María Irazusta, periodista y escritora, cree que el insulto iguala, por arriba y por abajo, a hombres y a mujeres, y que es algo en lo que, por cantidad y calidad, la lengua española es extraordinariamente rica. “Convierte en iguales a pijos y chonis”, asegura.
“El insulto es democrático, une. Antes la choni y la pija o el poligonero y el pijo insultaban de forma distinta. Ahora, el lenguaje (de ambas tribus) es más parecido. De ahí que cada vez se insulte de forma más parecida”, argumenta quien se declara amante del lenguaje.
María Irazusta, que el año pasado cosechó un importante éxito de ventas con su libro Las 101 cagadas del español, ha vuelto ahora a la carga con Eso lo será tu madre (Espasa), una “biblia” del insulto, “lo más parecido -argumenta en una entrevista- al gruñido que nos queda a los seres humanos de nuestra animalidad”.
Un libro escrito “sin pelos en la pluma”, políticamente incorrecto, y en el que el lector encontrará “alimento para la curiosidad y munición para la ira”.
“Ahora se insulta más y peor”, destaca Irazusta, que confiesa sentirse escandalizada por lo que a diario se escucha en muchos programas de televisión, “auténticas barbaridades”.
“Nos hemos acostumbrado -se lamenta quien reconoce decir también más tacos de los que debiera- a hablar mal, a escuchar palabrotas. Nuestro lenguaje es cada vez más callejero. Que parezcas educado ahora es malo”.
“No existe sobre la tierra -insiste- un adulto, por distinguida que sea su cuna y vasta su cultura, que no haya hecho incursión en este denostado rincón del lenguaje”. Más de 2.000 denuestos, una palabra que gusta especialmente a la autora, tienen cabida en las páginas de este libro sobre “insultos, afrentas, sentencias, actitudes, gestos y todo aquello -escribe- que forma parte del lenguaje del agravio”.
Ese lenguaje que “se escupe con el propósito de lacerar y humillar al contrario”, y que en el caso del español, como ninguna otra lengua del mundo, es rico por cantidad y calidad. “Somos maestros del insulto”, un “arte” en el que hemos dado maestros de la talla de Quevedo, Góngoza, Borges o Camilo José Cela, entre muchísimos otros.
O como el escritor Arturo Pérez-Reverte, maestro también del improperio, para quien en España ya “no se insulta como antes”. “Le mientas la madre a alguien -ha llegado a decir- y te quedas en la gloria”.
“En ningún otro lugar del mundo -advierte María Irazusta- se usa como aquí el insulto, la palabrota, incluso como gesto de amistad, de proximidad y hasta de cariño”. Cuestión de tono y gestualidad.
Ahora bien, en este lado del Atlántico somos “más malhablados” que en la otra orilla, donde existe idéntica riqueza y variedad de insultos pero más educación. “Aquí somos más directos, más bruscos, tenemos una forma más dura de hablar. Allá, en general, se guardan más las formas”.
Según un estudio aludido en el libro, de media los españoles decimos tacos entre un 0,3% y un 0,7% del tiempo que estamos hablando, “que no es poco”, si se tiene en cuenta, por ejemplo, que el uso de pronombres personales alcanza el 1% de ese tiempo.
De la riqueza y variedad de insultos da muestra, por ejemplo, el hecho de que el español ofrezca un catálogo que supera el centenar de palabras para llamar a alguien tonto, el insulto más utilizado para ofender a un hombre. Un panoli que puede ser también beocio, meliloto, bausán, gilí, zonzo, cipote, soplapollas, pandero, mastuerzo,...
Un tonto que si viaja a América Latina puede darse por aludido cuando le llamen lentejo, talegón, cabeceduro, pelotudo o paparulo.
sexismo En el caso de la mujer, en un ejemplo de los muchísimos que hay de sexismo en el insulto, el más usado es “lamentablemente” puta. “A la mujer se le ataca más en cuestiones morales, y al hombre en su inteligencia”, advierte María Irazusta.
Más ejemplos de sexismo en el insulto: los genitales masculinos tienen connotaciones positivas (¡esto es la polla!), mientras que los femeninos pueden parecer negativos (¡esto es un coñazo!). Un zorro es un hombre astuto y una zorra una prostituta.
El libro se fija en los insultos moribundos -chisgarabís, gaznápiro, malandrín, cernícalo...-, en aquellos que hacen referencia a profesiones u oficios -matasanos, picapleitos o camionero, muy ofensivo este último si se aplica a una mujer-, a animales -foca, vaca, rata, buitre, loro...- y en los que la autora denomina “delicatessen”.
Si hubo un maestro excelso en esta categoría ese fue Borges, autor de un auténtico tratado del insulto, Arte de injuriar. Alguien con un talento especial para, sin pronunciar ni una sola palabra malsonante, resultar palmariamente ofensivo.
Es inagotable también la variedad de apelativos para referirse a los hombres y mujeres “que caminan por la otra acera”, el colectivo LGTB, o aquellos que resultan de la unión de dos palabras en principio inofensivas: aguafiestas, lameculos, soplagaitas o perroflauta.
“Dime cómo insultas y te diré quien eres”, sostiene María Irazusta, quien, como Eduardo Punset, cree que “hacen falta cinco cumplidos para resarcir un insulto”.