Mi nombre es Begoña y soy alcohólica”. Es una frase que suena familiar incluso para quienes nunca han acudido a una reunión de Alcohólicos Anónimos (AA). Begoña se presentó así hace cinco años ante los otros 20 concurrentes a la reunión, que tuvo lugar una tarde de mayo en uno de los locales de la Asociación en la capital guipuzcoana.

La respuesta fue una bienvenida al unísono, cálida y entusiasta: “Kaixo, Begoña”. ¿Igual que se retratan en las películas y las series como Los Soprano, House of Cards, Mad Men...? “Exacto”, dice sonriente esta donostiarra que acaba de traspasar la frontera de los 50.

Empezó a beber a los 19 años y de forma normal. Estuvo muchos años en los que esporádicamente tenía algún problemilla porque se pasaba, “pero nada que no tuviera solución”, pensaba Begoña, que lleva 5 años seca.

Su problema, como el de todos los alcohólicos, es la primera copa, no la última. “El primer trago te traslada directamente al infierno y no puedes controlarlo porque eres una alcohólica”, relata Begoña, que tocó fondo hace diez años. Vivía en la mentira y el engaño permanente. No podía hacer nada sin beber. Entonces se dio cuenta de que tenía un problema grave que le llevaba a hacer cosas muy serias en el terreno laboral y familiar: “hice sufrir muchísimo a la gente más cercana, mi marido y mi hija. El alcoholismo afecta no solo a quienes lo sufrimos sino a todo tu entorno”.

por imitación A diferencia de Begoña, el bilbaíno Francisco inició su relación con el alcohol de chaval. “De alguna forma por imitación; era el menor de seis hermanos y todos fumaban y bebían. A eso se sumaban mis características personales: era una persona con muchos miedos, insegura. Cuando descubrí el alcohol empecé a sentirme diferente; con unas copas encima me relacionaba de miedo; no me sentía inferior. Incluso empecé a pensar que era mejor que los demás”, añade Francisco, que hace 35 años dijo adiós al alcohol. “Ese día volví a nacer y empecé a enfrentarme a mis miedos. No beber es la única forma que tengo de controlar mi enfermedad”, sentencia.

Francisco, de 60 años -aunque podría ser Xabier o Josetxu, porque el anonimato es una tradición que deben salvaguardar en AA-, recuerda las duras situaciones por las que atravesaron él y su familia. “No entendían lo que hacía, aunque me avisaban constantemente de que me estaba matando, pero seguía bebiendo... Mis padres estaban hartos de que con 26 años un día sí y otro también la policía me tuviera que entregar en casa. Ellos me echaban en cara mi falta de fuerza de voluntad para dejar el alcohol. Sin embargo, luego te das cuenta de que la fuerza de voluntad no tiene nada que ver en el alcoholismo. Solo en el momento anterior a tomar la primera copa, pero en cuanto comienzas a beber, ya no lo puedes dejar”, explica.

Antes de llegar a Alcohólicos Anónimos, Franscisco pasó por el psiquiátrico de Zamudio donde estuvo ingresado tres meses por un delirium tremens de persecución. “Allí me empezaron a hablar del alcoholismo como una enfermedad. Eso me abrió lo ojos. Fue mi salvación; siempre había creído que beber era un vicio; yo me veía a mí mismo como un degenerado, un sinvergüenza que no tenía derecho a la vida. Cuando te hablan de enfermedad dices ¡ostras! lo que he hecho bajo los efectos del alcohol no era porque me daba la gana, sino porque el alcohol me impulsaba a ello”, subraya.

Cuando salió de Zamudio estuvo tres meses sin beber, pero volvió a recaer. “Estar sobrio era casi peor que cuando tomaba alcohol. Pasaba una envidia tremenda. Me preguntaba por qué yo tenía que estar con un mosto mientras los demás se tomaban un vino”.

Francisco no había aceptado su enfermedad y su rebeldía le decía que lo que debía hacer era aprender a beber, a controlar. “La primera semana tras salir de Zamudio lo conseguí, pero la segunda estaba ya agarrando las mismas borracheras que antes”, reconoce Francisco.

El alcoholismo no entiende de clases sociales ni de sexos; es una dolencia progresiva, crónica y mental según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Aunque en Euskadi el perfil de persona alcohólica está variando con el incremento de mujeres adictas y el descenso de la media de edad , según los datos de la Asociación, que el pasado 10 de junio celebró el 80º aniversario de su fundación.

pesadilla El 21% de las personas de entre 15 y 75 años consume alcohol a diario y el 30% reconoce que les ha acarreado más problemas que beneficios. “Una persona alcohólica está en un mundo de engaños, de mentira; no vive la realidad”, confiesa Begoña, quien pasó por AA en el año 2000. El primer intento no funcionó. “Yo sabía lo que estaba haciendo con mi vida y también que había una solución, pero me daba todo igual, no hacía caso a nadie. No salía de casa porque me iba a emborrachar, me podía caer y romper la cabeza, así que bebía en el hogar; iba directa al suicidio. Además, ¡imagínate el sufrimiento de una hija al llegar a casa y encontrarse a su madre como una cuba!”, exclama. “En la última etapa de mi enfermedad esos episodios sucedían a diario”, relata.

Dicen que solo un alcohólico puede entender las pesadillas que vive un adicto a la bebida. Coinciden en que compartiendo experiencias es más fácil dominar la dependencia. “Las reuniones han logrado que no recaiga. Te recuerdan que eres alcohólica para toda la vida y que no debes bajar la guardia jamás”, señala Begoña, que acude a las reuniones de dos horas tres veces por semana, “y si puedo, cuatro; el tiempo se pasa volando”, dice sonriente.

Cerca de 1.500 vascos y vascas participan en los grupos de AA. Algo más del 57% de los miembros están laboralmente activos, el 7% trabajan en el hogar, el 0,4% son estudiantes y el 18% están sin trabajo. Desde que AA colabora con Osakidetza -aunque no es una organización de carácter médico, ni proporciona medicamentos, diagnósticos o servicios psiquiátricos- se han incrementado en casi un 12% las personas que acuden a la Asociación asiduamente. Son los médicos de cabecera los que aconsejan a sus pacientes que acudan a AA.

34 años seco Francisco lleva 34 años sin probar el alcohol y atribuye su sobriedad sostenida a su participación semanal en AA. Todos los miembros mencionan el “proceso de transitar por los 12 pasos” como uno de los pilares del programa de AA.

El primero de esos pasos, publicado cuatro años antes de la fundación de la entidad, dice: “Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables”. Los 12 pasos son, en pocas palabras, un plan de recuperación para lograr superar la adicción.

“No sabes hasta qué punto sirve acudir a las sesiones”, señala Francisco, que entró en el programa de AA a los 26. “Mi vida dio un vuelco total. Fue como un milagro; si no hubiera ido entonces, en estos momentos no estaría charlando contigo y tomando un café; bebía de una forma tan compulsiva que ya estaría muerto”, dice con aplastante convencimiento.

La Asociación fue creada por Bill W. y Robert Smith (Bill y Bob). Bill era viajante comercial y Bob, médico, y descubrieron que al hablar en sus encuentros en la barra del mismo bar disminuían su ingesta e incluso dejaban de beber. Hasta la fecha existen más de 115.000 grupos de AA en 175 países, según las estimaciones de la entidad. Tan solo en EE.UU. hay 60.143. El 90% de los centros de tratamiento de adicciones privados se basa en el modelo de los 12 pasos.

Esta Asociación, con cuatro millones de miembros en el mundo y unos 1.500 en Euskadi, ha facilitado la recuperación de un sinfín de pacientes alcohólicos. Buscan complementación y colaboración con equipos profesionales, sin perder sus raíces e independencia. Porque son muy celosos de su autonomía económica para no depender de ninguna administración o gobierno y así ser libres para salvaguardar sus fines altruistas.

En las sesiones, mujeres y hombres de distintas clases sociales y edades, -aunque en Euskadi se sitúan entre los 30 y 60 años- escuchan con atención a un veterano que dirige la reunión mientras los compañeros se van identificando con sus testimonios y experiencias. “No es solo el hecho de dejar de beber, sino que nos ofrece toda una filosofía de vida totalmente diferente a la que llevábamos cuando bebíamos. Si seguimos los pasos y el programa de AA vamos a ser felices que es de lo que se trata”, dicen al unísono Begoña y Francisco.

Cuando llegan a la primera reunión, el grupo reunido arropa a los nuevos alcohólicos, “porque son más frágiles que el resto. Saben que no será sencillo dejar de beber, pero suelen estar contentos, al tiempo que asustados tras haber dado el primer paso. Es en ese momento cuando el plan de las 24 horas se pone en marcha para ellos.

compartir experiencias El ejemplo y la amistad de los alcohólicos en recuperación ayudan a los recién llegados en su esfuerzo por dejar de beber. Comparten sus experiencias y le transmiten cosas tan sencillas como que “si no se toma la primera copa, no se puede uno emborrachar” o no proponerse metas a largo plazo y sustituirlas por otras de plazos más cortos. “Cualquier alcohólico puede pasar 24 horas sin tomar esa primera copa”.

Encuentran más conveniente concentrar su energía en evitar esa copa en el día de hoy, porque si hoy no la beben, no se van a emborrachar. “De mañana ya nos ocuparemos cuando llegue e intentaremos hacer lo mismo. Si tu le dices a un recién llegado que no va a poder beber nunca más, sale pitando y no vuelve”, dice Francisco.

Al no beber, los alcohólicos se recuperan físicamente con rapidez. Sin embargo, “el alcoholismo es una enfermedad que no solo afecta al cuerpo. Para alcanzar una sobriedad duradera se necesita también una mente sana y unas emociones equilibradas”, recalca Begoña. “El cuerpo es muy agradecido y en cuanto dejas de beber tienes un aspecto diferente al poco tiempo. Pero el programa de AA va más allá. Ayuda al alcohólico a poner en orden sus pensamientos”.

Los miembros acuden a reuniones de AA con regularidad, “en mi caso una vez a la semana”, apunta Francisco, para estar en contacto con otros miembros y aprender cómo aplicar mejor el Programa de Recuperación en sus vidas.

La sede de la asociación en la capital alavesa se encuentra en la calle Andalucía 14 y el teléfono de contacto es el 945 25 04 17

“Admitir que éramos impotentes ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables”.

“Llegar a creer que un Poder superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio”.

“Decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, como nosotros lo concebimos”.

“Sin miedo hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos”.

“Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos y ante otro ser humano, la naturaleza exacta de nuestros defectos”.

“Estuvimos enteramente dispuestos a dejar que Dios nos liberase de nuestros defectos”.

“Humildemente le pedimos que nos liberase de nuestros defectos”.

“Hicimos una lista de todas aquellas personas a quienes habíamos ofendido y estuvimos dispuestos a reparar el daño que les causamos”.

“Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño causado, excepto cuando el hacerlo implicaba perjuicio para ellos o para otros”.

“Continuamos haciendo nuestro inventario personal y cuando nos equivocábamos lo admitíamos inmediatamente”.

“Buscamos, a través de la oración y la meditación mejorar nuestro contacto consciente con Dios, como nosotros lo concebimos, pidiéndole solamente que nos dejase conocer su voluntad para con nosotros y nos diese la fortaleza para cumplirla”.

“Habiendo obtenido un despertar espiritual como resultado de estos pasos, tratamos de llevar ese mensaje a los alcohólicos y de practicar estos principios en todos nuestros asuntos”.

Campañas de promoción para captar miembros. Ofrece ayuda.

No les vigila para comprobar que no beben.

No es una organización religiosa ni de carácter médico.

No dirige ni tiene hospitales o centros sanitarios.

No esta afiliada a ninguna organización, pero coopera con las que combaten el alcoholismo.

No acepta dinero de fuentes ajenas, sean públicas o privadas.

No ofrece servicios de asistencia social.

No da certificados ni cartas a organismos penitenciarios.