Bilbao - En el País Vasco existen recursos para atender a las personas sin hogar, y a pesar de eso hay 285 hombres y mujeres que duermen en la calle. Las realidades que hay detrás de estas personas son variadas y, casi siempre, dramáticas; las razones para que permanezcan en la calle sin acceder a los recursos existentes también son diversas pero en muchos casos pasan por un desajuste entre lo que los servicios sociales ofrecen y exigen y lo que esas personas necesitan. Tal y como reconocen los trabajadores sociales, los recursos tradicionales para paliar el problema del sinhogarismo -como los albergues, los comedores, los centros de día o los pisos de inserción- siempre dejan a alguien al margen, personas que no pueden o no quieren cumplir con las necesarias normas de funcionamiento de esos servicios.

“Podrían ser menos, pero siempre va a haber personas en la calle, porque para algunas de ellas estar en la calle es fruto de una decisión individual, están ahí porque no tienen otras alternativas o no son capaces de escoger otras alternativas, porque es el modo de vida que tienen y no van a poder cambiarlo... No podemos obligar a nadie a salir de ahí y siempre habrá personas que prefieren vivir con unos perros en Artxanda que con las personas aquí. Ya hemos tenido casos de esos y por mucho que rebajes los requisitos para entrar en el sistema, siempre va a haber personas que no están dispuestas o no pueden cumplirlos. Lo que tenemos que hacer es que esas personas sin techo y sin atender por el sistema sean las menos posibles”, explica Pablo Ruiz Errea, director técnico de la asociación Bizitegi.

Para tratar de llegar -y ayudar- a estas personas los trabajadores sociales prestan lo que denominan atención de baja exigencia. Una metodología de trabajo que supone ofrecer prestaciones adaptadas a la situación de cada persona y asumir que no todas pueden recorrer completamente el camino hacia la inclusión. Pablo Ruiz, que lleva muchos años trabajando con personas “en situación de calle” ha sintetizado -junto a Patricia Beteta- las características de la atención social en baja exigencia, una forma de abordar el sinhogarismo que además de en Euskadi ya se está practicando en otros sitios, pero que hasta ahora no se había definido, y a la que se ha llegado tras comprobar que “con los recursos tradicionales muchas personas se quedaban al margen”.

‘baja exigencia’ El concepto de baja exigencia supone que las personas tienen derecho a recibir una atención solo por el hecho de ser personas, sin que ello implique hacer nada a cambio. Este trabajo va dirigido, por lo general, a personas cuya situación personal está tan deteriorada o que desconfían tanto del sistema que no suelen contemplar la posibilidad de acogerse la oferta de los servicios sociales. “En algunos casos -escribe Ruiz en su análisis de la metodología de baja exigencia- las prestaciones básicas ofrecidas en contextos de baja exigencia son la mejor garantía de supervivencia con la que cuentan estas personas. Sin ellas, su vida podría estar en peligro”. Los datos que configuran la realidad del sinhogarismo en Euskadi señalan que aunque hay casi dos mil personas sin vivienda, la mayoría de ellas sí cuenta con un techo bajo el que cobijarse y cubrir sus necesidades básicas gracias a los recursos asistenciales. Unos pocos centenares ni siquiera tienen eso.

“Los profesionales de la intervención social que trabajamos con personas en exclusión sabemos que un porcentaje de estas personas, si hace el proceso adecuado, puede recuperarse, tener unos buenos niveles de funcionamiento y una vida autónoma. Yo me crié con eso y aprendí que la inclusión solo tenía un camino que era la recuperación total, pero cuando ves que hay personas que se cronifican y no pueden llegar hasta donde han llegado los que se han incorporado socialmente, piensas que necesitamos inventar algo para no caer en el desaliento profesional, para no pensar que no hacemos nada. Hemos visto que no podemos funcionar toda la vida ofreciendo o proponiendo objetivos que no se consiguen, o forzando a las personas a alcanzar objetivos que nunca van a poder lograr. Para salir de eso nos planteamos el trabajo en baja exigencia”, explica Pablo Ruiz cuando se le pregunta por el origen de esta modalidad de atención social.

Según el trabajador de Bizitegi, “reconocer que hay personas a las que se debe atender en baja exigencia supone asumir ante la sociedad que hay personas que no se van a recuperar nunca o no lo van a hacer como tu crees, pero que sí pueden tener otros niveles de exclusión”. La baja exigencia no supone renunciar a conseguir progresos en la incorporación de estas personas a centros o servicios que les permitan superar su situación, pero se debe dar servicio a quien lo necesite independientemente de si acepta empezar un itinerario de inserción o no. “No se trata de no exigir algo a cambio del servicio que le prestas -dice Pablo Ruiz sobre las personas atendidas-, sino de pedirle a cada uno lo que crees que puede dar”.

confianza y respeto ¿Y, por término medio, qué se puede exigir a estas personas? “Antes de exigirles nada tenemos que hacer que confíen en nosotros, la atención en baja exigencia se basa en una confianza previa, en un vínculo que se consigue dando a la persona sin hogar lo que necesita, confiando en ella y haciendo que ella confíe en nosotros. Después de eso les pedimos convivencia, que es respeto a las personas y al entorno”, apunta Pablo Ruiz. Y sobre los objetivos a los que se puede aspirar en su atención señala que en muchos casos la supervivencia -evitar que estas personas mueran en la calle- y su permanencia en el recurso que les ayuda es todo lo que se puede esperar. “Aunque también confiamos en que puedan evolucionar hacia otros recursos de mayor exigencia”.

Bizitegi, que trabaja con personas en situación de exclusión social en Bizkaia, presta servicios de baja exigencia en varios centros, incluyendo el albergue municipal de Bilbao (Servicio Municipal de Alojamiento Nocturno), en el que 30 de sus 83 plazas están destinadas a los sintecho que requieren este tipo de atención. Ruiz apunta que el trabajo en baja exigencia por excelencia es el que realiza el equipo de calle del Ayuntamiento, cuyos miembros llegan hasta esas personas que no se acercan a las instituciones ni a los recursos de ayuda.

Pocas mujeres La mayoría de los sintecho que hay en Euskadi y de las personas atendidas en baja exigencia son hombres de mediana edad y, en un alto porcentaje, con problemas de salud mental. “No se trata tanto de enfermedades mentales graves -puntualiza el director técnico de Bizitegi- como de personalidades muy disfuncionales”. También hay personas con problemas de adicciones y algo más de la mitad son inmigrantes, aunque hay colectivos de personas extranjeras que viven en la calle y a las que es difícil llegar. “Sabemos que están ahí, pero no cuántos son”.

El caso de las mujeres que viven en la calle -que ha sido abordado recientemente en un informe de Emakunde y el SiiS- es aún más difícil de conocer en profundidad. “Hemos detectado desde hace tiempo que casi no hay mujeres en la calle, pero las que hay están fatal, en situación de desprotección y desamparo. Nunca hemos creído que haya menos mujeres que hombres en situación de exclusión grave y el estudio encargado por Emakunde ha encontrado la explicación de lo que está pasando: que hay muchas mujeres en situación de exclusión residencial que a cambio de convivir con alguien que no les gusta obtienen un techo. Esas mujeres creen que es la solución menos mala, algunas pillan con mejores personas y otras pillan capullos... siempre hemos sospechado que ahí es donde se frenaba la caída, aunque no sé hasta qué punto así se pone freno a la exclusión, porque es una situación igual de desgraciada”, reflexiona Ruiz.