginación acababa de jugarme una mala pasada. Iba a cerrar las puertas cuando un hombre mayor, sonrosado, barrigudo, vestido de rojo y con una frondosa barba blanca me chitó:
-Perdone joven -dijo desde la calle-, ¿puedo meter nueve renos sueltos en el autobús?
-¡Venga Santa Claus, no fastidie! Ya sabe que los rumiantes sólo pueden ir dentro de un trasportín? por eso...