pamplona - Cumpliendo a rajatabla con lo que se esperaba de ellos después de una ausencia que se ha hecho demasiado larga, los ejemplares de la ganadería gaditana de Cebada Gago protagonizaron ayer un encierro dramático con siete heridos por asta de toro, dos de ellos en estado grave, en una carrera marcada por la peligrosa presencia de varios morlacos sueltos en el último tramo que llevaron el miedo y el desconcierto a cada centímetro de baldosa del recorrido.
Uno de ellos, de nombre Artillero, llegó a darse la vuelta en el tramo de Telefónica y regresó sobre sus trancos hasta la esquina de Estafeta con Mercaderes, donde la pericia de los empleados había logrado colocar a tiempo el portón para impedir que continuara con su despistada carrera. El terror que causó entre los corredores que pensaban que el encierro ya había acabado, pero que contemplaron aturdidos al morlaco enfilar la calle Estafeta hacia abajo, hizo que el tramo quedara vacío en cuestión de segundos mientras Artillero seguía a lo suyo, lanzando continuos derrotes a un lado y otro, mostrando a todos lo que era capaz de hacer.
Parecía una estampa de principios del siglo pasado. La presencia de unos pocos corredores en la calle casi desierta evocaba encierros de otra época, de otras tecnologías, cuando sólo algunos valientes participaban en la carrera ante un público local que ya entonces demostraba evidente interés en el espectáculo. Ayer fue por otra causa. El terror y la desconfianza que provocaron los Cebada Gago fueron suficientes para que el recorrido quedara despejado casi por completo. Excepto por la presencia de los pastores, media docenas de expertos corredores y algún despistado que cruzaba de lado a lado de la calle por delante de las astas de Artillero, allí no quedó nadie. Solo el miedo y el valor de los que saben cómo hay que enfrentarse al toro en estas condiciones tan delicadas.
Es lo que sucede cuando se quedan sueltos unos cuantos cebaditas, cuyas andanzas son de sobra conocidas en Pamplona. Por si no fuera poco peligroso su instinto natural, ayer se dieron todos los condicionantes para que volvieran a hacer de las suyas, especialmente tras la caída de la mayor parte de la manada al principio de Mercaderes, lo que provocó el descontrol total de la carrera. La primera cogida, sin embargo, se había localizado al comienzo del recorrido, en la cuesta de Santo Domingo, donde el toro Huido corneó en la zona testicular a un pamplonés de 58 años. Los primeros metros de la manada sirvieron para ver que no iba ser un trayecto sencillo por los continuos amagos que los morlacos lanzaban a todo lo que se movía.
La camada llegó a la plaza Consistorial compacta, encabezada por Artillero, el que luego sería protagonista de la parte final de la carrera, que había cogido unos metros de delantera. Por detrás, al inicio del tramo de Mercaderes, una caída inoportuna situó a Huido y Juguetón frente a dos grupos de corredores, contra los que arremetieron sin miramientos, dejando dos nuevos heridos por asta. Unos metros por delante, Empleado volteó a varios corredores de origen indio, resultando corneado uno de ellos, el tercero de la mañana.
La carrera, en este punto, se había convertido en un caos, con un morlaco encabezando la manada, seguido por otro toro arropado por todos los cabestros y por detrás, el resto de los cebadas, cada uno haciendo la guerra por su cuenta. Artillero perdió el equilibrio al inicio de Estafeta y fue sobrepasado sin demasiados miramientos por los cabestros y el toro cárdeno, ajeno a lo que estaban haciendo sus hermanos de camada. Este grupo llegó a los corrales de la plaza en un tiempo normal (alrededor de dos minutos y medio), pero lo peor no había terminado. Empleado volvió a lanzarse contra un grupo de personas que se encontraban hacia la mitad de Estafeta, mientras Artillero, antes de darse la vuelta, tuvo tiempo de empitonar a otro corredor en Telefónica. La pericia de los pastores y de algunos mozos permitió que poco a poco, sin arriesgar más de la cuenta, los últimos cebaditas llegaran a los corrales. Pasaban casi 6 minutos de las ocho horas. Demasiado miedo para tan poco tiempo.