“Mi hijo se murió en la cocina de casa”. Así sin paños calientes empieza su historia el madrileño José Manuel Gil. Con la esperanza de que su corazón volviera a latir lo trasladaron al hospital y “tras reanimarle, el doctor me dijo que había estado veinte minutos en hipoxia, sin oxígeno, una eternidad para el cerebro”. Después de varios días en coma, su padre empezó a intentarlo todo. Quiso estimular a Luis a través de la música, una pasión que compartían ambos: “Luis tiene facilidades para la música y se me ocurrió que podía ser un elemento estimulante”, relata Gil en El viaje de Luis, (Editorial Oberon) una ruta por la supervivencia y la determinación. Pero usó la música, el ejercicio, la estimulación, complementos naturales... utilizó de todo para devolverle a la vida.
El accidente se produjo en mayo de 2012 en el salón de su casa. Allí estaban su madre y su hermana Elena. Sin saber muy bien cómo ni por qué, Luis se clavó accidentalmente una navaja al lado del corazón. Con intención de que no le regañaran, se la arrancó y la escondió debajo del sofá. Se fue andando a la cocina y perdió el conocimiento. Tras 20 minutos sin aire, entró en coma. Una historia no apta para padres aprehensivos que José Manuel Gil acaba de relatar durante el 54º Congreso de la Sociedad Española de Rehabilitación y Medicina Física (SERMEF) recientemente celebrado. Docenas de expertos médicos escucharon impávidos cómo se produjo el milagro de este niño en estado vegetativo por el que nadie daba un duro. A día de hoy, está recuperado al 100%, sin ninguna secuela. Neurólogos de hospitales infantiles que han conocido de cerca el caso, afirman que se trata casi de un milagro. Gil dice que es un “milagro explicado por la ciencia”.
Este padre coraje madrileño rememora cómo la cocina se convirtió en un escenario dramático. El niño tumbado en el suelo respiraba inmóvil con los ojos abiertos. No sangraba. El derrame era interno. Pronto llegó un equipo de emergencias: electroshock, medidor del pulso, cánulas, agujas... Su tensión arterial caía en picado... La agonía estaba servida. Luis sufría daño cerebral severo (DCA).
una recuperación milagrosa Pero Luis superó -gracias a las técnicas revolucionarias ideadas por su padre y a su innovadora agenda de rehabilitación- el bache. De hecho, pudo recobrar la vista en su totalidad tras quedarse ciego y recuperar la plena movilidad después de estar semi paralizado. También todas sus otras capacidades cognitivas. Y hoy está al 100%. “Los equipos sanitarios que atendieron a Luis consiguieron resucitarle, pero la parada cardiaca provocó un daño cerebral severo y unas posibilidades de recuperación escasas”, recuerda todavía conmovido José Manuel. Con el paso de los días y con el niño en la UCI, el padre tomó las riendas de la rehabilitación para que el crío saliera del letargo, utilizando un método que denomina Rehabilitación en 3 ejes, apoyado en sus conocimientos sobre el cerebro. Usó música, frío, luces parpadeantes y miles de horas... y Luis regresó.
Uno de los pilares de la rehabilitación neurológica consistió en hacer ejercicio físico vigoroso a diario. “No en vano, diversos estudios realizados en los últimos 15 años demuestran que el ejercicio físico de cierta intensidad produce, además de las conocidas endorfinas, otros factores neurotróficos que fomentan el establecimiento de nuevas conexiones entre neuronas y el nacimiento de neuronas nuevas”, asegura.
El poder de la música La música jugó un papel fundamental en la recuperación desde los primeros días, cuando su padre le cantaba o le ponía los cascos con música muy alta para excitar su cerebro y así despertarle del coma. Durante su recuperación también tocaban todos los días, gracias a la afición de padre e hijo al saxofón. “Hoy en día Luis toca mejor el saxofón de lo que lo hacía antes del accidente” declara su padre. “Se trata de un ejercicio muy intensivo y eficaz para el cerebro, porque requiere la ejecución de múltiples tareas cognitivas a la vez y la comunicación sincronizada de las muchas áreas cerebrales implicadas”, explica Gil, un hombre muy interesado por la ciencia y la innovación, e ingeniero de profesión.
El segundo eje se basó en el trabajo neurológico. Consistió en realizar a diario de manera continua tareas de reaprendizaje de las diversas capacidades cerebrales perdidas como consecuencia del daño cerebral. Gracias a ello se volvieron a establecer las conexiones neuronales perdidas. Ello es posible, no con las neuronas muertas, sino con otras neuronas que las sustituyen o con aquellas otras que, si bien han resultado dañadas en el accidente, no han muerto del todo.
El último pilar de José Manuel fue el empleo de determinados compuestos, medicinas y suplementos, Omega 3, ácido fólico, vitamina E... que apoyan el funcionamiento del cerebro y su mejoría. Aunque Gil insiste en que “este pilar es el menos importante de los tres, también puede ayudar porque existen informes que lo avalan”.
Los principios utilizados por José Manuel Gil y su hijo Luis, según indica, “son aplicables a cualquier persona, pero no solo a pacientes que hayan sufrido accidentes, lesiones o tengan enfermedades cerebrales, sino también a cualquier persona sana que desee mejorar sus capacidades cerebrales y retrasar el envejecimiento neuronal”.
Pero el elemento esencial en la rehabilitación neurológica es la familia. “La solución pasa por complementar la intervención de los profesionales que saben en qué fases y cómo hay que rehabilitar al enfermo, con el trabajo de los familiares en casa que le pueden aportar muchas más horas y mucha más rehabilitación. Hasta doce horas al día recibía estimulación para que su cerebro respondiese a las exigencias.
A los cuatro meses y medio de clavarse la navaja en el pecho, Luis volvió al colegio y resultó finalista de un concurso de poemas. Hoy no le han quedado secuelas y es un chaval completamente normal.