madrid - En la actualidad uno de cada cuatro acosos ya se realiza por medio de las redes sociales y del móvil, según revela un estudio de la Fundación Anar que acaba de publicarse sobre ciberacoso (ciberbullying). La mitad de los menores reconoce haber sufrido ciberacoso en algún momento y el 45%, haber agredido por medio de la red. Los jóvenes que han sido víctimas de algún tipo de acoso tanto dentro como fuera de la red tienen más tendencia a tener conductas agresivas en línea.
Con la llegada de Internet y de los móviles el fenómeno del acoso ha traspasado los muros escolares y ha tomado nuevas formas. Con el ciberacoso la persecución puede llegar a darse las veinticuatro horas del día, siete días a la semana y, además, por múltiples canales. Existen tantas formas de ciberacoso que para los expertos resulta complicado estudiar el fenómeno. Y es que puede incluir desde amenazas o mensajes desagradables por correo electrónico, mensajes de texto o chat hasta publicaciones en páginas web o difusión de imágenes humillantes...
La profesora de criminología de la UOC Irene Montiel ha realizado un estudio con cerca de 4.000 adolescentes españoles de entre doce y diecisiete años en el que se ha constatado que la mitad de los menores ha sufrido ciberacoso y el 45% reconoce haber agredido. Para Montiel, que es experta en ciberdelincuencia, hay un dato que se debe tener muy en cuenta, y es que el 67% de los ciberacosadores antes han sido víctimas, lo que significa que haber sufrido ciberacoso puede ser un factor de riesgo de convertirse también en agresor. De hecho, según esta profesora, «los jóvenes que se involucran en comportamientos de ciberacoso también tienen más probabilidades de haber sido víctimas fuera de las redes, ya sea de violencia interpersonal, física o sexual».
ciberagresor El perfil del ciberagresor más habitual es un chico de entre catorce y quince años, mientras que las víctimas más frecuentes suelen ser chicas de dieciséis-diecisiete años. Los chicos tienen más tendencia a grabar con el móvil todo tipo de agresiones para subirlas después a la red y las chicas suelen recorrer más a la difusión de rumores y otras agresiones de tipo relacional con el objetivo de conseguir el aislamiento de las víctimas.
En general, cuanto más uso de Internet y de teléfonos móviles hay entre los jóvenes, más probabilidades tienen de ser víctimas o agresores por medio de la red. Entre los factores de más riesgo están la orientación y la identidad sexual. Los jóvenes LGTB tienen tres veces más probabilidades de ser intimidados o acosados en línea que el resto.
prudencia y apoyo de los padres Montiel recomienda mucha prudencia a la hora de buscar amigos nuevos por Internet, agregar desconocidos a la lista de contactos, inventarse identidades falsas y enviar información personal o fotos a desconocidos. Y alerta de que, «si vivimos en una sociedad que tolera ciertas formas de violencia, especialmente las más sutiles, es lógico que los menores las aprendan y las normalicen».
El apoyo de los padres a la hora de acceder a las TIC se considera un factor protector tanto en el acoso tradicional como en el ciberacoso, y la ausencia del control parental es un factor de riesgo: «muchas veces se piensa erróneamente que el hecho de que estén cerrados en su habitación significa que están protegidos, pero no es así». Ante cualquier tipo de acoso no ayuda nada pensar que es cosa de niños, que no tiene importancia y que ya les pasará, añade.
Según la profesora Montiel, promover la educación en valores, desarrollar la inteligencia emocional, especialmente la empatía, y hacer un uso racional y responsable de las TIC es fundamental para prevenir este tipo de violencia. Asegura que «es muy importante concienciar a los menores de las consecuencias reales de sus actos».
El ciberacoso es una forma de maltrato entre iguales que normalmente pasa en la escuela y se caracteriza porque se produce de manera reiterada, por la intencionalidad de agredir y por la indefensión de la víctima.
Efecto ‘Coliseum’ Internet y los móviles han añadido nuevos elementos al fenómeno. Por lo tanto, el ciberacoso tiene unas características propias que no tiene el acoso escolar tradicional. De hecho, según Montiel, «algunos de los criterios tradicionales atribuidos al acoso fuera de línea pierden, en parte, su sentido cuando hablamos de ciberacoso». Para empezar, ya no se produce solo en las escuelas. Además, tanto los agresores como los espectadores son invisibles, no tienen que enfrentarse cara a cara con la víctima, lo que genera una distancia entre víctima y agresor, sobre todo emocional.
Por otro lado, en los casos de ciberacoso los contenidos se difunden mucho más rápidamente, son muy difíciles de hacer desaparecer y tienen mucha más audiencia, más gente que los ve. El ciberacoso permite que la persecución se pueda hacer mediante diferentes dispositivos y en diferentes situaciones. Quiere decir que ni siquiera cuando la víctima está en su casa se siente protegida, porque también pueden acosarla por el móvil o las redes sociales, por ejemplo. Esto promueve que la conducta de los agresores sea cada vez más impulsiva y desinhibida y que la víctima rápidamente quede aislada y cada vez se sienta más indefensa.
Existen más diferencias entre un acoso y el otro que hay que destacar. Una de las características del acoso es que se tiene que dar de forma repetida. En el caso del ciberacoso, sin embargo, un acto aislado de un agresor que es distribuido por la red puede llegar a millones de personas y tener un efecto negativo para la víctima como si fuera repetido. Para la profesora Montiel, «esto lleva a la cronificación de la experiencia de victimización». Poco importa si la intención inicial era hacer daño o si era solo hacer una broma, porque cada vez que alguien retuitea un mensaje, de alguna forma se convierte en cómplice, y esto aumenta la probabilidad de que se produzca un impacto negativo en la víctima. Es lo que se denomina el efecto Coliseum.