GINEBRA. "Hay muchas cosas que no sabemos y que no sabremos a corto plazo. Pasarán varios años hasta que podamos tener respuestas a todas las dudas. Es una agenda a largo plazo", sentenció públicamente Pete Salama, director de Emergencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Hace justo un año, el mundo médico y científico hizo sonar las alarmas por la aparición de un brote de virus del Zika en el noreste de Brasil y, en paralelo, por un aumento extraordinario de casos de microcefalia y otras malformaciones congénitas en recién nacidos.
Los expertos del Comité de Emergencias de la OMS decidieron el 1 de febrero de 2016 declarar la emergencia precisamente para intentar explicar ese aumento repentino de desórdenes neurológicos y la relación aparente, pero no confirmada, con la infección por zika.
Una vez determinada y comprobada dicha causa-efecto, se retiró la calificación de "urgente", a pesar de que no se sabe por qué algunos recién nacidos y algunos adultos sufren desórdenes y otros no.
Desde que fue descubierto en Uganda en 1947 y hasta hace pocos años, el virus del Zika parecía inofensivo, dado que sólo tenía efectos leves y en el 75 % de los casos era incluso asintomático.
En cambio, desde 2015 un total de 69 países han declarado tener transmisión activa del virus, y 58 han registrado brotes importantes.
De ellos, 28 naciones han compatibilizado casos de microcefalia y otras malformaciones congénitas -ninguno con la proporción de Brasil- y 19 países han registrado una incidencia mayor de casos de Síndrome de Guillian Barré (SGB), una respuesta inmunológica que provoca parálisis de los órganos, incluidos los pulmones.
El virus lo transmite el mosquito "Aedes Aegypti", también transmisor del dengue, la fiebre amarilla y el chikunguña, todos de la familia "flavivirus".
Precisamente, una de las incógnitas es si una infección previa con alguna de estas enfermedades guarda alguna relación con el desarrollo de efectos perniciosos o no.
Otro posible cofactor sería un elemento ambiental desconocido; o también una posible mutación de la cepa del virus que ha modificado sus efectos.
La primera epidemia de que se tiene constancia se dio en 2007 en Micronesia, pero no se detectaron consecuencias perniciosas.
Sin embargo, en 2013 hubo un brote en la Polinesia Francesa y, en retrospectiva, se ha podido comprobar que las infecciones por zika provocaron microcefalia y SGB.
Otra gran incógnita que genera gran preocupación es el hecho de que se ha detectado que algunos recién nacidos no sufren microcefalia al nacer, pero la desarrollan posteriormente.
Además, se teme que algunos fetos hayan podido sufrir malformación cerebral pero que ésta no se desarrolle hasta pasados algunos años.
Otro aspecto inquietante es que parece que el virus puede mantenerse en los fluidos corporales durante meses, con la posibilidad de infección a largo plazo en parejas sexuales.
De hecho, en el último año se han registrado infecciones por transmisión sexual en doce países.
A falta de tratamiento específico, el foco se centra en el desarrollo de una vacuna, y si bien hay varias en desarrollo ninguna podrá comercialice antes de varios años.
Mientras, la OMS va a establecer un grupo de expertos para seguir vigilando la epidemia y sus efectos, y hacer hincapié especial en la investigación, de forma sostenida y a largo plazo.
No obstante, los países más concernidos, y en especial Brasil -que sigue definiendo la epidemia como una emergencia-, temen que los escasos fondos disponibles para investigación acaben por desaparecer.
De hecho, a pesar de que durante nueve meses la epidemia ha sido considerada una emergencia internacional, sólo se han obtenido menos de la mitad de los 112 millones de dólares solicitados por la OMS para la respuesta transversal al brote.