Vitoria - La masa forestal y los suelos de cultivos y pastos. Ellos son los responsables de un secuestro que entusiasma y convence a todos por igual ya que retienen 75 millones de toneladas de carbono, un hecho clave en la lucha para reducir y mitigar las emisiones contaminantes a la atmósfera y, de paso, abren el camino a la adaptación a los nuevos escenarios que ya perfila el cambio climático. Pero es que, además, según estudios que maneja el Departamento de Medio Ambiente y Política Territorial del Gobierno vasco, con una gestión más adecuada de esas tierras sería más que posible duplicar -calculan de media un 52%- la acumulación de carbono, con lo que eso supondría para la sostenibilidad.
Así se concluye, al menos, en el informe Sumideros de carbono de la Comunidad Autónoma del País Vasco: Capacidad de secuestro y medidas para su promoción. Y así lo certificaba Amaia Barredo, directora de Medio Natural y Planificación Ambiental del Ejecutivo cuando explicaba que “por medio de prácticas adecuadas de gestión forestal, pascícola [de pastos] y agrícola, no sólo se evitaría la pérdida de carbono orgánico del suelo sino que, además, se podría favorecer e incrementar la acumulación de carbono orgánico en los suelos, estimándose para la Comunidad este incremento en un 70% en las tierras forestales, de un 40% en prados y praderas, y de un 50% en cultivos herbáceos y leñosos”.
Los bosques son, por tanto, una de las grandes bazas en esa lucha local-global contra los efectos del cambio climático debido a esa capacidad para absorber carbono, reducir las emisiones y, de paso, mitigar el impacto que el cambio del clima pueda tener en este punto de la cornisa cantábrica. En el caso vasco, casi la mitad de esas 75 millones de toneladas de carbono secuestradas, están almacenadas en plantaciones de pino radiata -los sistemas forestales más extensos-; sin embargo, los bosques naturales como los robledales y los hayedos almacenan más cantidad de carbono por hectárea.
“Si bien las plantaciones de árboles de ciclo corto son las que crecen más rápido, y por tanto absorben más carbono en su crecimiento, cuando hablamos de un bosque en su conjunto, incluido el suelo, y las diferentes especies que alberga y de largo plazo, los bosques naturales son los que tienen un papel más importante, tanto en lo que se refiere al almacenamiento de carbono, como a su capacidad reguladora y adaptativa. En este sentido, disponer de bosques variados de especies autóctonas son los que mejor se adaptan a las condiciones de nuestro país, los que crecerán más sanos y mejor relacionados con su entorno, y por tanto menos vulnerables a las futuras amenazas que el clima nos pueda deparar” explicaba la directora de Medio Natural y Planificación Territorial.
Gestión beneficiosa Según indicaba Barredo, aunque el potencial de fijación de CO2 en biomasa forestal y suelo es finito y, por sí mismo, no solucionará el problema del cambio climático, las medidas para llegar a este potencial o acercarse más a él son necesarias para ganar tiempo en la carrera de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a la atmósfera. Además, el establecimiento de estas medidas de mitigación conllevarían otros efectos beneficiosos desde el punto de vista ambiental, como son una gestión agrícola, pascícola y forestal sostenible, con la consiguiente mejora de la calidad de las aguas y los suelos y, en general, del medio natural, describía Barredo.
“El carbono -ilustraba la directora de Medio Natural y Planificación Territorial- sólo queda almacenado temporalmente y, además, la capacidad de almacenar carbono de la biomasa y de los suelos no es infinita. Las cantidades de CO2 absorbidas por un sumidero, por ejemplo, un bosque, pueden volver a emitirse a la atmósfera si dicho bosque desaparece por una tala, una cosecha, plagas y enfermedades, incendios, etc”. De hecho, una cuestión clave en todo este asunto es prolongar el tiempo de la permanencia del carbono acumulado en la biomasa forestal y suelos de cultivos y pastos. Por eso, precisamente, este tipo de medidas son uno de los aspectos más debatidos del Protocolo de Kioto por las incertidumbres de permanencia de las absorciones.
“Perseguimos alcanzar un secuestro máximo de carbono acorde con su potencial. Pero ahí no termina el camino, ya que, después, hay que gestionar los sumideros de forma que sigan almacenando esa cantidad de carbono, sin que se conviertan en fuentes emisoras de gases de efecto invernadero”, agregaba Barredo. Para ello una gestión ordenada de las masas forestales y de las superficies agrícolas se antoja esencial. Lo prioritario sería la regeneración y repoblación de aquellas zonas más degradadas. Además se podrían establecer zonas de protección, en aquellas áreas con especial contenido en carbono, como puedan ser los humedales.
En las explotaciones forestales, agregaba la directora de Medio Natural y Planificación Territorial del Gobierno vasco, existen algunas medidas para minimizar el impacto de la explotación, procurando no erosionar el suelo y minimizar la introducción de maquinaria en la fase de corta, no realizar cortas masivas, mantener los tocones, etc.; y en el plano agrícola, el uso racional del abono, preferiblemente natural en lugar de químico, prácticas de poco laboreo previo a la siembra, etc..
“El carbono se almacena físicamente en los árboles, y en sus ciclos de descomposición y regeneración, generan materia orgánica que será utilizada como alimento por otros seres vivos, produciéndose un crecimiento tanto de seres vivos como de materia orgánica muerta almacenada en el suelo, lo que llamamos ‘humus’, y finalmente se puede producir la mineralización de la materia orgánica. El último lugar donde se almacenará el carbono en un bosque permanente, y donde más capacidad de almacenarlo hay, es en el suelo, de ahí la importancia de su conservación”, zanjaba Barredo.
El Protocolo de Kyoto reconoce el papel de los bosques en la lucha contra el Cambio Climático ya que contribuyen a reducir la concentración de CO2 en la atmósfera al extraer el CO2 mediante la fotosíntesis.
La vegetación actúa como sumidero de CO2 al extraer este gas de la atmósfera mediante la fotosíntesis y acumular en sus tejidos el carbono fijado. Parte del carbono presente en la biomasa vegetal se libera a la atmósfera, tanto en los procesos de respiración la planta, como en los de descomposición, mientras que el resto del carbono se acumula en la madera y en la materia orgánica del suelo.
Esta capacidad de la masa forestal y de los suelos para secuestrar el CO2 los han convertido en un elemento que pasa por ser algo más que importante a la hora implantar estrategias de mitigación y adaptación del cambio climático ya que una adecuada ordenación y gestión de los mismos puede potenciar que su capacidad de secuestro de carbono sea más elevada con el consiguiente beneficio ambiental.
55%
Euskadi es un país arbolado, cuyos bosques tienen 63 millones de metros cúbicos de madera, lo que supone que el 55% del territorio vasco está cubierto de árboles. Además, el bosque vasco sigue creciendo, en concreto, tres millones de metros cúbicos al año.