MADRID. La esperanza de cantar el Gordo la custodian expectantes este año las voces de veintiún niños y niñas de España, Bolivia, Cabo Verde, Marruecos, Italia, República Dominicana y Rumanía, una babelia de ilusión que tiene como única meta repartir la felicidad.
El director de la residencia-internado de San Ildefonso, Esperato Fernández, detalla a Efe que para el sorteo del martes se han seleccionado a nueve niñas y doce niños, de 9 a 13 años, de entre los sesenta escolares que vi ven en esta institución de lunes a viernes, y que no han parado de ensayar desde octubre.
Aproximadamente el 35 % de ellos son de origen inmigrante, una proporción similar a la que existe en toda la residencia-internado, donde se acogen "a niños de 6 a 14 años que proceden de familias con dificultades sociales, españolas y extranjeras", afirma.
"Todos son iguales para nosotros", enfatiza Fernández, quien argumenta que no se puede decir que el número de españoles que residen en San Ildefonso haya aumentado por la crisis aunque sí que cada vez más han nacido en España de familias extranjeras.
Las "variaciones" entre el número de españoles y extranjeros -continúa- no se consiguen relacionar con nada, "son aleatorias" y "se mantienen más o menos igual en el tiempo" en esta institución.
La residencia-internado de San Ildefonso, cuyo origen se remonta a la época de los Reyes Católicos, está gestionada por el Ayuntamiento de Madrid y no tiene nada que ver con el colegio público del mismo nombre que está a cargo de la Comunidad de Madrid, recalca.
De hecho, de los sesenta residentes (los fines de semana se marchan con sus familias) solo cuatro estudian en la actualidad en ese colegio, que sí está situado en el mismo edificio.
"Lo único que nos une ahora es que somos vecinos", comenta Fernández, que apunta: "Antes de la etapa democrática San Ildefonso era un colegio municipal con internado, pero después, con la entrada en vigor de nuevas leyes sobre menores y otras, el colegio pasó a ser de la Comunidad y la residencia municipal".
Esperato Fernández (su nombre proviene de una antepasada italiana) opositó hace 38 años al cuerpo de maestros de internado municipal que había entonces y, tras diversos destinos, aterrizó ("sin que entrara en mis planes") en San Ildefonso.
Puede que este sorteo sea el último que vea desde su cargo porque, a punto de cumplir 63 años, podría jubilarse en 2016.
"Tengo muy buenos recuerdos pero las etapas pasan", asegura Fernández, que considera que "ningún profesional debería estar tantos años en un mismo sitio y sería bueno para las personas y las instituciones".
De momento vive intensamente estas semanas y no se cansa de informar a los periodistas, como cada diciembre, de que en cada tabla actúan cuatro niños, dos cantan las bolas y otros dos, a los que "parece que nadie les hace ni caso", manejan los bombos.
En octubre hicieron la selección de voces (de entre todos los residentes se exceptúa a los más pequeños) y se les empezó a escuchar en parejas para ver cómo sonaban mejor.
A finales de ese mes ya estaban emparejados y comenzaron los ensayos de lunes a jueves, unos veinte minutos al día, "lo que tardarán en cantar una tabla".
Los niños aprenden a cantar números y premios sin nervios, a actuar con naturalidad si se confunden o se les cae una bola al suelo y se les pide que procuren no sufrir cambios bruscos de temperatura, no gritar o tomar cosas frías.
Este año, a diferencia de otros, se ha intentado además que los protagonistas del sorteo no atiendan casi a diario a los medios de comunicación, pues no deben aflojar en sus tareas escolares.
Todo estará listo para que mañana los niños de San Ildefonso se acuesten a su hora habitual (sobre las nueve y media de la noche) y el martes se levanten temprano, se vistan con su uniforme, desayunen y acudan contentos y lo menos nerviosos posible al Teatro Real, donde la suerte volverá, una vez más, a estar en sus manos.