Para un sistema de derecho que consagra la dignidad humana y ataca legalmente violaciones y discriminaciones raciales, la exclusión de los inmigrantes indocumentados es una contradicción angustiosa. A orillas del mar de sangre que se ha convertido el Mediterráneo, Lampedusa sufre todo el impacto de esta contradicción. Están “sacrificadas por la política de cierre” según la alcaldesa Giusi Nicolini, y reclaman soluciones reales porque sufren el problema desde hace más de 20 años.
Un grupo de vecinos ha montado un museo donde exponen objetos personales llegados del mar, tales como un mensaje dentro de una botella, escrito por una mujer dispuesta a casarse con quien encontrara el mensaje, a quien dejaba su número, o cepillos de dientes y otras cosas que inevitablemente hacen pensar en personas y no en una masa. “Frente a un sistema que no quiere hacer nada, que no quiere cambiar” dice una de las responsables, Alessia Calderezzo, “queremos que el museo sea un laboratorio creativo donde hablar de soluciones, desde la memoria de lo que está sucediendo, porque ¡Ya basta, ya hay más muertos que peces!”
Las soluciones que proponen pasan por regularizar la llegada y la estancia de los inmigrantes en Europa, y organizar una estructura de acogida para los refugiados, reconociendo los derechos humanos de los que llegan, en lugar de seguir esperando que ocurran catástrofes y organizando emergencias humanitarias, cada vez menos sinceras y más cínicas, por cuanto que se utilizan para justificar inversiones militares millonarias para combatir la inmigración clandestina, como la agencia militar europea Frontex, que sólo hacen más grave el problema.
Lampedusa sufre también en la carne de los pescadores. Estos son castigados por las autoridades político-judiciales si ayudan a los inmigrantes clandestinos. Más de uno que lo hizo para salvarle la vida a una persona, ha debido justificarse en los tribunales.
No caen en el olvido tampoco las historias sobre el comportamiento sospechoso de los guardacostas en distintos naufragios de balsas llenas de eritreos, pero las denuncias no prosperan, como en el caso del naufragio del 3 de octubre del 2013, ocurrido a unos 15 minutos del puerto y en el que murieron 360 personas.
Para el músico de Lampedusa Giacomo Sferlazzo, se trata de criminalizar a todos los que llegan, sean demandantes de asilo o de trabajo, y de hecho son perseguidos por “clandestinidad”, se valen de la criminalización para justificar que ahora necesitan defenderse de esa invasión.
Los lampedusanos son críticos con las respuestas humanitarias a las crisis de inmigración por cuanto que despolitizan el cuerpo del migrante, sin asumir que su identidad ha sido forjada en injusticias históricas que continúan reproduciéndose en sus lugares de origen. A pesar de que el viaje de 24 horas desde Libia sea cada vez más difícil y de vida o muerte, los que esperan su turno al otro lado no van a volver atrás, como atestiguan claramente los supervivientes sirios y africanos que fueron hallados confinados en la isla esperando poder continuar sus viajes hacia el norte. Y es que sin justicia no hay desarrollo.