la repatriación de los dos misioneros enfermos de ébola fue una decisión correcta. Científicos cuyo criterio tengo en alta estima piensan que fue una temeridad, dada la inexistencia en España de instalaciones con el nivel de seguridad adecuado a un virus tan peligroso como el que causa la enfermedad. Trayendo a los dos religiosos -sostienen- se puso en riesgo a muchas otras personas, como ha puesto de manifiesto el contagio de la auxiliar de enfermería que se ha debatido entre la vida y la muerte en el hospital Carlos III de Madrid. Pero hay razones que se oponen a esos argumentos.

Está claro que junto a la repatriación deberían haberse adoptado las medidas necesarias para minimizar el riesgo que implicaba el traslado de los enfermos. Tal cosa no se hizo. Es cierto que nadie puede garantizar que haciendo las cosas bien no vaya a producirse, por accidente, un contagio, pero si se hacen mal es mucho más probable y sus consecuencias más graves. Ahora bien, que el Ministerio haya hecho mal las cosas o que sus motivos fueran espurios no quiere decir que la decisión fuera incorrecta.

Cualquier país que se precie socorre a sus ciudadanos que se encuentran en dificultades en países extranjeros, máxime si están realizando tareas de interés público. Los socorre y, si puede, los repatría. En contra de esta idea no sirve el argumento de que con otros no se ha hecho, porque si fue así, erró entonces, no ahora. Para quien está en el extranjero con un problema de salud grave, su situación no será la misma si sabe que su país se ocupará de él, que no le dejará abandonado a su suerte. Esa es una buena razón para sentirse parte de ese país, de ese grupo humano. Si, desde la comodidad de nuestras butacas, vemos que otros conciudadanos son atendidos cuando se encuentran en dificultades, nos sentiremos orgullosos de pertenecer a ese país, porque se ocupa de su gente, porque no la abandona. ¿Qué valor tiene eso? ¿Qué valor tiene el saber que el grupo humano al que perteneces vendrá en tu auxilio si te encuentras en dificultades? ¿Cuánto pesa eso a la hora de compararlo con la valoración de riesgos inherentes a una medida como la repatriación de los misioneros?

Por otra parte, si el riesgo global es tan alto como sostienen los que critican la repatriación de los misioneros, cualquier esfuerzo que se haga por contener la enfermedad será a la postre inútil. Porque si dos repatriaciones generan tanto peligro, entonces es cuestión de semanas que el ébola llegue hasta nosotros de forma masiva. En otras palabras, si hay alguna confianza en que la enfermedad pueda controlarse en África de manera que no llegue a Europa en forma de epidemia incontrolable, entonces controlarla de forma efectiva en Madrid no debiera entrañar excesivas dificultades. Y de ser eso así, la balanza cae inexorablemente hacia el lado de la repatriación.

El futuro de un país depende en gran parte de su cohesión interna, del cultivo de virtudes como la solidaridad con los que lo pasan mal, de la capacidad de sus gentes y sus autoridades para la compasión efectiva. Solidaridad no es solo proporcionar una renta de garantía de ingresos a quienes no tienen nada, también consiste en asistir a los que sufren lejos de su país y, aunque sea para morir, quieren volver a su tierra, sobre todo si han dedicado su vida a trabajar para los desfavorecidos. Cuando en el análisis solo se tienen en cuenta los riesgos, se dejan de valorar estos intangibles, pero esos intangibles son tan importantes?