madrid - El pánico en torno al virus del ébola recuerda a la gripe aviar de 2005 y a la gripe porcina (AH1N1) de 2009. Ese año, la OMS predijo que un tercio de la población mundial podría estar afectada por la gripe AH1N1, con efectos impredecibles. El julio de 2009, la entonces ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, anunciaba que el Gobierno español había acordado con dos de las más importantes empresas farmacéuticas del mundo la compra de la friolera de 37 millones de dosis de vacunas contra la gripe al módico precio de 266 millones de euros. Doce meses después, solo se habían vacunado tres millones de personas. En cuanto al famoso medicamento antiviral milagroso, el Tamiflu, su efecto real no era más que reducir la duración de los síntomas a menos de un día.
Cada vez que se desata una crisis sanitaria como la actual se recuerda la de las vacas locas, a finales de la década de los noventa, una de las más conocidas. Un 22 de noviembre del año 2000 se detectó en Lugo el primer caso de Encefalopatía Espongiforme Bovina en España. Se sacrificaron animales, se retiró el espinazo de las reses del mercado y se prohibió la importación de carne procedente de países de riesgo. Hasta Celia Villalobos, entonces ministra de Sanidad, propuso una solución en forma de receta; “Yo le digo al ama de casa que no eche huesos de vaca cuando haga la comida”, espetó.
Sin embargo, la España moderna ya ha sufrido varias crisis sanitarias de alto voltaje. El aceite de colza desnaturalizado provocó en los años 80 otra alarma sin precedentes. El 1 de mayo de 1981, moría en Madrid un niño de 8 años por una extraña enfermedad pulmonar. Fue el primero de muchos casos. Pero las autoridades sanitarias de la época arguyeron que “el mal lo causa un bichito, es tan pequeño, que si se cae de la mesa se mata”, afirmó entonces Jesús Sancho Rof.
La última gran alerta vino de la mano de la cacareada pandemia del siglo, la que iba a acabar con el mundo: la gripe A. La OMS estimó en un primer momento que 150 millones de personas morirían por la epidemia. Pero el gran lobby de la industria farmacéutica hace su agosto con estos brotes virales (virus emergentes), al tiempo que los países ricos se miran el ombligo sin decidirse a emprender campañas verdaderamente eficaces. - C. Lago