BAIONA - Cambian una zona de guerra por la quietud de la localidad bajo navarra de Baigorri, con un paso intermedio por la denominada jungla de Calais, donde miles de extranjeros sobreviven desde hace semanas en condiciones inhumanas en un campo de concentración improvisado. Un cambio drástico, si comparamos los días de guerra con la tranquilidad de este valle ubicado entre los montes de Iparla y Oilarandoi. Es un capítulo más de la odisea de siete hombres que pasan sus primeros días en el País Vasco tras instalarse el viernes en un centro de vacaciones en Baigorri. Son siete hombres que viajan solos y que han rechazado irse al Reino Unido, optando por el plan que busca ubicar durante el invierno a estos refugiados en distintas regiones. Dos son de Sudán, otros dos de Eritrea y los otros tres de Afganistán, Tajikistán y Kenya.

El Gobierno francés pretende ayudar a estas personas que sobreviven en condiciones más que deplorables y mejorar, al mismo tiempo, la seguridad en los accesos de los túneles del Canal de la Mancha. Bernard Cazeneuve, ministro galo de Interior, decidió hace unos días poner en marcha durante el invierno un dispositivo de acogida para las 4 000 personas que se encuentran en Calais. El ayuntamiento de Baigorri ha decidido acoger a un máximo de 50 refugiados hasta mediados de febrero. París se hará cargo de los gastos y cuenta ya con una partida de 200.000 euros, que será gestionada directamente por el colectivo Aterbea de Iparralde, Cruz Roja y otros organismos humanitarios.

Uno de los refugiados, que prefiere mantener su anonimato, llega de Darfur. En su huida de una zona de conflicto ha tenido que atravesar África, Libia, Italia y Francia. Asegura que el viaje en autobús que duró 12 horas entre Calais y Euskal Herria no fue nada comparando con la pesadilla que supuso atravesar el Mediterráneo en un barco en el que hubiera podido perder la vida en cualquier momento. Lo resume con la palabra que para él define lo peor: “bad”. Excepto la última, cada etapa le ha supuesto un importante desembolso económico. Sobre esta cuestión, este hombre de 23 años prefiere no dar mas explicaciones sobre la cantidad que tienen que pagar. De su país natal, sólo evoca episodios de violencia. En un inglés muy limitado dice estar harto de tener que hacer frente a tantos problemas, poniendo en riesgo su vida de forma permanente. En su familia no es el único que optó por marcharse, ya que su hermana también se encuentra en la “jungla” de Calais. El joven espera que ahora ella también pueda acogerse a la hospitalidad de Baigorri. Al subirse al autobús en Calais, no sabía adónde iba exactamente aunque desde anteayer tiene claro que será más agradable pasar el invierno en casas modernas con calefacción.

De hecho, esta es la típica comunidad de vacaciones en Iparralde. Casas blancas con contraventanas rojas que destacan en el bucólico paisaje verde. Un auténtico palacio para personas acostumbradas a dormir en el suelo en un campamento improvisado en el que tan sólo se ofrecía una comida al día. En Baigorri, cada uno desayuna y cena en su vivienda individual ya que tan sólo las comidas reúnen a todos los huéspedes. Los jóvenes, que saludan ya con un sonriente “Egun on!”, participarán en actividades como excursiones, partidos de pelota y danzas vascas.

El joven de Darfur sabe que no podrá ir al Reino Unido por lo que tratará de construir un futuro mejor en el Estado francés donde compatriotas suyos están ya afincados, por ejemplo, en Burdeos, Toulouse o París. Los demás también tienen unas semanas para pedir asilo en el país de René Cassin, padre de la declaración de derechos humanos.

Los siete refugiados explican que su primer contacto con Baigorri fue de lo más agradable, recibidos por una treintena de vecinos con el alcalde a la cabeza. Las miradas y sonrisas y los partidos de fútbol que ya han comenzado entre educadores, vecinos y refugiados favorecen la comunicación y crean momentos muy emotivos que demuestran que el idioma no es barrera entre las personas.

En los próximos días, si así lo desean, otros 43 refugiados más podrían llegar a esta localidad bajonavarra. Cientos de baigorriarras no olvidan que sus allegados emigraron a América y que la localidad acogió hace unas décadas a decenas de vascos del sur del puerto de Izpegi. En 1993, en plena guerra de los Balcanes, 130 bosnios llegaron al centro de ocio de Baigorri y cuatro familias que apostaron por integrarse en un ambiente euskaldun continúan viviendo en pueblos de la comarca. La experiencia muestra que la humanidad no entiende de fronteras, colores o religiones y que la diversidad enriquece a todos. Incluso en el pueblo de fuertes convicciones y valores que canta: Zer litzateke Baigorri euskaldun ez balitz? Que sería Baigorri si no fuera euskaldun?