este año el calendario adelanta Semana Santa a la última de marzo, y por ello, aparecen como por ensalmo las celebraciones de los carnavales, una de las citas marcadas en rojo en las fiestas cívicas ciudadanas, que tienen brillo especial, y a pesar de las abundantes inclemencias del tiempo, mucho frío, a veces agua y hasta nieve, son fiestas participativas, esperadas y de encendido ánimo.
El célebre literato medieval, Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, escribió la ejemplarizante vida de don Carnal y Doña Cuaresma, en la que ambos personajes recorren divertidos momentos existenciales con entrega y dedicación, recogidos en bellos textos hace cuatrocientos años.
Don Carnal y Doña Cuaresma, principio y fin de un ciclo en la existencia de hombres y mujeres, ayer y hoy, hoy y mañana convertidos en figuras de papel para describir etapas de nuestro mortal vivir.
Tiempo de Carnaval, tiempo de gozar y vivir con intensidad, sumergidos en la estación invernal, menos invernal con los meteorológicos tiempos que corren, y que alivian el camino hacia la prometedora primavera.
Los carnavales de este fin de semana son tiempo para la diversión, transgresión, marcha cañera de bailes sin fin, que durarán lo que aguante el personal fuelle de cada uno y cada una. Eso sí, siempre dentro de los límites de la convivencia bien entendida.
El sábado por la tarde Vitoria-Gasteiz se llenará de música caliente, de disfraces sin fin, de carrozas engalanadas para fiesta y alegría de vivir, en un remedo de ciudad tropical. Será el arranque de un fin de semana plagado de risas, roces, alegría de sentir en comunidad una fiesta colectiva que se desparramará hasta el mediodía del domingo y que se rematará con el Entierro de la Sardina en la tarde noche del martes, que avisa del miércoles de ceniza y el comienzo de cuarenta días de penitencia, abstinencia y purificación.
Así será la vida vitoriana este fin de semana, donde disfraces, máscaras, transformaciones varias permitirán la vivencia de lo que queremos ser y nunca seremos; al menos por unas horas nos disfrazaremos de conde Drácula, vaquero del oeste o noble caballero de empolvada peluca. Ellos y ellas ocultarán el fondo de sus almas a través del antifaz elegido.
Nos pondremos la máscara de la fiesta, la máscara de la diversión, la máscara de Carnaval. Por ello, cantamos con la inolvidable Celia Cruz ”la vida es un carnaval”.
Por cierto, tiene pinta de monumental tomadura de pelo a la ciudadanía, la deriva que está tomando la amenaza de reapertura de la central nuclear de Garoña que el Consejo de Seguridad nuclear maneja cada vez con más descaro para autorizar una nueva etapa de vida para un ingenio que tiene cuarenta años de explotación y los dueños piden diecisiete años más, que es una eternidad, y lo piden después de una tortuosa y torticera historieta de cierro, abro, arreglo, exploto.
Los partidos del nuevo arco parlamentario, salvo el de Rajoy, han solicitado una moratoria en la apertura y difusión del informe del CSN sobre la continuidad de la instalación, pero la petición tiene pinta de caer en saco roto y que harán de su capa un sayo y que la prolongación de la vida de Garoña amenaza con burlar a Opinión Pública, partidos políticos e instituciones varias.
Es la moderna manera de entender la voluntad de la soberanía popular por parte de las grandes corporaciones de la electricidad, que siguen invirtiendo en la instalación para conseguir de la mano del Consejo, la apertura y nueva fase de explotación energética.
Ni en esta coyuntura de efervescencia política, los responsables son capaces de parar máquinas y esperar a la constitución del nuevo gobierno, en principio, contrario a las tesis de reapertura. Es como si la pólvora del negocio les quemara el culo de la ambición y sintiese la angustia del permiso denegado y quieran mover ficha que les garantice el pingue beneficio y alivio a sus ansias de ganancias sin fin.