Bilbao - La tuberculosis se resiste a desaparecer. También en Euskadi. Un brote de tuberculosis en la UPV en un aula de la facultad de Ciencia y Tecnología del campus de Bizkaia desataba el pasado mes de junio todas las alertas. Una enfermedad que se creía prácticamente eliminada dejaba siete afectados, cinco estudiantes de dicha aula, y otros dos, del entorno de amigos. Pero no son los únicos. Cada año se diagnostican más de 300 casos en el País Vasco. En 2015, hubo dos brotes solo en Bizkaia en el ámbito familiar con varios afectados. Eso sí, nada comparable a las peores épocas del sida, a principios de los noventa, cuando los diagnósticos estaban disparados.

Aunque parecía una enfermedad en vías de extinción, continúa siendo un serio problema de salud pública. La tasa actualmente es de catorce casos por cada cien mil habitantes, es decir, más de tres centenares al año. “Ahí hay un porcentaje de inmigrantes muy importante. De tal manera que si extrapolamos solo los inmigrantes las tasas aumentarían hasta un 60 por cien mil. Es en ese colectivo donde hemos encontrado las formas más resistentes, sobre todo en gente procedente de los países del Este y de los países subsaharianos”, explica el doctor Ricardo Franco, presidente de la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao y estudioso de esta enfermedad. Y es que los datos indican que, al contrario que las otras dos grandes pandemias, la malaria y el sida, cuyas cifras están mejorando de forma concluyente, la tuberculosis, la más antigua y conocida de las tres, no acaba de ser atajada.

En un mundo globalizado con cada vez más inmigrantes extendidos por todo el mundo, la preocupación se centra ahora en las resistencias al tratamiento. Cualquier persona puede contraer tuberculosis, enfermedad causada por una bacteria que destruye el tejido pulmonar y se transmite a través del aire al toser o estornudar. Pero, sobre todo, es una enfermedad que golpea a los estratos más bajos de la población.

En las ciudades se registra el mayor número de casos, y casi la mitad de ellos corresponde a la población inmigrante. Y es que entre ese colectivo es donde el bacilo encuentra “lo que más le gusta”, el hacinamiento, a lo que se suman las mayores proporciones de habitantes en dificultades y en riesgo de pobreza y exclusión.

Nichos de la enfermedad En sus trabajos, Ricardo Franco ha delimitado los focos dónde esta patología se encuentra radicada. “En todas las ciudades siempre hay una concentración de casos en las zonas más deprimidas. Ahí están los nichos para la enfermedad. Gente con poco nivel adquisitivo, que fuma y bebe demasiado, que se hacina en pisos. He localizado algunas zonas de Bilbao donde están los tuberculosos, por ejemplo, en San Francisco. Son zonas marginales donde hay más pobreza, emigración, alcoholismo o droga. Porque, como decía el Papa, la enfermedad más grave es la pobreza”, sentencia.

Franco pone de relieve que “a finales del XIX hubo mucha tuberculosis en Bilbao y no había tratamientos ya que aparecieron en la década de los cuarenta, pero no han salido más”, critica. A su juicio, esta falta de terapias podría obedecer al desinterés de las farmacéuticas en desarrollar nuevos fármacos. “La tuberculosis ha ido siempre asociada a menesterosos, a pobres. Quizá por eso las farmacéuticas no lo ven como una inversión prometedora. Y tenemos los mismos fármacos que hace cuarenta años. Son eficaces salvo en las formas resistentes, sin embargo contra esas resistencias no tenemos más armas. Por el contrario, desde que saltó el VIH a la palestra han salido un montón de medicamentos eficaces. ¿Por qué no ha ocurrido lo mismo con la tuberculosis?”, se pregunta el doctor.

Y en que el mundo, el avance de la tuberculosis es imparable. Aunque el número de muertes por el bacilo decreció un 3,3% el año pasado, hasta los 1,8 millones, continúa siendo la enfermedad infecciosa que más muertes causa en el planeta, por delante del sida, según las estimaciones que ha publicado la Organización Mundial de la Salud (OMS) . En España, esta enfermedad afecta cada año a alrededor de 5.500 personas.

Una enfermedad lenta Entre los principales síntomas de contagio figuran una tos persistente durante más de tres semanas, esputo sanguinolento, febrícula, pérdida de apetito y peso, o sudores nocturnos. Aunque se trata de una enfermedad de fácil contagio, su diagnóstico es sencillo y, lo más importante, se puede curar en un 97% de los casos si se sigue un tratamiento antibiótico. “Las formas agudas ya no se ven tanto. El proceso progresa muy lentamente, pero ahí está. De repente empiezas a toser y lanzar bacilos al aire y todo el que está a tu lado, respira y se puede contagiar”, explica Ricardo Franco.

Según la OMS, esta dolencia infecciosa afectó a 10,4 millones de personas en 2015 y causó la muerte a casi dos millones. La organización sanitaria pretendía acabar con la epidemia en 2035 -reducir las muertes un 95% y la incidencia un 90%- pero ni las cifras de afectación ni la inversión son las adecuadas para bajar estas tasas. La falta de investigación es el gran Talón de Aquiles. Para Franco, “avanzaríamos mucho si invertimos en vacunas y conseguimos una inmunización que defienda al paciente”.