el interés que ha despertado el informe PISA 2015 ha sido enorme. Lo confirman los debates públicos y las audiencias que esta cuestión ha obtenido en diferentes medios de comunicación. Parece que hay consenso en varias cuestiones y por ahí debería empezar la enorme tarea que tenemos por delate. Pongo la primera persona del plural porque en el capítulo de responsabilidades los medios de comunicación también tenemos la nuestra. Estos resultados no deben ocupar grandes titulares un día y caer en el olvido cuando baja la marea. No. Mantener la educación en el centro del debate público es cuestión de todos, prensa incluida.
En las coincidencias de quienes más saben del asunto destacaría la que señala que el problema de los malos resultados no es de ahora, ni siquiera deviene de los últimos años, sino que es arrastrado desde que comenzaron este tipo de evaluaciones. La derivada de este diagnóstico es que pierden el tiempo los que disparan a ráfaga contra los responsables políticos en esta materia. Ellos, claro, tendrán su parte alícuota en el mal resultado pero aprovechar el dato de esta semana para tratar de debilitar al Gobierno es tan pobre como el resultado del informe.
Tratar de ventilar tan compleja cuestión con la simpleza de achacar los malos resultados a los “recortes” es además de una mentira objetiva (repasen las estadísticas de inversión) un tiro erróneo para el punto de partida del necesario diagnóstico previo a la búsqueda de soluciones.
Segunda conclusión, encadenada también a la primera, no hay un culpable sino responsables múltiples y diversos. En general, parece que somos una sociedad muy satisfecha y sin tanto motivo que avale esa satisfacción. Poner excusas sobre el sistema empleado en la evaluación, la digitalización, o desprestigiar el mismo informe al que antes dábamos valor forma parte de ese convencimiento al que hay que poner fin.
Bajando al terreno más concreto: tenemos que hablar más de educación, aprender de sociedades con índices socioeconómicos y culturales similares que, sin embargo, vienen obteniendo repetidamente muy buenos resultados. Podemos ir a Castilla León, pero tenemos más cerca Nafarroa, que también tiene diferentes modelos lingüísticos y una renta muy similar a la de la CAV.
Esta noticia que nos ocupa estos días no debe desaparecer, sino que debe constituir el inicio de una cascada que empiece en cada centro escolar y concluya en una gran asamblea educativa (tómenlo siquiera como algo virtual) en la que participen las administraciones, el personal de docencia, las familias, los investigadores en didáctica, los evaluadores, etc. Sin el concurso de todos, sin dar a la educación la importancia (no sólo el dinero) que merece, será imposible enderezar el rumbo.