En los veranos de la década de los años 40 acontecieron varias batallas en la parte vieja de Beasain de las que los libros de historia no guardan registro. El cronista que quiera dar parte de ellas habrá de hablar de gritos infantiles en lugar de salvas de cañones, rodillas amoratadas en lugar de perforaciones de bala y llantinas en el bando de los perdedores. Eran batallas a escala, en las que los niños del pueblo recreaban las gestas de las que habían oído hablar a sus padres. Si el que escribe tiene constancia de ellas es gracias únicamente a los recuerdos infantiles del entonces combatiente Javier Elzo (Beasain, 1942), hoy catedrático emérito en Sociología por la Universidad de Deusto y experto en comportamiento de la juventud. “Hoy todo eso se ha perdido. Ya apenas se ve a niños jugando en las calles”, se lamenta.
Podría parecer un mal menor, pero una parte crucial de la educación se jugaba sobre esos adoquines. No en vano Elzo ha dedicado décadas a defender la importancia del patio en detrimento de las aulas. “Vivimos en una sociedad hipernormativizada. Hemos delegado la responsabilidad de educar a las instituciones, los colegios, los maestros, los policías... Eso provoca que los chavales aprendan a actuar por respeto a la norma y no por convicción de que lo que hacen es lo correcto. El patio, la calle... reproducen un entorno más naturalizado”. Es en esos lugares donde mejor se puede afrontar una educación basada en los valores que defiende Elzo: el sentido común, la responsabilidad, y la autonomía personal.
En ese sentido el verano ha tenido siempre una importancia capital. En los meses de vacaciones los ritmos cambiaban completamente y los niños podían expandirse y relacionarse en unas condiciones mucho más propicias para el aprendizaje personal. Pero hasta el propio concepto de las vacaciones ha cambiado. La imposibilidad de muchos padres y madres para adecuar las agendas a sus hijos les obliga a buscar actividades para ocupar el tiempo de los menores. Algunos optan por clases complementarias, provocando que el concepto aula se apropie también del verano; otros buscan la dispersión de sus hijos, llevándolos a colonias de disfrute. En Euskadi existen desde hace tiempo varias opciones, como el programa Udalekuak, organizado por las diputaciones, y cada verano aparecen en nuestro territorio nuevas propuestas que compaginan la formación con la dimensión lúdica, gracias a que cada vez más educadores comparten las tesis de Elzo.
Un caso paradigmático es el de la iniciativa Gazteola, impulsada el pasado año por la asociación Zenbat Gara y el euskaltegi Gabriel Aresti. Su coordinadora, Aida Fernández, explica que la idea surgió hace cinco años, a raíz de los cursos de euskera que se organizaban en el euskaltegi: “Nos dimos cuenta de que había una franja de edad que no estaba cubierta en Bilbao (entre los cinco y 16 años) y que necesitaba abordar el aprendizaje del euskera de una forma muy dinámica. Al principio lo intentamos hacer desde el aula, pero poco a poco fuimos incorporando otras actividades que conllevaran salir de casa y explotar un modelo más lúdico y colectivo”.
Colonias de fútbol organizadas junto al club Danok Bat, talleres de audiovisuales, danza, bertsolaritza... Este verano más de 1.000 niños pondrán a prueba sus habilidades en los distintos talleres, cursos y actividades que ofertan desde Gazteola. “Es una forma de animar a los niños a probar cosas que no harían de forma autónoma. Y eso es especialmente importante aquí en Bilbao porque no hay muchas zonas verdes ni espacios para que los chavales puedan expandirse y relacionarse libremente”, explica Fernández.
Eso sí, siempre con el fomento del euskera como objetivo principal y la diversión en el aprendizaje como condición ineludible. Todas las actividades (incluyendo las deportivas) se componen de una parte dedicada al estudio del idioma y la cultura vasca en el euskaltegi. “Muchos niños vienen sin que les guste nada el euskera por la forma en la que se enfoca desde las aulas, pero apenas llegan empiezan a soltarse y les cambia totalmente la percepción”, dice la coordinadora. Y es que en Gazteola comparten las tesis de Elzo. “La formación en el aula es importante, pero no hay una compensación sana con el resto de cosas que se deben impartir. Es importante hacer ver a los niños cómo deben concretar en la vida real lo aprendido en las aulas. No sirve de nada memorizar, si después no se sabe extrapolar esa información a situaciones cotidianas”, apostilla Fernández.
CONTACTO CON LOS PADRES Pero si el verano puede aportar un entorno propicio que garantice relaciones más saludables entre los chavales, lo mismo ocurre en el propio entorno familiar. Las vacaciones son el momento ideal para educar y trabajar los lazos paternofiliales. “Creo que la clave está en el equilibrio. Es bueno que se dedique parte del verano a actividades complementarias -siempre y cuando no descuiden la dimensión lúdica-, pero al menos un mes debería estar reservado a que los padres y los menores puedan estar juntos”, explica Elzo.
Ahora bien, para disfrutar ese mes y sacarle todo el partido los aitas y amas deberán incluso replantearse el rol deben desempeñar con sus hijos. “El problema es que muchos padres y madres acaban considerando a sus hijos como un factor adicional de estrés, una carga, y es un pensamiento que quieren evitar, pero no pueden. Eso ocurre porque los ritmos de vida imposibilitan que los padres y los hijos se acostumbren a estar juntos de manera relajada”, dice el catedrático.
Por eso, Elzo cree que el verano es un buen momento para relajar la disciplina y romper los ritmos: “No hablo de cambios radicales, pero sí de dejarse llevar un poco más, de no querer controlarlo todo”. Y sobre todo, en unos meses en los que afloran los miedos de muchos padres por la seguridad de sus hijos, el sociólogo recomienda evitar sobreprotegerlos: “Debemos defender una experimentación más libre. Los niños necesitan expandirse. Tendemos a sobreprotegerlos porque nuestra sociedad no acepta el riesgo, no porque ellos lo necesiten. Debemos convencernos de que no es cierto eso de que más vale prevenir que lamentar. No siempre”. Así que ya lo saben. Prueben durante estos próximos meses a relajarse, disfruten y dejen a sus hijos experimentar. Y si a mitad de la tarde les sobresalta un grito infantil que suena a disparo de mortero, recuerde todo lo que se libra en esa batalla.