Parece una ley del siglo pasado. De hecho lo es tanto por fechas como por implantación social, pues muy pocos quisieran ubicarse en la situación de años anteriores a 1981 cuando lo que Dios unía nadie podía desatar. Pero cuando la espita del divorcio se abrió la normalidad se instaló entre nosotros y 35 años después conjugar matrimonio y libertad personal, aunque siga siendo complicado, es mucho más fácil que antes.

Las leyes siempre van por detrás de la realidad social. Así ocurrió con la Ley del Divorcio de la que se acaba de cumplir 35 años de su aprobación. Fue en junio de 1981 cuando Francisco Fernández Ordóñez, ministro de Justicia de Unión de Centro Democrático (UCD), enfrentándose a la presión de los sectores más reaccionarios de su partido y a la retrógrada cúpula de la Iglesia Católica, logró sacar adelante, contra viento y marea, la ley que equiparaba al Estado español a la Europa del progreso. Pero, sobre todo, ponía fin al sufrimiento de miles de hombres y mujeres que vivían en un limbo legal, “porque habían roto sus matrimonios años e incluso décadas atrás y rehecho su vida sin poder formalizar su situación”, explica la abogada Miren Jesús Real. “Por tanto obedeció a una urgente demanda social”.

Comunistas, socialistas y nacionalistas fueron claves para que el Parlamento español aprobara la norma del socialdemócrata Fernández Ordóñez con el respaldo de 102 votos a favor, 22 en contra y 117 abstenciones. “Para la derechona instalada en el poder fue un auténtico trauma que saliera adelante la ley, pero la presión de los movimientos feministas, de los colectivos de abogados, sindicatos, partidos y la necesidad de aparentar modernidad de cara a Europa hizo posible que España tuviera su ley de divorcio; la situación era insostenible; no les quedó otra que aprobarla”, añade Blanca Estrella Ruiz.

La presidenta de la Asociación feminista Clara Campoamor fue la primera mujer en obtener la separación en Bizkaia. “El 8 de marzo de 1981”, aunque no consiguió el divorcio hasta diez años después. “Nos separamos de mutuo acuerdo y no lo solicitamos porque no lo necesitamos hasta que mi ex volvió a casarse diez años después; entonces lo pedimos sin problema alguno”, dice Blanca Estrella Ruiz echando la vista atrás.

culpabilidad Actualmente divorciarse -al menos sobre el papel- es un trámite sencillo y rápido, pero al principio para lograrlo había que culpabilizar a una de las partes. El proceso era lento, largo y con frecuencia con denuncias o razonamientos falsos. Además la pareja debía de certificar que llevaba dos años sin convivir. “Los comienzos fueron muy complicados; en mi caso razoné incompatibilidad de caracteres y tuve suerte porque el motivo fue aceptado; otros muchos jueces echaban para atrás esta prueba”, recuerda.

Los contrarios a la Ley del Divorcio no se cansaban de airear en los medios de comunicación que su aprobación dispararía las separaciones. “La realidad fue bien distinta; se produjeron muchas menos de las esperadas. Eso sí, hubo cantidad de juicios de gente que tenía que presentar pruebas falsas; se volvían locos buscando testimonios para que los jueces vieran causa de divorcio; los abogados también teníamos nuestra dificultad añadida para hallar alegatos que no venían en la ley y para que sus señorías dieran el visto bueno; los letrados pedían y los magistrados concedían, así se fue avanzando hasta que se admitió -como tenía que haber sido desde el principio- que si tú ya no quieres a una persona es suficiente motivo para demandar el divorcio”, explica la abogada y mediadora Miren Josune Real.

versión exprés Así y todo tuvieron que pasar 24 años -hasta 2005- para que la Ley del Divorcio cambiara y se adecuara a las nuevas necesidades de la sociedad y de los matrimonios actuales. “Fue con la versión exprés por la que solo se precisan tres meses para divorciarse tras haberte casado cuando la situación se normalizó; con esta modificación no es necesario pasar por la separación y si además es de mutuo acuerdo tampoco por los tribunales ni hacerse con los servicios de abogados y procuradores”, explica la mediadora.

Actualmente en el Estado español se producen alrededor de siete rupturas por cada diez matrimonios; el número de personas separadas y divorciadas se ha multiplicado en una década alcanzando al 6% de la población adulta, un ratio superior a los países de nuestro entorno. Según el último informe del Instituto de Política Familiar (IPF), desde que entró en vigor la Ley del Divorcio ha habido tres millones de rupturas matrimoniales. “La norma fue un hito de la democracia”, sostiene Real. “La anterior databa del año 32, promulgada por la II República, que fue derogada por el Régimen franquista. Para mucha gente a la que no le salieron las cosas como esperaban, no poder divorciarse les supuso un calvario; los que podían se marchaban del país; los que no, aguantaron amargamente durante décadas”, relata la abogada con una dilatada experiencia en esta materia procesal.

convivencia tóxica Azucena, una pizpireta octogenaria de Donostia, fue de las primeras vascas en divorciarse en el 81. “Me había casado jovencísima con el ‘hombre de mi vida’, pero aquello empezó a hacer aguas muy pronto. Nacieron los niños y el príncipe azul dejó de serlo. No habían llegado los 60, pero a pesar de las presiones familiares para que aguantara con él decidí independizarme; dentro de lo que cabe la separación fue civilizada. Yo quería romper el vínculo, aunque no rehice mi vida sentimental”, relata.

Azucena se puso a trabajar fuera del hogar, al tiempo que recobró los libros. “Me forme en FP y esto posibilitó que tuviera mi independencia económica, clave en aquellos años y ahora para que las mujeres podamos decidir sobre nuestro futuro”, añade sonriente, al tiempo que dice no entender a las mujeres que aguantan carros y carretas por los hijos una convivencia que les mina la salud física y mental. “Precisamente los vástagos tienen que ser un aliciente para salir del infierno que puede suponer un mal matrimonio. Ahora no hay excusa”, sentencia por experiencia propia.

En Euskadi, en el primer trimestre de 2016, según las estadísticas del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), se iniciaron 771 divorcios de mutuo acuerdo, un 11,1% menos que en ese mismo periodo en 2015, mientras que los divorcios contenciosos descendieron cerca de un 7% (439 casos). “Tal vez la crisis tenga algo que ver con ello”, dicen las expertas.

El Estado Español. A pesar del descenso de las demandas de disolución matrimonial, el Estado, según los últimos informes, es el segundo país de la UE con mayor porcentaje de rupturas.

Al día 294 rupturas. De ellas 276 son divorcios y 14 separaciones, en los que se ven involucrados 267 hijos, de los cuales 232 son menores de edad.

En Euskadi. En el primer trimestre de 2016 disminuyeron un 10% (1.259 casos), en contraposición a los que tuvieron lugar por las mismas fechas en 2015.e

Rupturas de mutuo acuerdo. Entre enero y marzo de este año se han dado en el País Vasco 27 separaciones consensuadas, un descenso del 37,2%. En este mismo periodo hubo 22 procedimientos contenciosos, un 29,4% más.