Quizá la experiencia de ser madre, por lo disruptiva, sea una de las que mejor ponen a prueba el tipo de mundo en el que vivimos. Un niño no parece encajar bien en el tiempo del trabajo -leáse la aparición de Carolina Bescansa en la sesión de constitución del Congreso de los Diputados el pasado mes de enero con su hijo Diego en brazos y el revuelo posterior- , ni tampoco es fácil el debate sobre quién esta concernido directa o indirectamente en su cuidado, a pesar de que todos nosotros hayamos sido hijos. Y aun así, el miedo a no ser madre “a tiempo” no deja de estar presente, dando lugar a un sinfín de posibles soluciones a un encaje que se antoja imposible. No parece muy arriesgado afirmar que la sociedad hace difícil la maternidad.
La filósofa y directora de la revista Minerva del Círculo de Bellas Artes de Madrid, Carolina del Olmo, señala en su libro Dónde está mi tribu: maternidad y crianza en una sociedad individualista la paradoja de la maternidad del siglo XXI. Nos encontramos ante un círculo vicioso en el cual la crianza es cada vez más privada en el sentido de que las mujeres la comparten menos con sus pares -y con la ya ausente familia extensa-; pero a la vez es cada vez más pública, al estar intervenida por toda clase de expertos e instituciones formales (hospitales, guarderías?). El sociólogo César Rendueles sentencia con una afirmación que constata que vivimos tiempos extraños para la maternidad (y la paternidad): “El primer recién nacido que muchos de nosotros cogimos en brazos fue nuestro propio hijo”.
El tipo de sociedad del que viene y al que ha dado lugar la maternidad, esa maternidad más privada y más pública, ha cambiado en términos estadísticos de forma sustancial. En el caso de la CAV hemos pasado de una tasa de natalidad del 20,33 por mil y un índice de fecundidad de 2,83 hijos por mujer en 1976 a otra tasa del 8,95 por mil y 1,38 hijos por mujer. Sin embargo, hemos mejorado desde cifras auténticamente preocupantes como las de mediados de los 90, cuando en 1996 y 1997 nos quedamos estancados en los 0,91 hijos por mujer. Los vaivenes económicos parecen haber influido decisivamente en la relación de muchas mujeres con la maternidad, no solo desde la perspectiva de ser ellas quienes se conviertan en madres, sino también de ayudar a otras a serlo.
El jefe de Ginecología y Reproducción Asistida del Hospital Quirón Donostia, Koldo Carbonero, evalúa los cambios en los perfiles de donantes y receptoras. En cuanto a las primeras, en el caso de Quirón, no han cambiado demasiado sus características: “El 80% de las donantes son estudiantes de la UPV, y su edad media es de 24 años”. Asimismo, Carbonero no estima que la contraprestación económica derivada de convertirse en donante (variable según la legislación de cada Comunidad Autónoma y que cubriría los gastos del ingreso hospitalario, ausencias laborales, medicación, , etc.) sea la clave para donar óvulos, sino que lo asocia a que “la gente es más altruista de lo que pensamos”.
El cambio de peso se ha producido en la receptora, que en el caso de Quirón, ha pasado de tener una media de 30-32 años de edad hace dos décadas a los 39, según datos de 2014. “Antes eran problemas puntuales: mujeres con menopausia precoz, con los ovarios extirpados... Ahora no es así, sino que nos encontramos con mujeres que acceden a la maternidad a una edad tardía”. La media de edad en la CAV se sitúa ya por encima de los 32 años.
casos extraordinarios El doctor Carbonero insiste en que no pueden considerarse los tratamientos de fertilidad una panacea, ya que no es posible lograr un embarazo en el 100% de los casos, puesto que tenemos un proceso reproductivo más complejo que el de otros animales. “En centros de referencia como este, lo que llegan son fracasos de fracasos, por lo que necesitan intervenciones de mayor sofisticación”. Los avances médicos han permitido lograr auténticos imposibles: “Lo más llamativo fue embarazar a una mujer con su marido recién fallecido, obteniendo espermatozoides directamente del testículo, puesto que estos aguantan 24 horas más tras la muerte. Si tienen las autorizaciones legales y hay tiempo de preparar el operativo, es algo que se puede lograr”, comenta.
La ampliación tanto de modelos de familia en los que la maternidad tiene distintos encajes como de los procedimientos para ser madre hace que la reproducción asistida conviva con modelos como la adopción, aunque el segundo se ha convertido en una auténtica odisea. De hecho a menudo -no siempre-, la adopción termina ser la última vía tras no conseguir el embarazo ni de manera natural ni asistida.
Sin embargo, el éxito de las nuevas técnicas, aparte de una explicación sociológica, también tiene un trasfondo biológico que opciones como la adopción no cubrirían, según el doctor Carbonero: “Muchas mujeres que deciden llevar su embarazo adelante solas lo hacen porque quieren, aunque sea con el óvulo de una donante, participar de la gestación y parto de un niño, esto es, ser partícipes directamente, aunque la carga genética no sea suya. Y es que la maternidad no es solo tener un hijo, sino que en el caso de la madre también incluye la formación y gestación del niño, y eso es algo que tenemos impreso en nuestros genes”, sentencia.
1,38
Este era el número de niños por mujer en 2014. A pesar de la coyuntura económica, los datos no son tan bajos como en 1995, cuando estábamos en los 0,91 niños por mujer. Eso sí, distan mucho de los 2,83 del año 1976.