El número de personas que se han visto forzadas a abandonar sus hogares en el mundo ronda los 60 millones. Son estimaciones de la Agencia de Naciones Unidos para los Refugiados (Acnur), que lanza la voz de alarma sobre esta situación. Para encontar un escenario similar hay que remontarse a la Segunda Guerra Mundial. De estas 60 millones de personas, una de cada tres ha abandonado su país, es decir, es refugiada. El resto, son desplazados internos. Los sirios representan, hoy en día, uno de cada cuatro refugiados, el grupo más numeroso, desbancando a los afganos, que durante 33 años han ostentado este título. El segundo país exportador de personas actualmente es Somalia.
A pesar del pánico abanderado por algunos países europeos ante la llegada de cientos de miles de solicitantes de asilo, la mayoría de los refugiados se encuentra en países limítrofes al suyo y casi nueve de cada diez, en territorios empobrecidos. La externalización de las fronteras, denuncian las organizaciones humanitarias, representada en forma de muros y vallas en el continente europeo, así como en acuerdos con países como Turquía o Marruecos, han convertido las rutas de los refugiados en mortíferas. Hoy en día, el Mediterráneo ostenta el triste honor de ser la travesía migratoria más peligrosa del mundo, que el año pasado se llevó 3.700 vidas.
Hoy lunes se conmemora el Día mundial de las personas refugiadas. Una fecha para alzar la voz una vez más sobre la vulnerabilidad de millones de personas, abandonadas a su suerte por la comunidad internacional. “Las cosas tienen que cambiar, el sistema de asilo español no acoge a las personas refugiadas. Ahora se habla de crisis de refugiados en Europa, pero esta crisis ha estado siempre, solo que no estaba aquí al lado. En África ha habido guerra en Ruanda, en República Democrática del Congo, en Chad... Ha habido muchos refugiados que han tenido que marcharse a otros países africanos; Camerún está lleno de refugiados y nadie se acuerda de este país ni tiene ayuda de nada”, denuncia, firme, Clementine Baza, refugiada congoleña asentada en Balmaseda desde hace tres años.
Detras de cada dato, de cada estadística hay personas con historias desgarradoras. El caso de Clementine, como el de millones de refugiados, es el reflejo del sufrimiento por el que tienen que pasar, pero también el de la lucha por la supervencia y la constancia. Esta mujer congoleña abandonó su país natal en 1999 tras el asesinato de su esposo. Huyó de noche, sin despertar sospechas, dejando atrás dos hijos pequeños. Caminó durante cuatro meses, sola, hasta llegar a Camerún. “En los pueblos por los que pasaba contactaba con la iglesia local, que me ofrecía cobijo y comida. Otras veces caminaba con otros refugiados que me encontraba por el camino. Crucé el bosque con un grupo de ruandeses”, explica.
Las duras condiciones del trayecto hicieron que se enfermara. “Llegué a Camerún muriendo. No tenía cuerpo, solo huesos”. La malaria había hecho estragos en su cuerpo, tenía el bazo hinchazo, y constantes hemorragias “debido a una violación que sufrí en mi país”, de la que no quiere contar más. Tenía también dañado el riñón. “Estuve entrando y saliendo de hospitales durante años, pero nada”, cuenta. En Camerún, Clamentine solicitó asilo en una oficina de Acnur y la resolución tardó seis años en llegar. Fue favorable.
Pero, sin ayudas y enferma, su día a día era por la supervivencia. “Un día me llevaron a un hospital de monjas de Calcuta para morir”. Sin embargo, su vitalidad y ganas de trabajar la convirtieron en la persona más conocida del lugar. “Aprendí el trabajo de las enfermeras, incluso a poner suero. Por las noches, los enfermos gritaban mi nombre. Muchas personas murieron en mis brazos”, rememora. “Un día, la monja encargada del hospital me dio la noticia. Había mandando mis análisis a España y me iban a trasladar para que me operaran”.
Llegada a Euskadi La intervención fue “a vida o muerte”, pero salió bien. Sin embargo, tres semanas después, cuando aún no se había recuperado, le comunicaron que tenía que volver a Camerún. “Entonces me escapé del hospital”. Débil y sin conocer Madrid, se encontró con un hombre camerunés. “Me aconsejó que viniera a Bilbao y me dio dinero para el billete”. Era 2007. Al llegar a la capital vizcaína, Clementine se dirigió a CEAR-Euskadi, “y allí llamaron a una ambulancia, porque llevaba cuatro días sin tratamiento y tenía la herida en carne viva”.
El hospital de Basurto se encargó de su tratamiento y, con el apoyo de la comisión de ayuda al refugiado, comenzó un nuevo proceso de solicitud de asilo. Vivió en un piso de acogida, se apuntó a todos los cursos posibles y trabajó durante tres años como empleada del hogar sin papeles. “Me negaron el estatuto porque ya me lo habían concedido en Camerún, así que me vi sin papeles”. Pero su constancia trajo sus frutos y dos años después consiguió la residencia permanente por razones humanitarias. Tras años de tratamiento, Clementine, ya curada, pudo viajar en 2011, junto a su actual pareja, a su país natal, donde se reencontró al fin con sus hijos, 12 años después de tener que abandonarlos para salir huyendo.
Crisis humanitaria. Acnur calcula que más de 60 millones de personas son refugiadas o desplazadas internas en el mundo. De éstas, una de cada tres ha cruzado la frontera de su país.
Nacionalidades. Los sirios son hoy en día el mayor grupo de refugiados, un total de cinco millones. Hasta ahora y durante 33 años, eran los afganos los más numerosos.
Peligros. La preocupación de los países, principalmente los industrializados, por blindar sus fronteras ha convertido las rutas migratorias en mortíferas. El Mediterráneo, la más letal, se llevó el año pasado 3.700 vidas.
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Según Clementine Baza, refugiada congoleña residente en Bizkaia, hoy en día se habla de crisis de refugiados “porque están aquí al lado, en Europa”. Sin embargo, asegura, “siempre ha habido guerras y personas que han tenido que huir”.
La malaria había hecho estragos y tenía constantes hemorragias “debido a una violación que sufrí en mi país”.
En Madrid, un camerunés le aconsejó que viniera a Bilbao y le dio el dinero para el billete. Al llegar, ingresó en Basurto.