La difteria de Pau, el niño de Olot, no ha dejado indiferente a nadie y ha generado una alarma social que ha impulsado a reforzar el calendario vacunal infantil. Hace tiempo que los pediatras demandaban ampliar el catálogo de vacunas a, al menos, la de la varicela y el meningococo (bacteria que puede desarrollar la meningitis). La inmunización contra la meningitis B, que actualmente no se puede comprar en las farmacias y algunos padres adquirían en Francia o Portugal, pasará a venderse libremente. El Ministerio de Sanidad también ha levantado el bloqueo a la vacuna de la varicela que aplicó hace dos años Ana Mato. Los pediatras y las sociedades científicas llevaban años recomendando esta inyección a los 12 meses, la primera dosis, y a los tres años la segunda.

El calendario de vacunación, centrado en la población infantil, lo fijan las comunidades autónomas bajo la coordinación del Ministerio de Sanidad. Los preparados orgánicos incluidos en dicha lista son gratuitos para los ciudadanos, aunque su consumo no es obligatorio. Las recomendaciones sanitarias y la demanda social han provocado que Osakidetza también haya incorporado modificaciones en el calendario (además de incluir próximamente la vacuna del neumococo). El Gobierno Vasco destina 8,2 millones de euros al año a la compra de estos productos.

En Euskadi, a día de hoy, la cobertura de vacunación, con pequeñas variaciones ronda el 96%. “Pese a la presión de los colectivos antivacunas muy poco numerosos, y que hay que combatir desde la información científica veraz, somos una sociedad muy concienciada”, asegura el consejero de Salud, Jon Darpón, quien se muestra convencido de que la vacunación infantil constituye una de las principales medidas de salud pública. “Es la herramienta más eficaz para erradicar enfermedades, y salvaguardar la salud de la población infantil, de los riesgos que pueden acarrear determinadas enfermedades infecciosas”. Por ello considera que no son necesarias modificaciones legales que hagan obligatoria la vacunación.

Sin embargo, los movimientos antivacunas han sembrado dudas sobre la seguridad y la efectividad de las inyecciones infantiles. En España existe la liga para la libertad de la vacunación, un movimiento que prácticamente promulga la antiinmunización. Lo encabeza el médico Xavier Uriarte, que en 2003 publicó Los peligros de las vacunas. Él, junto a Juan Manuel Marín Olmos, autor de Vacunaciones sistemáticas en cuestión, son dos de los máximos exponentes del movimiento antivacunas. En uno de los párrafos de su publicación, Uriarte asegura: “Ante cualquiera de las enfermedades, tanto eruptivas? como no eruptivas -difteria, tos ferina, polio, gripe y hepatitis- la actitud más adecuada es dejar transcurrir el proceso natural de la enfermedad”

Por su parte, el doctor Juan Manuel Marín Olmos, fundador de un grupo de expertos europeos que recoge los efectos secundarios de las vacunas, considera que no todas son pertinentes y que se debe abrir un gran debate. Puntualiza que “la creencia de que las vacunas son las que han acabado con las epidemias, hace que se olviden aspectos fundamentales en el control y evolución de las enfermedades infectocontagiosas” y que “se atribuyen a las vacunas méritos que se deben a mejores condiciones de vida y otros factores”.

Defiende que se debería hacer un uso más racional de las vacunas, porque dar unas 40 entre el nacimiento y la adolescencia, 30 de ellas en los primeros 18 meses de vida, no parece muy racional. Marín, que se muestra de acuerdo con las vacunas que actúan contra enfermedades producidas por un solo agente causal (difteria), cree que no está justificado vacunar a millones de niños contra enfermedades con muy baja incidencia o en las que están implicados diversos microorganismos, como en las meningitis. No son pertinentes, a su juicio, “vacunas que se ponen al nacer como la hepatitis B, y otras en los primeros meses de vida como la Haemophilus influenzae, la del meningococo C, o los rotavirus, “pero que se dan por presiones medico-farmacéuticas”.

Pero por si el debate no estuviera suficientemente caldeado y para contrarrestar todos los argumentos científicos esgrimidos estos días, la monja benedictina Teresa Forcades defendió esta misma semana a los padres que no vacunan a sus hijos, “porque las vacunas están en manos de unas empresas que lo único que quieren es hacer negocio”. “La vacuna está probada y funciona, pero no al 100%”, alertó, teniendo en cuenta que tiene una efectividad del 95%, con lo que, según ella, un 5% de niños no están inmunizados pese a haberse vacunado y corren el riesgo de sufrir efectos secundarios derivados del aluminio que llevan.

Para esta religiosa, conocida por sus opiniones discrepantes, las autoridades sanitarias catalanas “han creado confrontación en la calle” al haber pedido a todos los ciudadanos que se vacunen tras el caso del pequeño de Olot, y han contribuido a que los padres que optan por no hacerlo se sientan culpables.

“No puedo aceptar que Salud Pública diga que un niño vacunado es un niño protegido, porque es falso, teniendo en cuenta que la vacuna no tiene una efectividad del 100% y que puede desencadenar efectos secundarios”, sentenció Forcades alimentando la controversia suscitada en torno a este asunto.