En casa de Danitza Fernández todo el mundo da “abrazos calentitos”. Los da Olaf, el muñeco de nieve de peluche que se pidió su hija por el cumple. Los dan la niña y su padre, Khalil Silva. Y los da Ana Mari Emperador, la voluntaria de la Asociación española contra el cáncer que recoge a Luz del colegio cuando el mieloma múltiple que padece tumba a su madre en la cama. “Cariño y amor tenemos de sobra. Lo que nos falta es el apoyo familiar”, dice su esposo, con la añoranza del emigrante. Para suplir esa carencia está Ana Mari, que viene a ejercer “el rol de la amama” y lo ilumina todo con su amplia sonrisa.

De salud frágil pero voluntad de hierro, Danitza se levanta de la cama en un día desapacible como pocos para compartir los retazos más amargos de su vida sentada en la salita de su domicilio en Barakaldo. Hace el esfuerzo, abatida como la tiene la enfermedad, por puro agradecimiento. “El cáncer te balda completamente. Uno necesita manos para poder levantarse y en la asociación las he encontrado. Son como una familia”, asegura. La suya está en Perú, de donde emigró su marido con un contrato de trabajo y posteriormente su hija y ella, enferma de leucemia mieloide. Tras recibir tratamiento, se restableció, pero apenas dos años después, el cáncer volvió a llamar a su puerta. El diagnóstico fue peor si cabe. Un mieloma múltiple que explicaba sus fuertes dolores de huesos. “Me han dado radioterapias, quimios, se me ha llegado a desgastar un riñón, el hígado, el bazo, he tenido ya un preinfarto... La cosa se va complicando”, asume con voz dulce y apagada.

A sus 34 años, acostumbrada a sufrir en carne propia, no soporta el daño que la enfermedad proyecta en su entorno. “Complicación tras complicación, es duro. A veces los dolores te hacen valiente y te agarras de lo que puedes para salir adelante. Lo que más me duele es la niña”, confiesa. Y esa herida es la que tapona con su afecto y dedicación Ana Mari, una portugaluja de 69 años que lo mismo saca tiempo para aprender a bailar o hacer gimnasia que para acompañar a enfermos de cáncer en el hospital o recoger del colegio y hacer los deberes con la hija de Danitza. “Muchas veces yo no puedo salir con la lluvia, me cuesta caminar, me puedo caer... Demanda un gasto de energía que tengo que guardar para la niña y para coger fuerza para los tratamientos”, explica. Esta misma semana empezaba con la diálisis. “Luz quiere muchísimo a Ana Mari. Es más, le hizo ilusión cuando le dije que iba a volver a empezar el tratamiento porque iba a venir ella”, cuenta su madre.

El amor es recíproco porque Ana Mari no se cansa de decir que Luz es “un sol” de niña, muy madura para sus once años recién cumplidos, muy responsable y agradecida. Su madre lo corrobora con una mezcla de orgullo y tristeza por no poder atenderla como le gustaría. “Ella se tiene que hacer todo. Se pone el desayuno y te lo prepara a ti. Hace magdalenas, postres, te pone tarjetas y te forma caras con la comida. Me escribe cosas superbonitas”. Danitza se dirige a su habitación, saca un sobre del cajón de la mesilla y despliega un folio, decorado con un dibujo y pegatinas. No exagera. Es toda una declaración de amor. “Mis deseos para ti son que te mejores y te cuides mucho para poder vivir más aventuras y que siempre estemos juntas y que nada en el mundo nos separe. Te ama: Luz”.

A Danitza las palabras se le quedan cortas para agradecer el cariño y los cuidados de Ana Mari. “Es una labor muy chiquitina, yo hago muy poco”, se resta importancia la voluntaria. “Dice que hace poco, pero hace muchísimo. Si cuidaras de mí sería diferente, pero cuidas de mi hija, que es lo más entrañable que uno tiene”, le ensalza esta madre, atada de pies y manos por la enfermedad. “Una a veces se siente impotente al no poder darle todo su apoyo a su hijo, porque es el más indefenso. Ella hace esa labor. Ha habido situaciones en que me ha visto muy mal en la cama y sabe gestionar la forma de que mi hija no piense en ese momento que yo estoy mala. Eso a mí emociona”, se sincera y no puede reprimir las lágrimas. Ana Mari le coge la mano, como dique de contención. Danitza la mira y dice que admira “su solidaridad y entereza, porque es bastante duro plantarle cara a una persona desconocida que está con cáncer”.

Paño de lágrimas Ana Mari, con su sonrisa perenne, le ha servido más de una vez como paño de lágrimas. “Siempre me da una palabra de ánimo. Le digo cosas que no le cuento ni a mi esposo porque sé que no la voy a lastimar. No voy a coger a mi niña y decirle: Me duele esto, sé que las cosas van mal... Mi familia está lejos, no tengo a nadie y es mucho más duro todavía. En la asociación saben lo mal que lo paso y se vuelcan más. Hace dos años estuve muy malita y me ayudaron a gestionar el visado para traer a mi madre. Estuvo tres meses ayudándome”, recuerda. De nuevo sola, las manos tendidas de la psicóloga, la asistenta y la voluntaria la mantienen en pie. “Se vuelven parte de tu lucha, de tu fortaleza, porque es muy duro pasar una enfermedad así”.

Empleado de un local de comida rápida en Sestao, su marido escucha la conversación en segundo plano, de pie, bajo el dintel de la puerta. Dice que “la abuelita Ana Mari” les apoya mucho, que cuando él trabaja le llevan a su mujer “las medicinas y algún batido” y que no pierden la fe en que más adelante haya una cura. “Ella es un ejemplo porque, a pesar de los golpes que le pueden dar los resultados médicos, en el trayecto del hospital hacia aquí vacía la mochila de problemas y la trata de llenar de cariño y amor”.

Pena que no se pueda transfundir la vitalidad, porque Ana Mari la desborda por los cuatro costados. Voluntaria desde hace cuatro años, acude presta cada vez que Danitza lo necesita. “Siempre que vengo pienso: A ver si hoy me dice que está mejor. Mi ilusión sería que se iría recuperando”, ansía. Les ha cogido tanto cariño que si por ella fuera les echaría una mano más a menudo, pero no puede si no lo solicitan a través de la asociación. “Vendría más porque son muy majas, pero tendría que pedir permiso”, explica.

Una vez echó la persiana de su tienda, sus hijos se independizaron y su madre falleció, Ana Mari comenzó a visitar a enfermos en el hospital de Basurto. “Esta lo necesita, pero la verdad es que tiene mucha fuerza de voluntad. Allí como les ves en la camita y tan malitos... Te cuentan lo que les ha dicho el médico, porque hay personas que no tienen a quién contárselo. Otras veces no quieren hablar, pero les agarras la mano o les haces un gesto de cariño”, relata. Eso sí, sin implicarse más de la cuenta para no “obsesionarse”.

A veces son los familiares los que aprovechan para desahogarse. “Te pueden contar: Me ha dicho el médico que ya no puede más, que tiene poco tiempo. Y eso no se lo cuentan a la familia para que no sufra”. Pero no todas las conversaciones con los pacientes giran en torno al cáncer. “A veces te dice la familia: No nos ha hablado en toda la mañana, tenía un humor de perros y ahora habéis venido vosotras y os ha contado que le gustaba ir a pescar. Y hablamos un rato de pesca o de caza o de fútbol, que yo no entiendo ni torta. Dices: Que juega el Athletic a la tarde, lo verás. Sí, como para ver el fútbol estoy yo. Y ya está un rato que deja de pensar en lo que le está doliendo o les están haciendo”.

Como hay quien piensa que la Asociación contra el cáncer se limita a “poner la pegatina y vender lotería”, los voluntarios informan a pacientes y familiares del “grandísimo trabajo” que hace. “Cuando les dices que les pueden mandar a una persona para acompañarles a la quimio o proporcionar pelucas o camas articulables, a pesar de que es una enfermedad muy mala, se les abre un resquicio”, comenta Ana Mari, que abandona el hospital con un sentimiento agridulce. “Sientes que ayudas a la gente y es muy gratificante. A poquito que haces, te lo agradecen mucho. También piensas que has dejado a personas malitas, sobre todo cuando son jóvenes, pero intentamos hacer borrón y cuenta nueva porque si no, sería un trauma”.

Reencuentro en el hospital Carlos Silanes responde al móvil, desde su domicilio de Gasteiz, y pide tiempo para trasladarse hasta el teléfono fijo. “Soy experto en enfermedades. Además de cáncer, tengo esclerosis múltiple, con lo cual me muevo en silla de ruedas”, se explica. Diagnosticado de leucemia hace un año, ahora tiene 59, superó la primera fase de la enfermedad con quimioterapia y ahora la mantiene a raya con pastillas. Los meses que duró el tratamiento, en el hospital de Txagorritxu, entró en contacto con varios voluntarios de la Asociación española contra el cáncer, que se le acercaron para ver “si tenía alguna necesidad”, darle ánimos y ofrecerse. “Son personas extraordinariamente generosas y solidarias. Valoro su calidad humana”, destaca.

Entre las manos tendidas, un día se topó con una cara conocida, la de Javier Allende, un excompañero de trabajo que también padeció un cáncer y con el que se reencontró, como voluntario, en el hospital. “Desde que nos prejubilamos, no nos habíamos visto. Recordamos viejos tiempos, hablamos de compañeros comunes... El hecho de que él también haya sido enfermo ayuda mucho porque hay más empatía. Que lo haya superado y se encuentre en una situación más normalizada te anima a ver las cosas con más optimismo, como que hay una salida, porque inicialmente la cosa es un poco seria cuando te hablan de cáncer”, reconoce. Y eso que él tuvo “suerte”, porque “me dijeron que tenía un 80% de probabilidades de curación”.

Muy agradecido a “la sanidad pública, que es extraordinaria, no solo a nivel técnico, sino humano”, y a la asociación, Carlos asegura que todo ello ha contribuido a que pueda “afrontar la enfermedad de una manera positiva”. “La relación, sobre todo con Javi, también ha colaborado en ese aspecto de quitarle dramatismo al tema”, apunta. Incluso ha habido espacio para el humor. “La enfermedad te lleva a una situación de humildad, de no ir de nada, muy propicia para mantener una relación humana más intensa, más desprovista de lo accesorio, en la que perfectamente en algún momento hay algún chiste o gesto de humor”.

Javier Allende, Javi para los amigos, se hizo voluntario hace dos años, “tras superar un cáncer de piel, para dejar constancia de que lo mismo que llega también se va”. A sus 58 años, en su ronda por las consultas y salas de espera, da a conocer la asociación a los pacientes y les brinda su apoyo. “Si quieren evadirse, podemos hablar de todo, menos de política. Si necesitan ahondar en su proceso, intercambiamos sensaciones”, cuenta. Los enfermos agradecen “mucho conversar con alguien ajeno al circuito médico”. Javier, encontrárselos en la calle y tomarse un café con ellos, ya recuperados. Su reencuentro con Carlos, admite, le “afectó bastante” porque “cuando dejamos el trabajo estaba de pie y ahora está en una silla de ruedas”. Con él ha conversado sobre el proceso y se han facilitado los teléfonos para seguir en contacto.

Carlos no fue el único conocido con el que se dio de bruces. “Me tocó otro compañero de trabajo, que ya ha fallecido, y fue fulminante, en seis meses. Ahí dejas un poco de ti porque son situaciones más delicadas. Has estado trabajando con él casi treinta años y lo ves cómo termina desapareciendo y no puedes hacer nada por él. En esos momentos parece que algo tuyo también se va. Pero vuelves a contactar con otra persona, a coger la energía y a tener la esperanza de que no todo el mundo finaliza tan rápidamente, de que la enfermedad se supera”.

Primera causa de muerte. Entre 2007 y 2011 se diagnosticaron en Euskadi 63.178 casos nuevos de cáncer, lo que supone 12.636 nuevos casos al año, la mayoría de colon-recto, próstata, pulmón y mama, según los datos facilitados ayer por el consejero de Salud del Gobierno vasco, Jon Darpón, con motivo del Día mundial contra la enfermedad.

Reducir la incidencia. Ante estas cifras, señaló Darpón, “nos hemos marcado un reto ambicioso, pero no imposible: reducir para el año 2020 entre un 5% y un 10% de incidencia y mortalidad en la mayoría de los cánceres, así como conseguir frenar la tendencia ascendente del cáncer de pulmón en las mujeres”.

Plan de Salud 2013-2020. Para lograr ese objetivo, explicó, se van a potenciar los Comités de tumores en las Organizaciones Sanitarias Integradas con atención oncológica y se van a impulsar la atención psicológica, la medicina personalizada y los programas de detección precoz.

Concienciación. En la batalla contra el cáncer, destacó el consejero de Salud, también es necesaria la colaboración de los ciudadanos, a quienes pidió que asumieran “hábitos de vida saludables” y participaran en los programas de detección precoz.